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La "ley Bosman" cumple 25 años: el apellido “venenoso” que cambió para siempre al fútbol
La invención de la rueda y de la pólvora; la imprenta, la luz eléctrica, el teléfono e Internet. Los trenes a vapor, la revolución industrial y los procesos migratorios. Las guerras mundiales, la caída del Muro de Berlín, el Brexit, las pandemias y las revoluciones sociales. La lista de los puntos de inflexión que cambiaron al mundo es interminable.
Y como el fútbol es un mundo que aloja a millones de protagonistas y seguidores y, en el mapa físico político debería figurar como lo que es la FIFA, un Estado supranacional, también hay que revisar su historia para encontrar el hito que lo cambió para siempre, del cual hoy se cumplen 25 años.
El 15 de diciembre de 1995 fue la Navidad del fútbol de equipos multiculturales y casi sin banderas que hoy llena pantallas de televisores, sitios de noticias y periódicos. Una sentencia dictada ese día por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que cualquier ciudadano de la Unión Europea pueda ejercer su profesión sin restricción, siendo ilegal el pago de indemnizaciones por el traspaso de jugadores. Se la conoció como "La ley Bosman".
"Cuando intenté volver a jugar, nadie me quería. Mi nombre era veneno", le dijo en estos días Jean-Marc Bosman al sitio INews de Inglaterra. Ocurre que el matrimonio del belga con el fútbol se derrumbó: el hombre había pasado más tiempo entre abogados, fiscales y jueces que entre pelotas, arcos y charlas técnicas.
La historia comenzó en 1990. A los 26 años, Bosman pertenecía al Royal Football Club de Lieja, de su país, y su contrato estaba por finalizar. El club le ofreció renovar un año más, pero con una significativa rebaja salarial: un 75 por ciento menos. El volante se negó a negociar, se consideró jugador libre y fue tentado por el Dunquerke de Francia. Sin embargo, la legislación de aquellos años indicaba que los jugadores que finalizaban sus contratos, no quedaban en plena libertad de acción, sino que sus futuros seguían dependiendo del club hasta entonces dueño de su ficha.
La institución belga colocó a Bosman en la lista de transferibles, pero con una cláusula de indemnización que superaba los 11 mil francos belgas, que era el precio que debía pagar cualquier conjunto que deseara incorporar al jugador. Ambos equipos habían llegado a un acuerdo en cuanto al traspaso, pero Dunkerque se negaba rotundamente a pagar esa cláusula impuesta por el equipo de Bélgica.
Lo que siguió fue la batalla legal que cambió al fútbol para siempre. Bosman y sus abogados demandaron al Lieja por considerar que las condiciones que le impusieron impedían que pueda ser contratado por otro equipo.
El origen de todo
En noviembre de 1989, sin saberlo, la caída de la "cortina de hierro", en forma de muro en Berlín, tendría como consecuencia un hecho fundamental para que la moción de Bosman tuviera lugar: la creación de la Unión Europea, que implicó la libre circulación de los ciudadanos por los países miembro y la libertad de trabajo de ellos allí, en la medida de que tuviesen el ahora archiconocido pasaporte comunitario.
Los mapas políticos en la zona de Europa se borronearon y le abrieron un mar de argumentos al volante frente a la Justicia para sostener su caso. Desafió un mandato silencioso pero conocido, el de recurrir a la justicia ordinaria para dirimir conflictos legales. La FIFA amenaza a quien lo haga con desterrarlo e invita a resolver problemas en sus propios tribunales y/o en los del Tribunal del Arbitraje Deportivo. Nunca en el Comodoro Py de cada país.
Los abogados del "nombre venenoso" alegaron que Lieja privaba a su cliente de aquellos derechos básicos que la flamante Constitución Europea les daba a sus ciudadanos.
El proceso judicial duró cinco años y Bosman nunca se convirtió en jugador del Dunquerke. Durante los cinco años que duró el juicio, fue transferido sin costo alguno a Saint Quentin y a Saint Denis, de Francia, y a Charleroi y a Visé de su país, donde se retiró en 1996. En total, acumuló durante ese lapso menos de una veintena de partidos.
A pesar de haber sido indemnizado por 400 mil euros, Bosman fue traicionado por su grupo de abogados y desde entonces deambula por la pobreza, el alcoholismo y la prisión. "Caí en la bebida y el abogado se aprovechó para construirse una linda carrera sobre la espalda de un hombre cansado de combatir", resumió.
A partir de la sentencia, se dictaminaron dos leyes: no sólo reconocía la libertad de los jugadores al finalizar sus contratos, sino que también permitía la libre circulación de futbolistas de la Unión Europea. Fue el puntapié inicial para los equipos sin límites de extranjeros, para el proceso migratorio global más importante que el deporte alguna vez haya vivido y el vuelo sideral del negocio de la transferencia de jugadores. Ya no solo emigraron los cracks, sino todos los buenos futbolistas con la carta mágica: el pasaporte europeo en mano.
Tal vez el caso más emblemático es el del defensor cordobés Hugo Campagnaro, que después de un centenar de partidos en Deportivo Morón (Primera B) saltó al Piacenza y edificó una gran carrera en suelo italiano. Incluso, formó parte del Mundial 2014 con el seleccionado argentino. Y se estima que las primas de los jugadores aumentaron un 40 por ciento a partir de diciembre de 1995. En Bélgica, por ejemplo, pasaron de un tercio de futbolistas extranjeros a casi el 60% en solo cuatro años.
Los mejores beneficios fueron para las grandes ligas. España, Inglaterra, Italia, Francia y Alemania, sostenidos por elevados ingresos por derechos de televisación, atrajeron a los mejores jugadores, en detrimento de los demás países.
"Decidí desafiar al club en los tribunales. Realmente no tuve elección. Sabía que, si no hacía algo, entonces mi vida en el fútbol se habría acabado. Pensé que entonces podría volver. Pero perdí algunos de los mejores años de mi vida peleando batallas judiciales. Tenía 31 años y apenas había jugado durante la batalla legal de cinco años", continúa Bosman. Y amplía: "Para entonces, mi matrimonio se había derrumbado. Me había mudado con mis padres y viví en su garaje durante dos años mientras me entrenaba para un regreso que nunca sucedió. Y cuando intenté volver al juego, nadie me quería. Mi nombre era veneno. Las asociaciones y federaciones, incluidas la FIFA y la UEFA, intentaron fingir que yo no existía. Ignoraron la sentencia durante años, hasta que finalmente quedó claro que el sector deportivo, como cualquier otro negocio profesional, tenía que cumplir con las normas de la UE".
Se amplía la grieta
La sanción de la Ley Bosman no solo marca un antes y un después para todo ciudadano con pasaporte de la comunidad europea, sino que sentencia para siempre una grieta que parece imposible de cerrar. Los clubes económicamente más poderosos incorporan desde entonces a los mejores futbolistas del mundo.
El desbalance es tan notorio que queda evidenciado en las competencias globales. Desde 1995 en adelante solo hubo tres seleccionados americanos en una final mundialista contra 9 europeos. Sólo Brasil pudo coronarse campeón del mundo (2002), además de llegar cuatro años antes a la final. De las otras definiciones, apenas la Argentina logró el subcampeonato en 2014. El resto de los campeones (Francia, Italia, España, Alemania y otra vez los galos) y subcampeones (Francia, Holanda y Croacia) son del viejo continente.
A nivel clubes la diferencia es abismal. En los 35 años previos a la Ley Bosman se disputaron 34 finales intercontinentales (dos no se realizaron). Allí hubo 20 campeones del continente americano y 14 de Europa. Luego de esa bisagra de 1995, las cosas cambiaron y mucho. Desde 1996 a la actualidad se jugaron 25 finales entre lo que era la vieja Intercontinental y su sucesor, el actual Mundial de Clubes. Hubo 19 equipos europeos que se consagraron campeones contra apenas 6 de América. Boca ganó dos Intercontinentales, y entre Corinthians (dos), San Pablo e Inter se quedaron con cuatro Mundiales de Clubes.
El Xeneize es el último equipo argentino en consagrarse a nivel mundial (14 de diciembre de 2003, vs Milan). Ya como Mundial de Clubes en 2007 cayó contra ese mismo conjunto italiano. Luego, hubo otras cuatro oportunidades para el fútbol de nuestro país, pero todas fueron derrotas. Estudiantes estuvo a un minuto de coronarse contra el mejor Barcelona de Guardiola en 2009, San Lorenzo no tuvo ninguna chance contra Real Madrid en 2014 (cayó 2-0), y River perdió por goleada en 2015 (3 a 0 contra el equipo catalán), mientras que en 2018 ni siquiera pudo pasar las semifinales (cayó por penales contra el modestísimo Al Ain). Ante la falta de equivalencia, el camino a la cima se hace cada vez más empinado para los equipos sudamericanos.
El escándalo de los pasaportes
La Ley Bosman abrió puertas inimaginables. Porque trascendió al fútbol. Cualquier persona con pasaporte comunitario pudo acceder a esos mismos beneficios laborales por los que peleó el belga. Desde un lavacopas argentino hasta cualquier deportista. Pero claro, también aparecieron oportunistas.
En 2001 estalló en Italia el escándalo de los pasaportes falsos, conocido como Passaportopoli. Hubo 7 equipos involucrados: seis de la Serie A (Inter de Milán, Lazio, Milan, Roma, Udinese y Vicenza) y uno de la Serie B (Sampdoria). Y 15 futbolistas, entre ellos dos argentinos: Gustavo Bartelt (recibió un año de suspensión) y Juan Sebastián Verón (absuelto). El hecho se refería a la naturalización ilegal de futbolistas no europeos. Más fácil: jugadores que, aconsejados por dirigentes o representantes, fabricaban un familiar lejano europeo para acceder a esos beneficios. Los clubes involucrados se expusieron a desafiliaciones e incluso la pérdida de la categoría. Las sanciones para los equipos fueron solo económicas. En Francia, en cambio, por un hecho similar, Saint-Etienne perdió la categoría.
El día después, dentro y fuera de la cancha
"La gente piensa que gané millones con el caso judicial, pero no lo hice. No hubo compensación. No pude encontrar trabajo. Cometí errores. Perdí dinero en proyectos comerciales que no funcionaron. Fui ingenuo. Caí en una depresión. Empecé a beber. Perdí amigos", le cuenta Bosman a la prensa inglesa 25 años después de la revolución, del amanecer de un fabuloso negocio para otros y del ocaso de su relación con el fútbol y, casi, con la vida.
En diciembre de 2005, Bosman habló con el diario El País y aseguró: "Pedimos la libre circulación de trabajadores, que los cupos de nacionalidad fueran suspendidos y que en la UE los equipos tuvieran derecho a jugar con once europeos. Ahora, el fútbol se convirtió en un negocio. Equipos poderosos como el Chelsea o el Madrid no existirían sin la ley Bosman. Porque pueden tener tantos extranjeros como quieran y ese poder los hizo más ricos. Son las consecuencias de mi demanda, aunque, al principio, sólo reclamaba la libre circulación de trabajadores y que fuéramos libres al final de nuestro contrato. La Corte fue mucho más lejos de lo que yo pedía. La UEFA nunca había querido cambiar su reglamento y la Corte arregló cuentas".
A mediados de la década del ’80, Carlos Bilardo, por entonces entrenador del seleccionado argentino, decía: "Burruchaga tira un centro en Francia y lo cabecea Ruggeri en España". En ese entonces, el límite de extranjeros por equipo era de tres. Ya había sido de uno y de dos. Eran tiempos del Napoli de Maradona, Careca y Alemao; el Inter de los alemanes Klinsmann, Brehme y Matthaus y el Milan de los holandeses Gulllit, Rijkaard y Van Basten.
Para la temporada 96/97, el Barcelona, por ejemplo, ya tenía 10 futbolistas no españoles en su plantel y el límite era para los extracomunitarios dentro del campo de juego. Una cuenta mal hecha al respecto tendría sanciones. A Jorge Valdano le costó su puesto de entrenador de Valencia en septiembre del 97.
En 2010, el Inter de Jose Mourinho fue campeón de la Champions League sin un solo italiano entre sus titulares. Para la final con Bayern Munich formó con Julio César; Maicon, Lucio, Samuel y Chivu; Sneijder, Cambiasso y Zanetti; Pandev, Milito y Eto’o.
Para entonces, las federaciones europeas, piponas por las riquezas de sus clubes, comenzaron a ver cómo la Ley Bosman afectaba a sus selecciones. En Sudamérica, las ligas se debilitaban y sus equipos nacionales eran una pesadilla exponencialmente más compleja que la descripta por Bilardo 25 años antes.
A la vez se dio un fenómeno particular, que con el tiempo terminó afectando a los seleccionados europeos. Italia, por caso, fue campeón del mundo en 2006. Pero la compra constante de figuras de, principalmente, América y África, opacó el desarrollo y el crecimiento de los futbolistas nativos. Desde entonces, la azzurra fue eliminada en la primera rueda en Sudáfrica 2010 y en Brasil 2014, y tocó fondo en 2017: ni siquiera logró clasificarse al mundial de Rusia.
Algo similar le ocurrió a Inglaterra, aunque menos traumático. Lo más grave fue quedar eliminado en octavos de final de Sudáfrica 2010 (cayó 4-1 con Alemania) y no pasar la etapa de grupos en Brasil 2014.
Esos fracasos en las Eurocopas y Copas del Mundo fueron la luz de alerta máxima. Entonces, se comenzó a pensar cómo revertir la situación. El camino parecía mostrarlo el proyecto denominado "6+5", que consistía en que, gradualmente, los clubes estuvieran obligados a tener un mínimo de seis futbolistas "nacionales" o naturalizados desde hace años entre los once y un máximo de cinco extranjeros. Se esperaba que todo cambiara para 2012.
Pero no prosperó. Las legislaciones del Viejo Continente y el floreciente negocio lo impidieron. Bosman fue uno de los detractores más ruidosos de esa iniciativa.
El belga le dijo entonces a la Agencia Télam: "El proyecto va contra las normativas de la Unión Europea, pero sinceramente opino que la poderosa FIFA no olvidó la lección de 1995. Afectará a todas las federaciones, especialmente a las pequeñas", en referencia a Latinoamérica y los mercados de menor poder en Europa.
La Ley Bosman, como el fútbol y el deporte en su totalidad, van de la mano con lo que acontece en el mundo. La caída de las fronteras dentro de Europa acrecentó, entre otras cosas, el racismo, la discriminación y la xenofobia. También, claro, en el fútbol. Flagelo que, hasta hoy, no da tregua
El saludo fascista de Paolo Di Canio, insultos racistas a jugadores africanos o de raza negra, jugadores que adoptan otras nacionalidades y un sinfín de consecuencias sociales. No fue culpa de Bosman, pero la ley que lleva su nombre influyó, mientras los dueños del negocio nadan entre monedas de oro como Tío Rico, familiar del Pato Donald.
El reciente Brexit amenaza con sacudir a la multimillonaria Premier League, ya que Inglaterra decidió separarse de la Unión Europea y debate qué hacer con el mercado de pases y los no británicos de sus equipos.
La UEFA adoptó como grito de guerra el "no al racismo", mientras partidos de la Champions son suspendidos por decisión de los jugadores y no por iniciativa de las autoridades, a raíz de agresiones por el color de piel de un protagonista.
A principios de los 2000, Real Madrid, bajo el ala de Florentino Pérez, impuso su política de fútbol galáctico. En lugar de utilizar los recursos de sus divisiones inferiores y monetizarlos, decidió competir con Disney, Mickey, Donald y compañía y juntar a los Galácticos. El dinero de la gente, antes utilizado para visitar el Reino Mágico, se destinaría a comprar camisetas y a pagar por ver a Roberto Carlos, David Beckham, Figo, Zinedine Zidane, Ronaldo y compañía.
En la Argentina, la explosión del marketing deportivo llevó a implementar el mismo discurso por parte de los grandes: "Nosotros no competimos con los demás equipos, competimos con Disney, que, como nosotros, es de la industria del entretenimiento".
La Ley Bosman también impulsó ese tipo de fenómenos. El "apellido venenoso" causó efectos de todo tipo. Y algunos, un cuarto de siglo después, parecen no tener antídoto.
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