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Boca y la Bombonera: historia, mito y clausura
El peor año de Boca institución fue, tal vez, 1984. Deuda pesada en dólares, huelga de jugadores y empleados, equipo de pibes contra Atlanta y con camisetas que tenían números pintados a marcador y goleada 9-1 sufrida ante Barcelona en una gira europea. Y la Bombonera, el templo sagrado, sufría dos pedidos de remate. Pero aquella pésima gestión del presidente Domingo Corigliano sumaba un capítulo peor: la clausura del estadio porque, según la inspección de la entonces Municipalidad de Buenos Aires, había “peligro de derrumbe”. El gobierno de Raúl Alfonsín paró el desbarranco. Designó a Federico Polak como buen interventor y llegó luego la asunción salvadora de Antonio Alegre. El nuevo presidente confió la Bombonera al dirigente Pablo Abattangelo. Arquitecto, Abattangelo encontró un estadio devastado. “Con agujeros de dos y tres metros cuadrados en los plegados de las tribunas, la fisura que mostraron ahora en algún video es una nimiedad al lado de eso”, me dice hoy. Cuarenta años después, la Bombonera, una postal histórica del fútbol globalizado, está otra vez clausurada.
Es cierto, ahora fue clausurada sólo una tribuna y con Boca en año electoral. Y el país también. Y una misma dirigencia opositora que busca recuperar tronos perdidos en ambos escenarios (y una justicia bajo sospecha). Pero también Daniel Angelici sufrió clausuras de la Bombonera. El problema central es otro. Boca debate desde hace más de medio siglo qué hacer con un estadio monumento, pero que le queda viejo y pequeño. Hasta Alberto J. Armando, el expresidente que da su nombre a la Bombonera, quiso mudarse a la Ciudad Deportiva, con el sueño de albergar el Mundial 78. Terminó en un fiasco.
En rigor, la Bombonera se llamó primero Camilo Cichero. Homenaje al médico que hipotecó su casa para construir el estadio en 1940. No alcanzó. El régimen del general Agustín Justo, que también otorgó créditos a River, completó el faltante. A cambio, impuso a su yerno, Eduardo Sánchez Terrero, como nuevo presidente de Boca. En 1996, la Bombonera dejó de ser Cichero y pasó a llamarse Alberto J. Armando. Fue decisión de Mauricio Macri, nuevo presidente. Homenaje al predecesor mítico. Pero también una venganza contra Abattangelo, nieto de Cichero.
El primer desacuerdo entre ambos sucedió el lunes 8 de enero de 1996. Abattangelo concurrió puntual a las 14 horas a la apertura de sobres para la construcción de los palcos VIP. Pero el secretario Jorge Alves le informó que los sobres habían sido abiertos el viernes previo “por razones de urgencia”. La adjudicataria fue una empresa “amiga” y la obra, según Abattangelo, terminó costando el doble que toda la cancha nueva de San Lorenzo. Caros, bonitos y lujosos, los palcos VIP obligaron por un lado a achicar tres metros el campo de juego. La Bombonera, estadio casi único (“ilógico y surrealista”, describió maravillado el escritor italiano Alessandro Baricco), vive apretada. En su construcción, en sus tribunas y también adentro del campo, como lo sufren los suplentes que corren por la línea, los jugadores que tiran córners, y también el propio Boca ante rivales que se atrincheran en defensa.
Más importante, los palcos cerraron la posibilidad de ampliar la capacidad del estadio por la única bandeja posible. El presidente Jorge Ameal espera que la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, dominada por la oposición política, apruebe en marzo un proyecto de rezonificación que ayudaría a iniciar la ampliación (comprar las 129 unidades de las dos medias manzanas linderas por unos 14 millones de dólares y pensar en un estadio para 80.000 personas). La estructura metálica de los palcos podría sacarse. Más difícil será obtener esos votos.
En la primera fecha contra Atlético Tucumán, Boca (que tiene más de 300 mil socios y adherentes y un estadio con capacidad para 54.000 personas) desbordó supuestamente la capacidad de la Tribuna Superior Sur, pese a que el club ya estaba advertido por la Justicia. Los videos viralizados de la grieta mientras la Bombonera celebra y se mueve producen impacto visual. Pero la Bombonera, como escribió ayer el arquitecto Alejandro Csome en su buen hilo de Twitter, “es indemolible”
Un estadio incompleto por la trama urbana que encontraría allí su identidad. Un estadio con una ventana a la ciudad. Un estadio con alma de hormigón y acero que, con el tiempo, empezaría a latir.
— Bauhasaurus (@alejandrocsome) February 7, 2023
Hoy en #CronicasArquitectonicas: La Bombonera. pic.twitter.com/k7rxNT2WLj
El estadio fue construido para soportar 750 kilos por metro cuadrado (diez personas de 75 kilos). Los agujeros detectados en 1985 se debieron a la falta de mantenimiento, algo fundamental. Boca triplicó entonces con arena la carga en la tribuna para emular el efecto gol (la multitud saltando) y las deformaciones fueron muy por debajo de valores internacionales. La estructura de hormigón armado adquiere mayor resistencia a medida que pasa el tiempo. No tiene fecha de caducidad. ¿Acaso otras gestiones renunciaron a mantener bien al estadio porque siempre pensaron que la Bombonera es inviable (algo que no dirían públicamente) y se ilusionaron además con el negocio de la nueva cancha?
Ayer, la misma Conmebol que cede a Estados Unidos su próxima Copa América, anunció su deseo de un Mundial 2030 compartido en Sudamérica. En Argentina casi no hay estadios que cumplan hoy todos los requisitos FIFA. Y la Bombonera sólo piensa en su próximo partido contra Platense.
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