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Boca - Tigre: una final y un debate a mitad de camino entre favoritismos, interrogantes y misterios
¿Qué Boca se verá? ¿El que jugó realmente bien contra Corinthians o el que fue minimizado por Racing apenas unos días antes? Tigre ha demostrado ser un equipo astuto, muy hábil y versátil para lograr que los partidos se jueguen a su manera
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Como hace tres años, Boca y Tigre se encontrarán en la definición de un torneo, y como entonces, o como siempre que ocurren estas situaciones, el manejo del favoritismo vuelve a estar sobre la mesa, a partir de las diferencias de historia, potencial y presupuesto entre uno y otro.
Se trata de un debate que atrae por los múltiples ángulos desde el que es posible enfocarlo. Aunque sobre todo porque en el fútbol las teorías que parten de la lógica o la táctica pueden ser divinas, pero nada supera el misterio, ese no sé qué inexplicable por el cual un partido, y mucho más una final, se descontrola y se va de las manos en el momento menos pensado.
El jugador de fútbol está emocionalmente educado para estas circunstancias. Sabe que la vulnerabilidad flota en el aire, que las cosas a veces giran por causas imposibles de adivinar, y este conocimiento en cierto modo lo tensiona y empareja las opciones. Toda final se trata de un desafío sin revancha, el futbolista sabe que no puede fallar y eso suele incitarlo a jugar solo para cumplir la partitura dictada por el entrenador y le impide encontrar el estado de ánimo ideal para desarrollar sus virtudes sin ataduras.
La victoria de Boca, por la Zona 2 de la Copa de la Liga
Por supuesto, el partido no es igual para un futbolista de Boca que para uno de Tigre. Para uno ganar quizás suene a conseguir un éxito que debería llegar casi por decantación y para el otro, a recompensa por todo lo que viene haciendo en el último tiempo. Pero dentro de la cancha lo que ocurre no se procesa a través del hecho de ser o no ser favorito y cada cual juega con sus recursos y sus poderes.
Como si fuese fácil lograr un título o solo valiera si es una Copa Libertadores, existe una especie de subestimación de lo que significa alcanzarlo y del camino que debe recorrerse para levantar un trofeo. Un dato tal vez sirva para explicarlo: un crack mundial como Harry Kane se acerca a los 30 años de edad y todavía no tiene esa foto, ni con su club ni con su selección.
Ser campeón es un privilegio que está al alcance de pocos. Ni hablar de los que no tienen la fortuna de estar en un equipo grande. Desde este lugar afrontarán la final la mayoría de los jugadores de Tigre, sabiendo que disputarla es un hecho excepcional en sus carreras. En tales situaciones el hambre se multiplica por dos y lo complicado es correrse de ese lugar, despojarse del significado de un partido de este tipo y jugar con el desparpajo imprescindible para sacar a relucir todo el fútbol que se lleva dentro.
En ese sentido, me parece clave el mensaje que vaya a transmitir el entrenador. Resulta lógico pensar que pondrá el acento en algunas pautas estratégicas para desconectar el juego del rival y desde ahí equilibrar las chances. Pero en estos casos, además, siempre es positivo un intento por tocar la fibra más primitiva de un futbolista, recordarle ese sueño de querer romperla en un partido grande que habrá imaginado jugar infinidad de veces. Es tanta la presión externa, se tiñe de tanto dramatismo el hecho de ganar o perder, que se me ocurre imprescindible tratar de aliviar la espesura que genera el entorno y rescatar los rasgos más lúdicos y creativos. El jugador de Tigre está ante una circunstancia que vivirá pocas veces y se me ocurre que lo mejor que podría pasarle es liberarlo de angustias e invitarlo a sentirse parte de la fiesta.
En la vereda de enfrente la situación es bien distinta. Cuando se lleva cierto tiempo en un club como Boca uno sabe que en el 80% de los partidos el favoritismo es una imposición, ya sea determinada por los méritos futbolísticos reales o por la camiseta que se representa. Lo digo por experiencia propia. Se llega entonces a convivir con esa carga de un modo más natural, más orgánico. El jugador de Boca no conoce otra manera de encarar un partido.
Sin embargo, eso no implica comodidad. Porque la insatisfacción y la ambición son ingredientes propios de los futbolistas y porque en este mundillo siempre existe la obligación de revalidar los laureles. Para permanecer en un equipo de los grandes hay que ganar un título cada cierto período de tiempo. Son las reglas del juego y nadie las conoce mejor que los mismos jugadores.
Otra cosa es cómo gestionar ese favoritismo futbolísticamente hablando. Para el rival suele ser una coartada que le permite ceder el protagonismo y la obligación de llevar el peso, algo que puede exponer los déficits del equipo candidato si es que no tiene consolidado un piso de rendimiento que lo ponga a salvo de los vaivenes que se entienden como aceptables en cualquier equipo.
Este Boca, si bien ha mostrado una mejoría en los últimos partidos, todavía está lejos de alcanzar ese piso y ahí se abre el interrogante de cuál veremos en el estadio Kempes, ¿el que jugó realmente bien contra Corinthians o el que fue minimizado por Racing apenas unos días antes? Tigre ha demostrado ser un equipo astuto, muy hábil y versátil para lograr que los partidos se jueguen a su manera. Entre esos parámetros se disputará una final que, como todas, está llena de misterios, más allá de cualquier favoritismo previo.
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