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Boca se arrastra y no puede más, pero le sobra personalidad para estar a 90 minutos del título de la Liga Profesional
El equipo dirigido por Hugo Ibarra derrotó a Gimnasia, recuperó la punta del torneo y ante la tensión, el cansancio y las bajas por lesiones recurre a la actitud
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Boca exhala. Sale el aire de la victoria, pero también la tensión, el sufrimiento, el dolor del cuerpo y, quizás, en cada garganta empieza a percibirse un nudo cercano a un desahogo emocional que, por ahora, se enmascara en sonrisas y abrazos por el deber cumplido, las ganas y el dejar hasta lo que ya casi no queda para quedar a 90 minutos del título de la Liga Profesional.
El equipo de Hugo Ibarra se arrastra. No porque no sepa lo que es la intensidad: no puede más. Y se nota. El gran año local que protagonizó carga aún más las piernas con cada paso que da en la cancha. En ese estado, a este equipo lo destaca (y le sobra) la personalidad. Por todo eso es que cumplió el primer gran objetivo de cara a la definición: por los goles de Frank Fabra y Luca Langoni, le ganó 2-1 a Gimnasia en los 81 minutos pendientes y sigue dependiendo de sí mismo. Por consiguiente, también ganó el partido oculto: ahora es Racing el que tendrá que vencer a River, mientras la radio le comente permanentemente qué pasa en la Bombonera con la visita de Independiente.
El resumen de Gimnasia - Boca
Perder el campeonato ante su gente sería un golpe, pero –evidentemente– poco se le podrá reprochar a este Boca. El juego colectivo, la gran deuda, ya no se espera. Incluso, casi que en medio de esta definición infartante se le permite el famoso “ganar como sea” (tan protagonista en los debates futbolísticos): este avance conmovedor, en el que cada jugador parece clavar las uñas sobre el campo para ganar impulso y que nada lo frene, genera empatía. La meta está a pocos metros: si esa fuerza no se apaga, festejará.
Porque así como a los diez minutos Darío Benedetto se tumba en el césped y le confiesa a un futbolista tripero que “me desgarré todo”, un cachetazo grupal durante un encuentro bisagra, Oscar Romero agarra la pelota, se pone el equipo al hombro y va para adelante. Y si algún compañero cercano a su posición la pierde, el enganche paraguayo saca a relucir toda su actitud para volver a recuperar la posesión. Descripciones del elenco de Ibarra: los duros imponderables no lo debilitan y un jugador está para el otro.
“Cuando hay un grupo humano tremendo, todo se hace mejor y más fácil con respecto a lo que desde afuera, quizá, se pueda ver más complicado”, resumió el entrenador tras la vital victoria.
Era una prueba de peso más para su conjunto. Pasaron tantas en un camino que fue arenoso en el comienzo del ciclo, pero en el que -con el transcurrir de los encuentros- aprendió a pisar firme. En cuestión de dos meses y medio había trastabillado apenas el último fin de semana, con la caída (0-2) ante Newell’s que generó cierto pánico a horas de jugar este encuentro clave en La Plata.
Por eso es que el técnico acepta que hay otra unión en relación a aquellos momentos iniciales: “¿Si fue la semana más difícil? Ja! Lo más difícil fue hace tres meses. Podíamos tener un tropezón y hoy (por este jueves) nos levantamos. El equipo está metido y es lo que todo entrenador pretende”, volvió a sacar pecho.
Es que sus hombres volvieron a responderle. Primero, con inteligencia y belleza: cuando el reloj parecía correr más rápido que nunca mientras el cero no se rompía durante el primer tiempo (su duración fue de 41 minutos por el reparto de los 81 a disputarse), apareció la calidad de Romero –a los 28– para visualizar la libre posición de Fabra al costado del área y ponerle la pelota en su pecho. En ese momento, había medio gol en favor: cuando se le da lugar a las ideas colectivas y al lateral colombiano lo dejan ser, Boca genera esa sensación hace años.
Entonces, había que convertir la otra mitad. Y Frank le puso su calidad: se metió dentro del área y definió con tres dedos para encontrar la red del segundo palo. Maravilla. Y el gol tranquilizador.
En el descanso estuvo el quiebre: se apresuraron –como en otros partidos– a cambiar la postura, cuidarse y sufrir. No salió: a los 11 minutos, Nicolás Figal perdió la marca en un tiro libre y Leonardo Morales puso un cabezazo bárbaro. Gimnasia necesitaba ganar para el ingreso a la Copa Libertadores. Entonces, lo arrinconaba.
No obstante, apareció el otro factor de los goles boquenses en el Bosque: la jerarquía. Nueve minutos después aprovechó los espacios que dejaba tanto entusiasmo del Lobo: Sebastián Villa (ingresó previo al empate) sacó un remate de media distancia que Rodrigo Rey desvió al poste, “Pol” Fernández capturó el rebote y remató sobre el cuerpo del “1″ y la definición le quedó servida a Luca Langoni, el chico de los goles importantes: la empujó y convirtió su octavo tanto en los últimos 13 compromisos.
“Fuimos justos ganadores porque hicimos los goles”, simplificó Ibarra la identidad de su equipo. Boca quedó a un paso y el domingo mira lo suyo.
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