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Boca se aclimata a Río de Janeiro con el aliento de los hinchas de Flamengo y Almirón piensa en las decisiones que tendrá que tomar para la final de la Libertadores
Valentini o Valdez es la única duda del cuerpo técnico; Barco y Benedetto se movieron a la par del grupo
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RÍO DE JANEIRO.- Boca empieza a mover las piernas en estas ciudad. Lo hace con una entrada en calor y un par de “locos”, en la mitad de la cancha. El césped, cuidadísimo y verde, es la estrella del predio Moacyr Barbosa, de Vasco Da Gama, el equipo que dirige el riojano Ramón Díaz, gloria de River. Es uno de los tantos contrastes: el campo de prácticas está a un par de kilómetros de la comunidad “Ciudad de Dios”, inmortalizada en la película homónima. Una calle de 500 metros dirige a un portón con el escudo de Vasco. En el ingreso hay una barrera y un retén: cuatro personas con la remera vascaína y handies chequean que quienes ingresen estén relacionados con la final de la Libertadores ante Fluminense. Minutos más tarde llegan unos diez hinchas de Fluminense, que agitan una bandera con sus colores: verde, roja y blanca. Todo transcurre bajo la atenta mirada de un par de efectivos de la Policía Militar.
Mientras el plantel xeneize se estira, hace algunos ensayos tácticos y empieza a poner la cabeza en el partido del sábado en el Maracaná, un nene montado a caballo pasa por la puerta del centro de entrenamiento. No debe tener más de seis años. Tiene una remera roja. A su lado, un auto último modelo. De repente, un grito. “¡Vamos Boca!”. No es de los jugadores, ni de los allegados ni del cuerpo técnico. Viene de afuera. La pregunta es de dónde. Otra vez: “¡Dale, Boca!”. Las cabezas de todos los trabajadores de prensa que están en el corralito viendo la práctica giran de un lado al otro como si fueran limpiaparabrisas. “¡Cavaaani, Cavaniii!”, otro grito. El uruguayo también mueve su cuello. Divisa sobre un muro a un par de hinchas con remeras rojas. Son de Flamengo, el histórico rival de Fluminense. El uruguayo, de 36 años y mil batallas previas de partidos importantes como este, levanta un pulgar. Señal de que está todo bien.
Un poco más lejos de los jugadores y cerca de un gazebo que proteje del sol está Jorge Almirón, el estratega de Boca. El entrenador luce distendido, aunque todo está en su cabeza. Es quien toma todas las decisiones en el cuerpo técnico, por más que consulte con sus dos hombres de confianza buena parte de sus movimientos: Pablo Manusovich y Maximiliano Velázquez. El primero de ellos es más un cerebro táctico, experto en análisis de video y en resolver los enigmas que proponen las defensas rivales. Si Boca quiere llevarse la Séptima de Brasil tendrá que encontrar los caminos hacia el arco de Fábio, el veteranísimo arquero de Fluminense. Ahí es donde se verá el sello de Manusovich.
Velázquez, en cambio, sabe de memoria cómo juegan los rivales. Ex futbolista de Ferro y Talleres de Córdoba, campeón y capitán con Lanús, es más un hombre de vestuario. Durante los partidos, Maxi suele tener un auricular en uno de sus oídos. Y apelar a una tablet para ver jugadas puntuales que necesiten, por ejemplo, la asistencia del VAR. Nada está librado al azar y mucho menos en una final de Copa Libertadores.
“Almirón no los va a marear de cara al partido”, se escucha entre la prensa que sigue a Boca a todos lados y también está en esta Ciudad Maravillosa: Conmebol recibió 1300 pedidos de acreditaciones para el encuentro, el doble de la capacidad del palco para los periodistas en el Maracaná. Esa frase sirve para ilustrar cómo serán los días previos al partidos. Boca sabe todo de Flu y Flu sabe todo de Boca; no hay secretos. Tampoco habría sorpresas tácticas: Valentín Barco, el talento irreverente del equipo xeneize, está entre los futbolistas que salen al campo a practicar. No parece tener molestias físicas y, a sus 19 años, derrocha energía de cara al desafío de su vida. Privilegió el camino hacia la Séptima antes que un multimillonario pase a Europa, a la Premier League. Barco quiere estar acá y Boca lo precisa; Barco es desequilibrio.
Si Barco juega desde el arranque, como parece, Luca Langoni arrancará desde el banco de suplentes. Y el trío Almirón-Manusovich-Velázquez pondrá en la catedral del fútbol brasileño a diez de los once jugadores que jugaron contra Palmeiras. La excepción es Marcos Rojo, expulsado esa noche. Y allí radica la principal decisión que tendrá que tomar el cuerpo técnico de cara al partid por la Séptima. Es la experiencia del paraguayo, un guerrero de la defensa curtido en México, donde vistió durante siete años la camiseta del América, o el momento actual de Nicolás Valentini, un juvenil de la casa que debió irse a Aldosivi de Mar del Plata para formarse a las órdenes de Martín Palermo para darse a conocer. Todo indica que el rubio le ganará la batalla al guaraní. Y Valentini será el hombre encargado de jugar de Rojo, al lado de Nicolás Figal.
Almirón y los suyos también tienen que resolver el enigma Benedetto, quien tampoco llega óptimo a la final tras su lesión frente a Racing. Pero el Pipa quiere jugar. Los hinchas, en general, lo alientan. El 9 sabe que perdió terreno contra Cavani & Merentiel, la avanzada charrúa cuyo trabajo es hacer los goles de Boca. Sin embargo, el Pipa tiene un diferencial que ellos no: todo lo que ya hizo con la camiseta de Boca. Su pasado no lo condena sino, más bien, todo lo contrario: lo apuntala. Esa energía puede ser fundamental en una final larga, que llegue hasta una eventual media hora de prolongación. Benedetto, siempre listo, podría ser la llave del gol.
Así las cosas, la formación que Almirón tiene en la cabeza y prueba en los entrenamientos incluye a Sergio Romero en el arco; una línea de cuatro en el fondo compuesta por Luís Advíncula, Nicolás Figal, Nicolás Valentini y Frank Fabra; el mediocampo que se viene afianzando con Cristian Medina, Ezequiel Fernández, Pol Fernández, Valentín Barco; y la delantera uruguaya conformada por Edinson Cavani y Miguel Merentiel.
Los 15 minutos abiertos para la prensa incluyen una charla de Almirón con los futbolistas. Se acabó la ansiedad por el viaje, la incógnita por ver cómo los recibía Río de Janeiro. Arrancó la cuenta regresiva hacia el Maracaná; hacia ese 4 de noviembre que puede ser histórico para todo el pueblo xeneize. Hacia la Séptima.
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