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Boca - River: Luca Langoni y la mayor prueba para los pibes que crecimos en el xeneize o el millonario, jugar el primer superclásico entre los grandes
Todos los futbolistas nos parecemos, aunque nuestros orígenes sean distintos hemos pasado por un camino largo, espinoso, de competencia continua para alcanzar el lugar que soñamos desde chicos
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La historia, la rivalidad, el eventual significado que puede tener el resultado para los dos equipos... Es difícil no repetir conceptos ni caer en los habituales lugares comunes antes de un superclásico. Esta vez y desde un punto de vista muy personal, la presencia de Luca Langoni en la delantera boquense le otorga un matiz diferente a este Boca-River. Sea como titular o no, el pibe que con sus goles desanudó los últimos dos partidos del equipo de la Ribera jugaría su primer clásico entre los grandes con muy pocos encuentros en su currículum, y aunque no sería honesto si dijera que me veo reflejado en él (entre otras cosas, esa circunstancia me llegó con más minutos en Primera), sí que reconozco algún punto en común con mi propia experiencia.
Todos los jugadores nos parecemos. Aunque nuestros orígenes sean distintos todos hemos pasado por un camino largo, espinoso, de competencia continua para alcanzar el lugar que soñamos desde chicos y al que llevamos con nosotros también las ilusiones de la familia y los amigos, del club y del público. Pero si el caso de Langoni guarda alguna semejanza con el mío es porque los dos debutamos en Primera en momentos coincidentes con el deseo de la gente de ver en el equipo el aire fresco que brindan las caras nuevas, y porque recorrimos esa ruta en las categorías inferiores del club, lo cual nos da -también a quienes cumplen ese proceso en River- una sutil ventaja sobre los que llegan contratados desde otras instituciones.
De ninguna manera se puede parangonar un clásico en la primera que otro jugado en la reserva, la cuarta o la quinta. Ni en la repercusión mediática ni en el sentimiento que anida en el imaginario colectivo. Pero es una escuela, y si bien cambia la escala, lo que se vive en la semana previa también tiene un punto abrumador. Uno no vive solo sino que participa del mundo que lo rodea y nota en su entorno y hasta en el camino hacia la cancha que no es un partido más. Ese aprendizaje nos va curtiendo y si bien no garantiza evitar los nervios o disminuir la carga de responsabilidad que acumulan los demás compañeros, sí que nos otorga algo más de colchón ante lo que va a ocurrir con el estadio lleno y las expectativas al máximo nivel.
Por otro lado, y aunque soy reacio a comparar épocas, es evidente que la sociedad ha cambiado. Recuerdo fotografías de la vida diaria muy difíciles de ver actualmente, como la de mis abuelos sentados en la puerta de su casa en La Paternal mirando pasar la vida con otra serenidad, otra paz y otros ruidos; o la de los chicos pateando la pelota en las calles. Pero desde siempre el hecho social está vinculado al futbolístico y en la Argentina las crisis económicas son recurrentes. Si en mi época no nos pagaban, había huelgas o se entrenaba en condiciones deplorables, hoy los jugadores se van al exterior con pocos partidos en la primera y ambas situaciones terminan influyendo en el acceso de los más chicos al primer equipo.
Es cierto que en su día los pibes surgíamos de a uno o dos y ahora, por pura necesidad, se le da más valor a las inferiores, pero ayer y hoy sigue habiendo lugar para las casualidades y los imponderables que habilitan un hueco entre los grandes. Hace seis meses podría haber escrito esta misma columna referida a Exequiel Zeballos y no habría porqué borrarla. Pero su lesión -y la de Sebastián Villa- le abrieron las puertas a Langoni. Todo pasa muy rápido, las figuritas se van tapando unas con otras y ahora la rueda lo convoca a él.
Por supuesto resulta imposible saber de antemano cuál será la respuesta del chico de Boca al desafío. El escenario de pasiones exacerbadas que conforma un clásico en la primera es un universo nuevo que uno puede imaginar o se lo pueden contar, pero que nadie enseña cómo vivirlo, y tanto la preparación mental que cada uno haga en las horas previas como la actitud que vaya a demostrar cuando la pelota empiece a rodar son patrimonios estrictamente personales.
Es muy probable que Langoni salga a la cancha con la ilusión enorme de ser parte del partido e incluso el héroe de la tarde. Esto también es un punto común a todos los futbolistas, más aún si se es un delantero con facilidad para el gol. En ese sentido es importante contar con la facultad de compatibilizar dos cuestiones: no perder la alegría de jugar y vivir el partido mentalmente liberado pero sabiendo qué representa lo que se está jugando, y a partir de ahí hacer naturalmente lo que a uno mejor le sale. Sería insoportable estar pensando en que se puede defraudar al equipo en cada pelota que se toque.
A Luca Langoni le aguarda una tarde de emociones fuertes, igual a la que hemos vivido todos los que alguna vez tuvimos el privilegio de disputar un primer superclásico. El hincha de Boca medirá hasta dónde llega su atrevimiento y su responsabilidad frente a los grandes retos, aunque deberá entender que muchas veces son las circunstancias del partido las que dictan rumbos impensados sin que una actuación individual pueda torcerlos. Su carrera, en todo caso, no dependerá de este domingo sino de su capacidad para seguir aprendiendo y creciendo. Solo él podrá mantener encendida durante el mayor tiempo posible la llama de la gigantesca ilusión que sin duda llevará a la Bombonera.
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