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Boca - River: Hugo Ibarra y el juego de los candidatos en la Liga Profesional: “Ahora vamos a luchar hasta el final”
“Dije que no peleábamos por respeto a los que estaban arriba. Ahora, vamos a luchar hasta el final”, dijo el entrenador
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Está claro que nadie puede atreverse a dar por concreto que Hugo Ibarra sea el entrenador verdaderamente ratificado en Boca o si lo suyo se trata, como se planteó en aquella conferencia de presentación de comienzos de julio, una estadía hasta fin de año, asegurando entrelíneas que su experiencia al mando de Boca sería mediante un interinato hasta la finalización de su vínculo. Seguramente, puertas adentro tengan “todo clarito”, como señaló Juan Román Riquelme. No obstante, el semblante mesurado del exlateral derecho después de, nada menos, ganar el superclásico en la Bombonera marcó que la procesión, al parecer, va por dentro. En ese interior, seguramente, recorra la sensación de que en la tarde del domingo se recibió de técnico. Para el Ibarra público, falta. Quizás, ser campeón de la Liga Profesional con el sabor dulce del clásico.
Porque era clave para las aspiraciones xeneizes ganarle a un River que, por los tropiezos de quienes están por encima en la tabla de posiciones y más allá de lo que significa un encuentro semejante, era un rival directo.
Aunque, en los días previos, Ibarra le quitó el cartel de candidato a su elenco “por más que ganemos el clásico”, sabe muy bien que esta construcción conjunta, la de su figura sentada en el banco y lo que plasma en el campo, va encontrando su rumbo. Incluso, en la conferencia de prensa post victoria, cambió el discurso: “Dije que no peleábamos por respeto a los que estaban arriba. Ahora, vamos a luchar hasta el final”.
Es que los superclásicos, aseguran quienes lo vivieron, marcan. Boca no lo jugó –como era esperable- con una identidad clara (“veo que, de a poco, la vamos teniendo”, dijo conforme), pero sí con inteligencia, siendo sólido en cada línea y hasta estratégicamente mejor que los de Marcelo Gallardo.
El técnico de los de Núñez, como acostumbra, sorprendió: cinco defensores que, aunque los empleó alguna vez ante Boca, sorprendieron en el armado. No a Ibarra: “Sabíamos que se guardarían el esquema, pero no me preocupaba no saber cómo formaba”. Así, puso a Martín Payero sobre Enzo Pérez y tanto Juan Ramírez como Guillermo Fernández se ampliaron a los costados de Alan Varela para que los carrileros millonarios no tuvieran peso. Lo controló.
Como había detalles que exponían cierta desorganización en el retroceso, lo corrigió a tiempo: para el complemento mandó al veloz Luca Langoni a encargarse de Milton Casco para que “Pol” no tuviera que salir tan lejos. Casualmente, fue cuando Gallardo decidió romper su idea inicial para poblar la mitad de la cancha: jaque mate.
“Nosotros estuvimos cómodos en nuestra cancha, con nuestra gente. Fuimos totalmente superiores y estábamos convencidos de lo que queríamos”, respondió pícaramente a la consulta sobre los dichos de Gallardo, que aseguró que su equipo solía sentirse cómodo cada vez que jugaba en la Bombonera.
“Ojalá el domingo esté como estoy ahora, con alegría”, había dicho el viernes. Con el triunfo consumado, seguramente, se haya sentido con una mayor explosión que se acerca a la felicidad. Se insiste: todo interno. Lo sufrió, claro. Y eso sí lo exteriorizó: para sus nervios ya no existió, durante el tramo final, el corralito de los bancos de suplentes. Casi que acompañaba el viaje de la pelota cuando su equipo ya sólo cuidaba la ventaja. Se exasperaba con la función de Frank Fabra, al que apuraba con aplausos para que no se relajara y le diera espacios a los intentos finales de los futbolistas de River que buscaron desbordar su costado.
Lo mejor del partido
Sin embargo, cuando el pitazo de Darío Herrera decretó que ya era el momento de relajarse, saltar, festejar y sumarse a la fiesta xeneize, él se mantuvo en tierra. Abrazos rápidos y discretos con sus colaboradores: quería buscar al técnico rival para darle la mano, abrazarse con mutuo respeto, intentar decirle algo en medio de tanto fuego artificial y retirarse.
Sin sumarse a la euforia de sus jugadores, caminó hasta el túnel y ni el encuentro frontal con los desaforados plateistas lo activó: apenas saludó tibiamente a los que lo reconocían y retomó sus manos a los bolsillos para dirigirse al vestuario. Nada de festejarlo como un jugador (y vaya si sabe hacerlo) y sí absorberlo como si fuera un técnico hecho y maduro.
“Desde que hablé con los muchachos del Consejo, sé que esto es partido a partido. Amo a Boca. Voy a hacer lo posible para llevarlo al éxito y no pienso en si sigo en 2023. Para nada. Sería desenfocarme”, aseguró Ibarra. Un ¿interino? que, con este clásico, empieza a ser visto de otra manera.
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