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Boca - River: el superclásico de todos, el que atravesó tiempos fantásticos
La Bombonera será testigo de un choque que de trenes único
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El superclásico siempre fue un mundo fantástico. Desde aquellos aguerridos con camisetas de piqué hasta los de hoy, con telas de última tecnología que juran que la transpiración no afectará el rendimiento. De pelados, bigotudos y botines con tapones de goma gastados a las cejas cinceladas, ropa entallada y calzado multicolor. Tal vez aquellos hayan sido más sanos e ingenuos. Y estos se pierdan entre los egos mayoritarios que decantan hacia aquellos que alguna vez patearon la pelota y hoy son entrenadores o dirigentes. Como en el cine o en el streaming, para ser más modernos, cualquier similitud con la actualidad será pura coincidencia. El superclásico no es de ellos. Es de todos y atraviesa todos los tiempos con el zumbido de una lanza.
Este domingo, a las 17, en la Bombonera, Boca y River animarán otro duelo de gigantes, que esta vez corren de atrás en la lucha por el título. Raro en ellos.
Antes, Ángel Labruna se tapaba la nariz al entrar en la Bombonera. En algún Súper 8, Hugo Gatti aún estará jactándose de los mil dribblings con sus piernas de escarbadientes en el arco que daba a la Casa Amarilla. River y Boca eran eso. El engaño del inmortal Diego Maradona en la enésima gambeta. El cabezazo del Beto Alonso con una pelota naranja. Hoy son una cosa bien distinta. Antes, si bien ya todo empezaba a deformarse con las cámaras, eran Ramón Díaz y Mauricio Macri apostando un autito de colección por TV. Sólo ellos sabrán si fue cierto. Hoy todo es más frío y distante. Ya no se puede hablar mano a mano con los jugadores. Las prácticas, por más que se abran las puertas, son a lo lejos. Quizá no haya tanto para decir ni mostrar. Tal vez todo quede en las redes sociales. Ni mejor ni peor. Distinto.
¿Qué es River? Un equipo irregular construido alrededor de un tótem, Marcelo Gallardo, que siempre tiene un as en la manga por los mano a mano ganados en cuestiones internacionales. Si a River le hace bien vivir de la final de Madrid 2018 lo sabrá el mismo River. Hoy, por lo pronto, es un conjunto con vaivenes, que le sigue el paso a equipos como Atlético Tucumán, Gimnasia o Huracán, con presupuestos infinitamente inferiores. También perdió bastante con Boca desde entonces.
River hoy es aquel que despierta entusiasmo por la explosión de Pablo Solari, el refuerzo estrella que, presuntamente, se ganó el corazón con apenas nueve partidos y siete goles. ¿Será suficiente? También es aquel que habla de quebrantos emocionales en el vestuario, con referentes hartos del máximo rendimiento y un entrenador tan exigente como asfixiante. ¿Será cierto? Nadie lo sabe. Si algo los diferencia, River bien sabe cuánto polvillo cabe debajo de su alfombra. En Núñez, el silencio es salud.
No se trata si Franco Armani juega infiltrado. Mucho menos si el muchacho Pablo Solari arriesga a una lesión mucho mayor por la causa, por la trituradora. La formación, nombre más o nombre menos, propondrá una idea de base. Un volante más, uno menos. No es tan grave.
Grave, y antes de ir directamente al juego azul y oro, hubiera sido si, con la autorización del juez Edgardo Lara Correa, Rafael Di Zeo y Mauro Martín zarandeaban las banderas desde el corazón de La 12. Finalmente, eso no ocurrirá: la Cámara Contencioso Administrativo Federal, de la Sala IV, aceptó el recurso de queja del Ministerio de Seguridad de la Nación. Entonces, se mantendrá el derecho de admisión y los barrabravas no deberán ingresar al estadio.
Ahora sí, vayamos a Boca, el equipo del que siempre se sospechó que tenía un doble comando. En Boca todo es un reality show. Desde los tiempos de un técnico consagrado, como Miguel Ángel Russo, hasta los temporarios, como Sebastián Battaglia y Hugo Ibarra. Porque si en algo se empecinó en los últimos tiempos Juan Román Riquelme fue en que los técnicos llegados desde la reserva no eran interinos, pero que también serían evaluados, casualmente, en los diciembres venideros. A tono con la Argentina, los contratos temporales encubiertos bajo algún formato legal. Nada sorprendente, por cierto.
Boca es eso. Los vaivenes, los sainetes. ¿Riquelme tiene un joystick? Por el momento sólo se lo ve con un mate dentro de su palco, siempre bien rodeado. El ciclo quedó marcado por los alambres de púas en las negociaciones contractuales y los mensajes duros de sus mosqueteros en el Consejo de Fútbol.
Battaglia resistió hasta cierto punto. Ibarra, mientras se divierte en el fútbol senior, hace los palotes en un cargo que, quizá, se haya imaginado dentro de mucho tiempo. En el medio queda un plantel inestable, que todavía no hizo las paces internas.
El caso de Darío Benedetto es testigo. Dichos irreverentes con un compañero. Puñetazos con otro. El del arquero ídolo es otro. A Agustín Rossi lo quieren todos, menos los dirigentes de Boca. Y no se trata de una negociación en particular. Esta vez los que presionan son los hinchas, que vuelan junto con el N° 1 en cada pelota.
En el medio le rechinan los dientes a Sergio “Chiquito” Romero. Llegó para ser titular y sigue eclipsado. ¿Resistirá? ¿Será otro estallido interno? El protocolo de Boca no contempla esos casos. Es como si los xeneizes se sintieran cómodos con el caos. Como si dentro del desorden supieran exactamente dónde están las medias con rombos verdes.
Y ya no se trata de la irreverencia de Benedetto ni de las faltas de respeto de Agustín Almendra. Tampoco de las trasnochadas del algún corazón joven y alocado. Algo más serio será el juego de los espejos que practica el presidente Jorge Amor Ameal. ¿Está o no está? Eso sí: la imagen vuelve distorsionada. Por lo pronto, manda Riquelme.
Será verdad aquello de que, a veces, tanto amor hace daño. Ellos lo sabrán. Boca y River. Con un DT en el palco, de un lado. Y con un dirigente en el banco de los suplentes, del otro. ¿Quién le pondrá el cascabel al gato?
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