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Boca - River: Carlos Tevez, como en el sprint del título de la Superliga, aparece con su orgullo para cambiar la historia
Tuvo que jugarse un Boca-River para que quedara en evidencia una verdad más grande que una catedral: a este engendro de copa creada por los dirigentes lo único que la podía sacar de la abulia y el desinterés generalizados era un superclásico. Entre la AFA y la Liga Profesional de Fútbol hicieron todo lo posible para escamotear ese partido, como con tantos otros clásicos que siguen en hibernación, pero el fútbol y el destino se apiadaron para que Boca y River se cruzaran para reanimar y darle vida a un certamen en estado vegetativo.
Hay superclásicos que pueden con todo, que dejan en letra muerta lo que se invocó hasta que empezó a rodar la pelota. Supuestamente, los dos tenían puestos el cuerpo y la mente en las inminentes semifinales de la Copa Libertadores. Este choque en la muda Bombonera, encima en un 2 de enero, era una intromisión incómoda, casi que un trámite a sacárselo de encima lo más pronto posible. Pero el virus histórico del superclásico fue más fuerte, los dos se terminaron contagiando. Finalmente, desde las formaciones, Boca demostró más que River que lo único trascendente son las series contra los brasileños. De arranque, Marcelo Gallardo puso más titulares que Miguel Ángel Russo.
Y en cuanto a la intensidad, el compromiso, la entrega y la rebeldía para obtener el mejor resultado posible, los dos jugaron como si no hubiera mañana, como si les fuera la vida en esos 90 minutos. Ninguno quitó la pierna y si algo sobró, fueron los codazos y manotazos de un desquiciado Campuzano. Lento de reflejos estuvo Russo cuando mantuvo al colombiano en la cancha desde que un permisivo Rapallini sancionó solo con una tarjeta amarilla un codazo premeditado a Carrascal. Era expulsión directa.
Así como Boca le quitó a River el torneo pasado que tenía ganado hasta dos fechas antes del final, en la noche del sábado le empató un encuentro que tenía perdido a cinco minutos del cierre. Estas dos secuencias frenaron un poco el tsunami que venía siendo para Boca el River de Gallardo. Recuperó el orgullo que había quedado magullado en el último año de Guillermo Barros Schelotto y en la temporada de Gustavo Alfaro.
El segundo gol de Boca: gran jugada previa de Tevez
Al frente de esa resistencia aparece Carlos Tevez, justamente la individualidad que había sido relegada por el Mellizo y Alfaro. Russo le dio consideración a alguien a quien le sigue bullendo la sangre por el fútbol. Lleva casi dos décadas de primera división en ese estado de ignición, traído desde Fuerte Apache. Al borde de los 37 años, está cerca de apagarse, pero Tevez quiere demostrar que cuando llegue ese momento será de golpe, y no como una tenue llama que se va agotando progresivamente, lejos del ardor con que quema canchas y defensas rivales.
El sprint de los siete triunfos consecutivos que posibilitaron el último título de la Superliga llevó el sello de Tevez, autor de seis goles, incluido el del 1-0 al Gimnasia de Diego Maradona, la noche de la consagración. El ídolo y el referente se hacía cargo, se ponía al frente de lo que parecía imposible, misión para los elegidos, como lo es Tevez.
"Carlos está muy bien. Es uno de los que más cuido porque se vienen las semifinales de la copa. Está enterito", expresó Russo tras el trepidante 2-2, como justificativo de su decisión de preservarlo en el banco de los suplentes.
Algunos minutos iba a tener, eso era casi seguro; la cuestión era saber en qué clase de partido ingresaría. Y le tocó entrar cuando el superclásico ingresó en una montaña rusa: un minuto antes de la expulsión de Campuzano, a los 12 minutos del segundo tiempo, momento en el que River empezó a cargar con toda la caballería sobre el área de Andrada.
Si Boca había estado bastante replegado once contra once, con 10 se atrincheró más cerca de su área. Aun en ese contexto desfavorable, Tevez le bajó un par de veces las revoluciones a River con las pocas pelotas que le llegaban. Ponía el cuerpo, aguantaba la pelota. Era una lucha titánica y en soledad. Según las estadísticas de Opta, Tevez no pateó al arco, tocó 16 veces la pelota, dio apenas 10 pases, cometió tres foules y recibió dos.
Pero jugadores como el Apache saben encontrar la grandeza en la insignificancia estadística. Con la expulsión de Enzo Pérez, el partido dio otro giro, y estaba Tevez para hacer fortuna con unas monedas. Recibió en zona central y con un giro se sacó de encima a Robert Rojas, cuyo fuerte es el mano a mano. No pudo el paraguayo. Tevez barrió el frente de ataque y soltó el pase para la cortada de Villa, que definió con sutileza sobre la salida de Armani.
Misión cumplida para el N° 10. Su intervención había sido decisiva. Tampoco se ahorró alguna entrada fuerte, que en otras ocasiones causaron lesiones en los rivales. A Nacho Fernández lo cortó con un tackle junto a una banda. "Hasta la expulsión de Campuzano, el partido lo teníamos controlado. Después fue totalmente de River. El partido fue muy cambiante. Con esta camiseta siempre son finales. Fue un partido que antes no lo levantábamos y ahora lo conseguimos. Eso es un buen indicio", expresó Tevez. Pudo haber sido su último superclásico, el número 17 de su carrera. Si lo fue, en unos pocos minutos no le quedó ninguna cuenta pendiente. O quizá el destino le tiene reservado uno más, el de la final de la Copa Libertadores. El último baile para el encargado de bajarle el tono triunfal a River en dos comienzos de año.
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