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Boca recupera la autoestima y deja atrás los traumas contra River
Sin ser superior en lo futbolístico, lo volvió a eliminar por penales, esta vez por los octavos de final de la Copa Argentina
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Penales mediante, Boca va descontando la seguidilla de eliminaciones ante River que tan herido tenían su orgullo. Las cinco series con derrotas empiezan a quedar más lejos, reparadas en parte por estos dos triunfos por penales en la Copa de la Liga y en esta Copa Argentina que los enfrentaba por primera vez. Son esos resultados, más que el nivel del juego, los que le devuelven la autoestima y lo alejan de los traumas.
Sin haber estabilizado un proyecto como el que su clásico rival sostiene desde hace años, Boca disimula sus carencias, de arrastre y actuales, y en este 2021 se cobra algunas cuentas pendientes de larga data contra River. En la gestión de Miguel Ángel Russo, Boca empató los cuatro superclásicos. Suficiente para cerrar la hemorragia y curar males con el remedio de los penales. ¿Futbolísticamente fue superior a River? Casi nunca, por eso no deja ser un mérito que, en las sensaciones finales, haya frenado la dinámica negativa con la que es tan difícil convivir.
Cómo no crecerse anímicamente si pudo nuevamente con River, aun siendo inferior, sobre todo en el segundo tiempo, y sin que Armani tuviera que atajar una pelota en los 90 minutos. Cuando el arquero fue llamado a intervenir en los penales, no pudo con los certeros remates de Rojo, Ramírez, Pavón e Izquierdoz.
El resumen del 0-0 y la definición por penales
Boca podía permitirse no jugar bien, porque tampoco se le debe exigir lo que no hace habitualmente, pero no podía fallar en entrega y actitud, a riesgo de que el clima enrarecido de los últimos tiempos se le tornara irrespirable. Fue un poco menos que River en los 90 minutos, pero mucho más en los penales, en definitiva el metro-patrón para levantar la medición de un superclásico que casi no pasó la altura de un zócalo.
El cuarto superclásico del año empeoró bastante a los tres anteriores, que tampoco habían sido una maravilla. Viene en decadencia el partido más importante del fútbol argentino. Un total de 28 foules y diez amonestados fueron arrinconando cualquier vestigio de fluidez en el juego, de continuidad en las acciones.
Boca no tiene gol, consecuencia directa de sus limitaciones ofensivas y del tono discreto que transmite el equipo en general. Juan Ramírez, el refuerzo recién llegado, fue el más desequilibrante y River lo frenó sistemáticamente con foules; hasta cinco jugadores hizo amonestar el ex San Lorenzo.
La última vez que Boca había dispuesto una línea de cinco defensores o, si se quiere, de tres centrales y dos laterales-carrileros, fue en la eliminación por penales ante Racing por la Copa de la Liga. Fue hace poco más de dos meses y de aquella formación solo se repitieron tres titulares anoche (Rossi, Zambrano e Izquierdoz). La transformación del equipo es tan profunda y constante como incierto es su estilo, su identidad. Muchas de las decisiones y el modo de relacionarse de la dirección del club tampoco contribuyen a crear un clima de estabilidad y previsibilidad. Casi que no hay día sin un foco polémico. Muy difícil crecer en ese entorno, que empuja a varios jugadores a querer irse.
River fue superior en el arranque del segundo tiempo. Creó las tres situaciones de gol que tuvo un partido chato. Romero no fue el delantero implacable de las últimas semanas, desenfocado hasta en los penales. La ausencia de Suárez dejó a River sin el faro que todo ilumina y aclara, síntesis de lo que pretende Gallardo. River tuvo una primera media hora muy adormecida, casi que Boca le robó su libreto de presión alta y acoso. En ese lapso, aguantó firme atrás, favorecido por un Boca sin filo ni penetración.
River se pareció más a si mismo en el arranque del segundo tiempo. Se asoció mejor y llegó más al área, pero como en superclásicos recientes no aprovecha los pasajes favorables. Los deja pasar y después se lamenta. A medida que avanzaba el partido pareció conformarse con un empate que a Boca le cerraba hacía rato. A ninguno de los dos les sobró virtudes y el miedo a ganar fue compartido. Armaron un partido de brutos, del que Boca salió golpeándose el pecho, que tanta falta le hace.
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