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A 20 años del "Muletazo": intimidad, confesiones y detalles de una noche única para Boca y Palermo
"Martín. Para que te lo vayas metiendo en la cabeza. Contra River vas a ir al banco. Voy a hablar con los médicos. Si estás curado, yo asumo la responsabilidad. Te voy a necesitar para meterles miedo. Vos siempre sos un problema para ellos. La idea es que empieces a entrar en calor cuando arranque el segundo tiempo. Si te necesito, te voy a poner 15 o 20 minutos. Y sé que te voy a necesitar…"
Carlos Bianchi ya lo había visto todo. Sabía al detalle lo que sucedería ese 24 de mayo de 2000 (se cumplirán este domingo 20 años), en el partido de vuelta de una de las series de los cuartos de final de la Copa Libertadores.
"Si ellos ponen a Palermo, yo lo pongo al Enzo", había dicho Américo Gallego por esos días. Esa chicana, con Francescoli retirado hacía más de dos años, había sido el último empujoncito. Era justo lo que precisaba el técnico más exitoso de la historia xeneize para asumir el riesgo de apostar por Palermo, inactivo desde hacía más de seis meses por la rotura de ligamentos cruzados de su rodilla derecha y su posterior rehabilitación.
La serie contra River era parejísima. Como consecuencia del gran nivel de los dos planteles y el hecho de que entonces no se tenían en cuenta los goles anotados en condición de visitante, el 2 a 1 en el Monumental (Ángel y Saviola para los locales; Riquelme, de tiro libre, para el Xeneize) había dejado todo abierto para una definición dramática en la Bombonera. Y así fue.
"Se vivió con muchos nervios", recuerda Nicolás Burdisso en diálogo con LA NACION. Y agrega: "El primer tiempo fue muy chato. Casi no tuvimos situaciones. Me acuerdo solo una de Gustavo Barros Schelotto que, desde el banco, nos pareció penal. Pero no creamos casi nada. Ellos estaban con dos líneas de cuatro. Bien cerrados."
El relato del ex defensor y reciente director deportivo del club de la Ribera es detallado. Aunque hubo dos momentos más de emoción: Bonano le sacó un mano a mano a Delgado y en el arco de enfrente Córdoba le ahogó el grito a Ángel.
Durante el entretiempo, el clima en la Bombonera fue especial. La tensión por el resultado incierto contrastaba con la enorme ilusión del pueblo boquense, que cantaba bien fuerte por Palermo y por el equipo. Y también con la alegría de los hinchas riverplatenses, que en una postal que hoy parece de ciencia ficción, gritaban felices en las dos bandejas de la popular visitante. No es para menos: estaban a sólo 45 minutos de avanzar a las semifinales.
"En el segundo tiempo el equipo salió con una actitud diferente. Pero hasta el gol del Chelo Delgado parecía un partido muy cerrado", agrega Burdisso. Y así sucede. Porque hasta los 14 minutos el partido se mantenía 0 a 0, y con ese resultado el ganador de la serie era River.
Hasta que los planetas comienzan a alinearse para el equipo de Bianchi. A la medida de lo que estaba en juego, los dos equipos empiezan a arriesgar más. Los de Núñez se adelantan en el campo, e incluso un desborde de Ariel Franco por la derecha terminó con un fuerte remate (mitad al arco y mitad buscapié) cruzado. Por unos centímetros, Ángel no llegó a conectar el balón casi debajo del arco.
Un nuevo intento de River, iniciado por Saviola por la izquierda, derivó en un cambio de frente que interceptó Arruabarrena y que le cedió a Riquelme. Román tomó el balón en el medio campo e inició el contragolpe. Cerca del vértice del área grande, el N° 10 enganchó para adentro ante la salida de Lombardi y vio que nadie había hecho el relevo de Placente, que se había sumado al ataque. El centro-pase fue perfecto. Delgado saltó y conectó la pelota con lo que pudo. Terminó impactando con el gemelo derecho, entre la desesperación de Yepes, que no pudo desviarla con su cabeza, y la salida de Bonano.
El 1 a 0, a los 14 minutos, llevaba la serie a los penales. Pero el desahogo de los hinchas de Boca fue gigantesco. Dentro y fuera de la cancha. Tanta fue la efervescencia que pocos de ellos llegaron a ver el apenas posterior manotazo salvador de Oscar Córdoba, que le sacó un tremendo zurdazo de Zapata con destino de ángulo derecho.
Un cambio inadvertido: el ingreso de Battaglia
A los 29 minutos, se produjo un momento bisagra del partido, y que pasó desapercibido: Bianchi decidió que era el momento indicado para que ingrese Sebastián Battaglia, un chico de 19 años con apenas 28 partidos oficiales y sólo 11 juegos internacionales. "Entro por el Mellizo Gustavo y me paro de volante por la izquierda. Carlos me había pedido, como siempre, que fuera ordenado. Y que trate de sumarme al ataque cuando vea la oportunidad. No es lo mismo esa libertad que estar jugando como N° 5", recuerda Battaglia, hoy entrenador de la Reserva de Boca.
Un instante después, la Bombonera se estremeció. Bianchi lo llamó a Martín Palermo. El grito fue ensordecedor. "Esto es único. No se puede creer", le dijo en ese momento Alfredo Moreno al doctor Jorge Batista y al kinesiólogo Rubén Araguas, que lo atendían luego de una infracción de Yepes cerca del lateral derecho.
A los 32 minutos, y con la serie no resuelta, Palermo volvía a pisar un campo de juego después de 193 días. Luego de que Bianchi le dijera al oído "Entrá y hace un gol" y lo besara, chocó ambas manos bien arriba con Moreno y pisó el césped bien firme, con su pierna operada y recuperada. Palermo tuvo la sensación de que algo grande estaba por pasar. Los fanáticos de River parecen haber quedo inmovilizados ante un simple cambio. Y Gallego, que automáticamente se enfocaba en aguantar el 0-1 para llegar a los penales, dispuso la salida de Aimar (volante ofensivo) y el ingreso de Guillermo Pereyra (mediocampista defensivo). Se lo grafica el propio Batista a LA NACION, 20 años después: "Cuando lo vemos entrar, no sé si era un deseo o una intuición, pero es como que soñé que hacía un gol. Y el estadio se estremeció, aún más que ante un gol. Fue algo inexplicable para quien no estuvo esa noche ahí."
"Esa fue una jugada magistral de Bianchi", elogia ahora Araguas. Y compara: "Martín entra y genera un susto en el rival con su sola presencia. Es como la leyenda del Cid Campeador, que lo atan muerto al caballo para combatir a los moros. Y los moros cuando ven venir esa silueta, salen corriendo. Esa jugada psicológica fue decisiva. Y generó un cambio en el estado anímico de todos. Eso fue como un gol. Por eso se gritó como tal. Porque cambió todos los planes. La jugada imposible."
El partido seguía 1 a 0 y la serie, indefinida. A los 39 minutos del segundo tiempo, Battaglia se convirtió en partícipe clave de la noche. "Estábamos atacando por la izquierda. Viene un rechazo corto y la pelota me queda a mí. La freno, veo que me viene a marcar Pereyra y en un ataque de habilidad se me ocurre tirarle un caño. Lo paso en velocidad, entro al área, punteo la pelota y Trotta me cruza. Penal", describe el ex mediocampista.
Ángel Sánchez no dudó en sancionarlo. "Cuando le cobran la falta a Seba (Battaglia), yo estaba haciendo la entrada en calor. Y Carlos, en lugar de celebrar el penal, me llama y me dice: ´Ahora cuando Román mete el penal entrás vos´. Bianchi tenía todo tan claro que él ya sabía que era gol y que tenía que entrar para cuidar mejor el medio campo", rememora Burdisso, que entonces tenía 19 años y antes de ingresar en ese Superclásico había disputado apenas 4 partidos.
Riquelme lo pateó con la cara interna de su botín derecho, a la izquierda de Bonano, que fue hacia el otro palo. El N° 10, desbordado de felicidad, abrió sus brazos como queriendo festejar con todos. "En medio de la corrida se me trepa, y yo camino varios pasos con él colgado de mi cuello. Primer indicio de que la rodilla estaba bien. Firme. Lista", cuenta Palermo en su autobiografía, realizada por Miguel Bossio y publicada en 2011 por Planeta.
Ese 2 a 0 volvía a colocar al club de la Ribera en las semifinales de la Libertadores, nueve años después de la escandalosa serie con Colo Colo en 1991. Pero todavía faltaba lo mejor para Boca.
La expulsión de Gustavo Lombardi por un fuerte cruce sobre Hugo Ibarra inclinó más la balanza. Y se generó el caño de Riquelme a Yepes, tan recordado por los hinchas. Julio Marchant recibió la pelota por la derecha y se la dio a Román. Pegado al borde de la cancha, a metros del túnel local, con un rival acercándose de frente y con Yepes pisándole los talones, el enganche de 22 años tiró un caño de espalda y pisando la pelota. El colombiano, leal, durante toda esa secuencia intentó quitarle el balón sin hacerle falta. Y será algo que Riquelme siempre destacará de esa jugada.
La fiesta xeneize iba llegando a su fin. Pero faltaba el gol de Palermo, el que se celebraría a la par de un título por los simpatizantes xeneizes. A los 44, Burdisso finalmente ingresó por Delgado para ganar unos segundos más.La pelota le llegó, una vez más, a Riquelme, que se fue sobre el sector izquierdo. Burdisso se la pidió, pero Román hizo la pausa justa para permitir la llegada de Battaglia. Llegó el pase exacto. El volante la punteó, eludió la marca y desbordó. Ya en el área, vio que Palermo estaba esperando el pase. Lo estuvo esperando desde que ingresó. Deseaba desde hacía medio año volver a estar frente a un arco. La pelota por fin le llegó. Y el milagro ocurrió.
"Pasó lo increíble. Martín se da vuelta en la forma en que se da vuelta. Lo que tarda en acomodarse. Lo que tarda en perfilarse y lo que tarda en patear. Fue todo en cámara lenta", le describe a LA NACION el doctor Jorge Batista, que con apenas 34 años había tenido la enorme responsabilidad de operar al goleador que ya valía millones de dólares, decisión de la cual siempre estuvo seguro de tomar, a pesar de las críticas que recibió entonces.
"Todos hablan del gol de la muleta. Pero él hace un gol de goleador. Porque es verdad que gira medio lento, pero luego elige dónde colocarla. No es que le pega un puntinazo. Él ve ese espacio exacto que hay entre el palo y el defensor y la coloca ahí, junto un palo. Hay un gran mérito suyo en ese gol. Es un golazo. Porque además, si el 9 era otro jugador, los de River se le hubieran acercado. Pero no se le acercan porque es Palermo. Porque genera temor con su sola presencia", valora Araguas.
Batista comparte: "Cuando vemos que la pelota entra al arco no lo podía creer. Nos miramos con Araguas y decimos ´¿Esto es verdad lo que está pasando o lo estamos soñando?´. Es algo indescriptible lo que sentimos. Por operarlo y rehabilitarlo. Mezcla de felicidad y orgullo. Porque Martín volvió, y volvió bien. Yo estaba seguro de que iba a volver bien."
¿Pudo uno de los goles más deseados y más gritados de la historia reciente de Boca haber sido anotado por otro futbolista? Entre risas, lo cuenta Burdisso: "Cuando se gesta esa jugada entre Riquelme y Battaglia, por la izquierda, Traverso estaba a mi lado, algo más cansado. Entonces yo me acerco para acompañar la acción. No llegando al área, como terminé casi llegando, sino para estar atento a un rebote, a una segunda jugada. Cuando Martín agarra la pelota y gira raro, y gira lento y gira mal, termina de espalda al arco y de frente a mí. Entonces yo se la pido, para patear. Pero obviamente él ya tenía todo claro qué iba a hacer."
Salvo en la popular visitante, desde el instante en que la pelota ingresó al arco en todos los sectores del estadio la algarabía fue total. Hubo gente llorando en las plateas, en las populares. "Fue la gran explosión de todos. De toda la cancha porque no solo fue el tercer gol. También fue cómo se dio, que lo hace Martín después de una larga inactividad, que en la previa Gallego había hablado de más y que nos permitía avanzar a las semifinales de la Copa, dejando afuera a River. Un montón de situaciones que hicieron que el final fuera de película. Fue realmente impresionante", resume Battaglia.
Burdisso agrega, en sintonía: "Hay una foto en la que Sebastián y yo estamos escoltando a Martín, que va corriendo a abrazar a Román, que está arrodillado. Eso resume ese momento, que fue inolvidable. Sobre todo porque eran sensaciones y emociones que yo todavía no había vivido en una cancha de fútbol. Es sentirte parte de un momento histórico. No creo que se pueda describir. Era momento de correr y abrazarnos. Eso era lo que había que hacer. Sobre todo porque era entender eso: que era un momento histórico que iba a quedar para siempre en la retina de todos los que estuvieron esa noche en la Bombonera."
Después del abrazo con sus compañeros, Palermo ya no pudo contener las lágrimas. Bianchi lo aplaudió con los brazos bien arriba, con una sonrisa de satisfacción y a lo lejos le gritó: "¡Buena! ¡Un fenómeno!" y él corrió en paralelo al campo de juego, arrojando besos a los hinchas mientras se acercaba al banco de suplentes. Allí se dio un abrazo fuerte con Araguas, mientras Bianchi eternizaba su pedido: "¡Al tordo, al tordo!", para que el reconocimiento también sea para el doctor Batista.
"Te quiero mucho. Esto es por todo el sacrificio que hiciste", le dije a Martín en ese momento, que lloraba", comparte Batista. Y amplía: "Tanto él, como yo y Rubén estábamos desbordados. Muy emocionados. No encuentro palabras para explicar el disfrute de esa noche. Esa descarga de adrenalina."
El gol, la emoción, los abrazos, las lágrimas, el pitazo final y la clasificación. Todo sucedió en 50 segundos. Y antes de ingresar al vestuario, Palermo se quedó solo, rodeado por todas las cámaras posibles. Allí, desbordado por la emoción y envuelto en un mar de lágrimas, el goleador abrió los brazos en cruz y le agradeció al cielo. Fue la última postal antes de que Roberto Abbondanzieri se le acercara y lo abrazara. Esa noche, Palermo se convirtió en leyenda.
Puertas adentro, la fiesta siguió. "El vestuario era una locura. Una fiesta. Había como 200 personas, pero nosotros estábamos en un rincón todos juntos, cantando desaforados, canciones contra River porque en la semana nos habían mojado la oreja. Y el equipo reaccionó cuando debía hacerlo. Ese era un equipo muy maduro", comparte y valora Burdisso.
"Tal vez haya sido una de las noches más perfectas para el hincha de Boca. De película", dijo Bianchi en conferencia de prensa, minutos después de saludar a los padres de Palermo y decirles: "Seguramente no lo quiera a Martín tanto como ustedes, pero jamás voy a hacer algo para dañarlo. Adiós. Felicidades."
"A mí me costó mucho dormirme esa noche. Porque seguías con la excitación de lo que había pasado. Para nosotros era un desafío cumplido haber puesto a Martín otra vez en un campo de juego. Y encima, con ese regreso tan perfecto. Nunca volví a ver ese partido. Me emociona mucho. Fue lo máximo", confiesa Batista, 20 años después.
Araguas cierra: "Es muy raro que yo llore. Soy muy duro en lo emocional. Pero esa noche, después de todo, cuando volvía solo a mi casa en mi auto puse la radio. Estaban repitiendo el relato de ese gol, y se me caían las lágrimas. Literalmente me salía agua de la cara. Fue la descarga a toda esa emoción vivida que había quedado tapada por la adrenalina."
El 24 de mayo de 2000 fue una jornada única e inolvidable para Boca. Victoria, goleada, regreso triunfal de Palermo, eliminación del clásico rival y clasificación a las semifinales de la Copa.Y si bien faltaba superar a América de México y a Palmeiras para, después de 22 años, levantar otra vez la Libertadores, el destino comenzó a delinearse con aquella alegría.
"Uno mira para atrás y no puede creer todo lo que crecí. Estuve a punto de jugar en San Martín de Tucumán, hasta yo mismo pagué cien pesos para el pasaje y ahora estoy a punto de jugar una final del mundo con Real Madrid", le dijo Palermo a LA NACION en noviembre de 2000.
Esa misma tarde, unas horas antes del desenlace glorioso para Boca en ese superclásico, Real Madrid se había coronado campeón de la Champions League, después de derrotar a Valencia por... 3 a 0. El conjunto merengue supo desde entonces que el 28 de noviembre, en Tokio, tendría que definir otra Copa Intercontinental frente al equipo que se coronara campeón de América.
Pero esa, esa fue otra historia.
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