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Boca llegó a su triunfo número 1000 en la Bombonera: el rival más vencido, el resultado más frecuente y todos los detalles
Con el 1 a 0 sobre Atlético Tucumán, el xeneize alcanzó una marca que reescribe sus libros; el recuerdo de las victorias más icónicas y el dato de cada una
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Mil. Esa es la cantidad de veces que Boca se fue victorioso de su mítico estadio: La Bombonera. En estos casi 83 años y 1685 partidos hubo grandes goleadas, 11 encuentros que terminaron con una vuelta olímpica, triunfos sufridos y agónicos, de esos que en muchas ocasiones se celebran todavía con más ganas, y jornadas que sus hinchas no habían imaginado ni en sueños.
Mil. Ese es el número de victorias en su casa al que llegó Boca anoche, con el 1 a 0 sobre Atlético Tucumán, casualmente el resultado más frecuente (se dio en 187 ocasiones), por la Fecha 1 de la Liga Profesional. Es una estadística que solo contempla partidos oficiales en ligas y copas nacionales y torneos internacionales. En este juego periodístico, en el que seguramente haya olvidos e injusticias, LA NACION eligió a aquellos más emblemáticos.
De otra categoría
Esa bandera con la que Boca se vanagloria de jamás haber descendido de categoría corrió serio riesgo de no existir. Ocurre que el 8 de diciembre de 1949, el Xeneize llegó a la última fecha del Campeonato de primera división con la obligación de derrotar a Lanús para no bajar a la segunda división. A falta de una jornada para terminar la temporada, el Granate estaba antepenúltimo en la tabla con 26 puntos junto a Tigre, por encima de Boca (25) y Huracán (24).
Con una contundente goleada 5 a 1, el equipo azul y oro mantuvo la categoría. Los goles fueron convertidos por Joaquín Martínez, Francisco Campana (2), Emilio Espinoza y Juan José Ferraro; Víctor Caamaño descontó para los del Sur. Tigre le empató sobre la hora a Independiente y, con 27 unidades, también evitó la pérdida de la categoría.
Con ese triunfo, Boca, que en la primera rueda había finalizado en el último puesto con 12 unidades, quedó en la posición 15 con 27 puntos en 34 fechas (10 triunfos, 7 empates y 7 derrotas; 52 goles a favor y 58 en contra).
Penal eterno
Ocurrió hace poco más de 60 años. El 9 de diciembre de 1962, Boca recibía a River. Los clásicos rivales llegaron a la penúltima fecha del campeonato de primera con 39 puntos. Quien ganase quedaría a un paso del título. El Xeneize se puso rápido en ventaja, gracias a un penal convertido por el brasileño Paulo Valentim.
Todo era fiesta xeneize. Pero a cuatro minutos del final se dio el momento eterno. “Artime intentó una palomita, cayó en el área y el árbitro cobró penal. Delem agarró la pelota. Yo estaba tranquilo, pero el estadio se paralizó. No se escuchaba ni el vuelo de una mosca”, le contó a LA NACION Antonio Roma, ya fallecido, en una entrevista realizada debajo de ese mismo arco de la Bombonera, medio siglo más tarde.
Con una memoria sorprendente, Tarzán Roma detalló entonces: “Cuando vi que Delem se acomodó de diestro, decidí tirarme para la derecha. Cuando atajé la pelota, la cancha se cayó a pedazos. Antes no había plateas, así que habría 60.000 personas, todas enloquecidas. Yo me quedé dentro del arco, me agarré de la red y ahí me quedé, porque el partido no había terminado. Después sí, cuando terminó, fue una fiesta”.
Acerca de la polémica sobre si se adelantó o no para desviar el remate, uno de los grandes arqueros que tuvo Boca en su historia, afirmó en 2012: “Muchos dicen que me adelanté, pero es mentira. Lo que pasa es que la pelota me había pasado, el cuerpo barrió, por la tirada, y las piernas llegaron a la puerta del área chica. Pero la pelota la agarré bien atrás. La gente de River fue a reclamar, y el árbitro Nai Foino les dijo: ‘Penal bien pateado es gol. A otra cosa’”.
La salida del ídolo fue difícil. Con el triunfo consumado, Roma recién pudo irse de la Bombonera a las 21. No lo hizo con normalidad, sino escondido dentro de un camión y tapado con una lona. La calle era una fiesta. Pitos, bocinas, disfraces, cornetas… El broche de oro a semejante fiesta se dio una semana más tarde, cuando el Xeneize goleó 4 a 0 a Estudiantes y dio la vuelta olímpica.
Debut soñado
El viaje en el tiempo continúa, y la siguiente estación es en el 3 de febrero de 1974. Esa tarde Boca recibió a River y en sus filas debutó un centrodelantero que cinco años antes se había proclamado campeón con Chacarita: Carlos María García Cambón. El estreno no pudo ser mejor: el equipo xeneize goleó 5 a 2 a su clásico rival, y el delantero marcó ¡cuatro goles!
Empezó la cuenta a los 2 minutos de juego, tocando ante la salida de Ubaldo Fillol, en el arco del Riachuelo; el segundo (2-1), en el mismo arco, con lo que parecía un cabezazo un tanto defectuoso porque saltó detrás de la salida del Pato, esperando que fallara, pero con escasa certeza de dónde caería la pelota. Luego diría el goleador: “Entré en el arco con pelota y todo después de que la pelota me pegara en el muslo”.
En el segundo tiempo, otro cabezazo, sin marca (4-2), y el último un mano a mano con Fillol, al que esperó que saliera, como haría Maradona siete años más tarde, para tirarla larga a su izquierda antes de definir después de una pared que Potente le devolvió de taco. El 3-1 había sido de penal.
“Con estos cuatro goles ya justificó plenamente su compra”, había asegurado el presidente de Boca Alberto J. Armando, exultante, en los vestuarios tras el 5-2. “Siempre me fue bien contra River”, diría García Cambón años después, en 1998.
La Copa tan deseada
Según varios de los asistentes la noche del 6 de septiembre de 1977, nunca hubo tanta gente en la Bombonera. En aquella jornada no se veía un espacio vacío entre la marea humana. Oficialmente se dijo que hubo 60.000 espectadores, pero había más… Semejante revuelo estaba justificado: después de tanto desearla, en esa jornada Boca jugaba el partido de ida de la final de la Copa Libertadores y tenía la convicción de que esta vez sí se le daría. Del otro lado, Cruzeiro buscó un resultado amigable que le permitiera definir el título de local.
El equipo xeneize formó con Gatti; Pernía, Sá, Mouzo, Tarantini; Pavón, Suñé, Zanabria; Mastrángelo, Veglio y Felman. El técnico, un prócer: Juan Carlos Lorenzo. El Toti Veglio marcó el 1 a 0 cuando apenas se habían jugado 4 minutos. El desarrollo del encuentro, muy parejo, no alteró el resultado.
El desquite en Brasil terminó igual para los locales, por lo que todo se definió en Montevideo. Allí, después de un 0 a 0, Hugo Gatti le desvió el penal a Vanderlei y Boca ganó 5-4 la definición y levantó su primera Copa Libertadores.
La avalancha más grande del mundo
Fue un año mágico, con entradas agotadas cada domingo para ver al joven maravilla. Diego Armando Maradona había revolucionado el fútbol argentino al firmar su contrato con Boca el 20 de febrero de 1981. Dos días más tarde debutó en el coliseo xeneize con un 4-1 a Talleres de Córdoba y dos goles de su autoría, de penal. Y el 10 de abril se metió para siempre en el corazón del pueblo xeneize al lucirse en un 3 a 0 a River que coronó con un golazo, en el que dejó desparramados a Ubaldo Fillol y Alberto Tarantini.
Pero el partido más importante de todo ese campeonato Metropolitano fue el 2 de agosto de 1981. Esa tarde, Boca, líder, y Ferro, escolta, definieron mucho más que un partido. Parejísimo, lo que desniveló el 0 a 0 fue una asistencia magistral de Maradona desde el medio del campo de juego, para la entrada en velocidad de Hugo Osmar Perotti. A falta de 10 minutos para el pitazo final, el Mono soportó la férrea marca de Héctor Cúper y definió cruzado ante la salida de Carlos Barisio.
En tiempos donde los triunfos se computaban con dos puntos, ese partido, válido por la fecha 32, le permitió a Boca sacar una ventaja de tres unidades cuando restaban 4 por jugarse, y allanar el camino a la gran consagración, que se dio en ese mismo estadio el 15 de agosto de 1981, tras un 1 a 1 con Racing. Fue la única vuelta olímpica de Diego Maradona en el fútbol argentino.
La remontada
Sin lugar a dudas, una de las noches más recordadas por el hincha de Boca. Un partido icónico que terminó convirtiéndose en una bisagra en la historia del Superclásico. El 27 de febrero de 1991, Boca recibió a River por la primera fecha del Grupo 1 de la Copa Libertadores.
Con dos planteles muy buenos, el partido fue muy emocionante. River pegó primero y se fue al descanso con una ventaja futbolística que iba mucho más allá del 3 a 1 que indicaba el resultado. El equipo de Daniel Passarella prácticamente había borrado de la cancha al Boca dirigido por el maestro Oscar Tabárez, con una gran actuación de Juan José Borrelli, autor de dos tantos. Los otros: Gustavo Zapata y Diego Latorre.
Pero en el segundo tiempo, lo que parecía imposible sucedió: Blas Giunta, de cabeza, descontó a los 11. Quince minutos más tarde, Víctor Hugo Marchesini se fue al ataque y estableció el impensado 3 a 3.
La alegría local era importante, por cómo se había dado el desarrollo del partido. Pero había más. Porque como un tiburón hambriento, Boca olió sangre y allá fue, a sellar una de las victorias más icónicas acontecidas en la Bombonera: en la última jugada de la noche, José Luis Villarreal lanzó un pase en profundidad hacia Gabriel Batistuta, que corrió en la posición de delantero por derecha y ante la desesperada salida de Oscar Passet lanzó el centro. La pelota se elevó después de una pifia de Fabián Basualdo en el área chica, y fue entonces cuando Latorre se acomodó y metió una media chilena que infló la red.
La locura y el descontrol fueron moneda corriente en el campo de juego, en el banco de suplentes y en las tribunas, donde se festejó la heroica remontada durante varias horas. Desde entonces, Boca pasó al frente en el historial entre ambos y, desde entonces, su paternidad sobre River jamás estuvo en riesgo.
La Bombonera tiembla
Envalentonado por desplegar un fútbol de alto vuelo durante ese semestre, y con una dupla letal conformada por Gabriel Batistuta y Diego Latorre, Boca recibió a Flamengo por los cuartos de final de la Copa Libertadores con la convicción que el 2 a 1 de la ida, en Rio de Janeiro, podía remontarse.
Nadie de los que asistió ese 8 de mayo de 1991 a la Bombonera podrá olvidar jamás lo que fue ese recibimiento: miles y miles de papelitos crearon una atmósfera única cuando el equipo salió a la cancha.
Con dos goles de Latorre y uno de Bati, Boca goleó y avanzó a los cuartos de final. “Ustedes juegan todas las semanas en el Maracaná con 200.000 personas, ¿cómo pueden impresionarse ante esto?”, les dijo Junior, uno de los grandes futbolistas brasileños de la década del 80, a sus compañeros en el vestuario. Y alguien le respondió: “Ocurre que en el Maracaná el suelo no tiembla”.
El regreso
Tanto lo deseó el hincha de Boca. Tanto lo imaginó Diego Armando Maradona. Y, finalmente, se hizo realidad. Después de 14 años, el genio del fútbol mundial volvió a vestir de manera oficial la camiseta de sus amores. Aquel 7 de octubre de 1995, por la Fecha 9 del torneo Apertura, la camiseta azul y oro con el número 10 en su dorsal volvió a vestirla el Pelusa. Después de una fiesta de bienvenida muy movilizante (Diego se emocionó hasta las lágrimas cuando vio salir de una gran caja a sus hijas Dalma y Gianinna), el partido contra Colón fue muy picante.
Fue la tarde de la pelea de Maradona con Julio César Toresani, que horas más tarde derivó en la famosa frase: “Que le pregunten a Lamolina, a ver si este tiene cara, este Toresani, que no existe. Que le pregunten a Lamolina si yo no le dije que no lo eche. Y esto lo juro por mis hijas. Entonces lo vuelvo a repetir, a Toresani: Segurola y Habana 4310, séptimo piso. Y vamos a ver si me dura 30 segundos”.
La fiesta fue completa con el agónico gol de Darío Scotto, que de cabeza selló el 1 a 0 sobre la hora.
El Muletazo
“Tal vez haya sido una de las noches más perfectas para el hincha de Boca. De película”, resumió Carlos Bianchi, el técnico más ganador de la historia de Boca, para intentar explicar en la conferencia de prensa posterior lo vivido en la Bombonera el 24 de mayo de 2000.
“Martín. Para que te lo vayas metiendo en la cabeza. Contra River vas a ir al banco. Voy a hablar con los médicos. Si estás curado, yo asumo la responsabilidad. Te voy a necesitar para meterles miedo. Vos siempre sos un problema para ellos. La idea es que empieces a entrar en calor cuando arranque el segundo tiempo. Si te necesito, te voy a poner 15 o 20 minutos. Y sé que te voy a necesitar…”, le había dicho en la semana el Virrey al Titán.
“Si ellos ponen a Palermo, yo lo pongo al Enzo”, chicaneó Américo Gallego por esos días, ante los rumores de que el 9 de Boca quizás estuviera entre los citados. El partido con River, por los cuartos de final de la Copa Libertadores, se preveía complicado. Boca tenía que dar vuelta una serie que había terminado 2 a 1 en el Monumental.
A los 32 minutos, y con la serie no resuelta, Palermo volvió a pisar un campo de juego después de 193 días. Luego de que Bianchi le dijera al oído “Entrá y hace un gol” y lo besara, chocó ambas manos bien arriba con Alfredo Moreno y pisó el césped bien firme, con su pierna operada y recuperada.
En ese momento, el Titán tuvo la sensación de que algo grande estaba por pasar. Los fanáticos de River parecían haber quedado inmovilizados ante un simple cambio. Y Gallego se enfocó en aguantar el 0-1 para llegar a los penales: sacó a Pablo Aimar.
Roberto Trotta derribó a Sebastián Battaglia en el área y Riquelme cambió el penal por gol. La clasificación era un hecho. Y para colmo, Román fabricó un caño inolvidable: de espaldas a Mario Yepes, pisó la pelota, se la pasó por entre las piernas al colombiano y la fue a buscar detrás suyo. Genial.
La fiesta xeneize iba llegando a su fin. Pero faltaba el gol de Palermo, el que se celebraría a la par de un título por los simpatizantes xeneizes. A los 44, la pelota le llegó, una vez más, a Riquelme, que se fue sobre el sector izquierdo. Román hizo la pausa justa para permitir la llegada de Battaglia. Llegó el pase exacto. El volante la punteó, eludió la marca y desbordó. Ya en el área, vio que Palermo estaba esperando el pase. Lo estuvo esperando desde que ingresó. Deseaba desde hacía medio año volver a estar frente a un arco. La pelota por fin le llegó. Y el milagro ocurrió. Casi en cámara lenta, el Titán amaga, se acomoda, y saca un remate suave y de zurda, que entra pidiendo permiso al arco defendido por Roberto Bonano.
Salvo en la popular visitante, desde el instante en que la pelota ingresó al arco en todos los sectores del estadio la algarabía fue total. Hubo gente llorando en las plateas, en las populares.
Después del abrazo con sus compañeros, Palermo ya no pudo contener las lágrimas. Bianchi lo aplaudió con los brazos bien arriba, con una sonrisa de satisfacción y a lo lejos le gritó: “¡Buena! ¡Un fenómeno!” y él corrió en paralelo al campo de juego, arrojando besos a los hinchas mientras se acercaba al banco de suplentes. Allí se dio un abrazo fuerte con Araguas, mientras Bianchi eternizaba su pedido: “¡Al tordo, al tordo!”, para que el reconocimiento también sea para el doctor Batista.
La noche del 10
El 7 de marzo de 2020 quedará grabado a fuego en la memoria de todo hincha de Boca. Ese sábado fue histórico por diferentes aspectos. El más trascendental fue porque aquella fue la última vez que Diego Armando Maradona pisó un campo de juego para presenciar un partido de fútbol oficial como entrenador de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Apenas 8 meses y medio más tarde falleció.
El gran ídolo fue ovacionado por una Bombonera repleta, que vibró con un partido dramático, que se jugaba en Brandsen 805, pero también en el estadio de Atlético Tucumán, ya que además de ganar, Boca precisaba que River no derrotara al Decano para consagrarse.
Empujado por un gran inicio de ciclo de Miguel Russo, el xeneize buscó una y otra vez el gol de la victoria. Que se hizo desear hasta que Carlos Tevez recibió de Ramón Ábila sobre el costado derecho de la medialuna del área, y desde allí sacó un fuerte remate que vulneró la débil resistencia del arquero Jorge Broun. El estadio de estremeció, y la fiesta fue total cuando comenzó a trascender la noticia de que River no había pasado del 1 a 1 en Tucumán, y después de liderar durante 7 fechas, la Superliga 2019/2020 quedó en manos de Boca en los últimos minutos de la última jornada.
Como broche, un hecho simbólico. Esa noche, y por única vez, el club de la Ribera logró reunir en su coliseo a los cuatro números 10 más emblemáticos de toda su historia. Porque además de Diego y el Apache, en el palco disfrutaron del encuentro Juan Román Riquelme, vicepresidente segundo, y Ángel Clemente Rojas, más conocido como Rojitas.