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Boca: la Copa Libertadores le bajó el crédito a Miguel Ángel Russo y pudo llevarse la última ilusión de Carlos Tevez
Le quedó enorme la semifinal a Boca, casi de la misma dimensión que tenía su ilusión por volver a ganar la Copa Libertadores después de 13 años. La decepción es proporcional al anhelo que con el paso del tiempo fue convirtiéndose en obsesión, en idea fija, en plan supremo. La deuda sigue y de Brasil, tierra de múltiples alegrías para Boca, el equipo trae los números en rojo de un aplazo y una herida que llevará tiempo cauterizar.
Juan Román Riquelme ya no es el jefe en la cancha, como en el título subcontinental de 2007, y desde su flamante función directiva pensó en replicar el pasado al convocar a Miguel Ángel Russo, el director técnico de la última consagración. La apuesta se quedó muy corta en la visita a Vila Belmiro. Le llevó tanto tiempo entrar en partido a Boca, estuvo tan tibio y pasivo, que cuando quiso acordarse Santos ya tenía el 3-0 en poco más de la mitad del encuentro. Le sobraron minutos al equipo de Cuca.
El resumen de Santos 3 - Boca 0
Finalmente, la gran producción que desplegó para eliminar a Racing en el desquite de los cuartos de final quedó como una excepción dentro una campaña con varios baches y dudas. Desde octavos de final, Boca no convirtió en cuatro de los seis encuentros. La sequía no respondió tanto a la falta de efectividad para aprovechar situaciones, sino a una deshilachada convicción ofensiva. Aquello frente a la Academia fue un destello en medio de prolongados lapsos de oscuridad. Ninguno tan negro y profundo como la goleada sufrida en la casa de Pelé, ante un Santos que a la imagen laboriosa y sacrificada que había mostrado en la Bombonera le agregó un ataque punzante, una dinámica que contrastó con el sopor de Boca.
Deberá rendir cuentas Russo. El laconismo con que respondió en la conferencia de prensa pareció la extensión de un equipo que nunca llevó la voz cantante en la cancha. Jara, Diego González –un refuerzo que llegó de la mano de Riquelme y no compensó la salida de Pol Fernández–, Campuzano y Soldano desentonaron a tiempo completo. Salvio y Villa, las dos flechas, fueron avioncitos de papel. Tevez quedó en medio de una orfandad futbolística que intentó mitigar con su orgullo. Estuvo solo y mal rodeado. Cerca de los 37 años, quizá vio pasar la última oportunidad de volver a ganar la Copa Libertadores. Después de partidos como el de anoche, recuperar la motivación y las ganas le será muy complejo. Hay derrotas que caen con el peso de una sentencia.
Tevez no se quedó en Boca por la dirigencia, que le dispensó un trato cercano al menosprecio, sino para coronar su exitosa carrera, trufada de títulos en América y en Europa, con la última gema. Ya se había puesto el equipo al hombro para ser campeón en el esprint final de la Superliga, antes de que el mundo se paralizara por la pandemia. En la Libertadores, la realidad fue más dura y adversa. Tevez es el único sobreviviente de la época dorada de Carlos Bianchi. Juntos levantaron la Libertadores de 2003, cuando Boca vivió la expansión internacional más importante de su historia. Acumuló copas hasta quedar a una del récord de las siete de Independiente.
Boca empezó el partido con la misma parsimonia que lo condicionó en la Bombonera. Demasiado pasivo, cediendo la iniciativa a Santos, que dio un paso al frente. Por ese estatismo, recibió antes de cumplirse el primer minuto un remate de Marinho en un poste. Ni eso le sirvió de despertador. Santos presionaba alto, cortaba rápido y se posicionaba cerca del área del visitante.
No le sobra talento a Santos, pero es muy activo colectivamente, se mueve bien en bloque, no ofrece fisuras. En ofensiva desequilibra por los costados, con los chispeantes Marinho y Soteldo. No sorprendió que se pusiera en ventaja a los 12 minutos, cuando Pituca cruzó un remate tras una pelota que había dado en un brazo de Lisandro López.
Boca se obligaba a una remontada, a una impostergable reacción. Lo hizo tenuemente, con las dificultades que mostraron el "Pulpo" González y Campuzano para gobernar en la zona media. Boca no elaboraba; dependía de algún intento de Tevez, de los espacios que encontraran Salvio y Villa con sus zancadas. Todo, sin continuidad ni cohesión, mientras Santos amenazaba de contraataque. El equipo brasileño estuvo más cerca del segundo que Boca del empate, con un remate de media distancia de Marinho que Andrada desvió con dificultad. El mayor sobresalto que sufrió Santos en el primer tiempo fue el profundo corte que sufrió el zaguero Verissimo –chocó la cabeza con Soldano– y el chorro de sangre que salía de su cuero cabelludo. Boca cerraba su pobre primera etapa con dos disparos, ninguno al arco, contra 14 de Santos (cuatro entre los tres palos).
Era inevitable que Russo hiciera alguna modificación. Ingresaron Buffarini (por Jara, con alguna molestia muscular) y Capaldo (por González). Era necesario también Cardona para elaborar algún circuito de juego, armar alguna sociedad futbolística. Otra vez, como si necesitase una eternidad para acomodarse y tomar conciencia de lo que estaba en juego, Boca ofreció facilidades en el comienzo del segundo período. Soteldo, con un golazo en un ángulo, y Braga, tras un desborde del incontrolable Marinho, sellaron el 3-0 a los cinco minutos.
La debacle incluyó la expulsión a Fabra por un pisotón a Marinho. Con 10, en unos pocos minutos Ábila, que hace goles y siempre vuelve al banco, hizo más que Soldano. Pero ya era demasiado tarde para cualquier arresto. Casi que lo mejor que le podía pasar a Boca era que la goleada no fuera más sangrante.
Habrá final brasileña, algo que no ocurría desde 2006, cuando Inter venció a San Pablo. Los argentinos se despidieron de maneras distintas, con balances y sensaciones opuestos. Mientras River se dejó la piel hasta el último minuto, Boca fue un alma en pena desde que asomó desde el vestuario.
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