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Por qué Boca no sabe despedirse bien de sus ídolos (con una excepción)
De Rojitas a Maradona y Riquelme; de Gatti a Navarro Montoya y Abbondanzieri; de Mouzo a Ibarra; de Giunta y Márcico al Mellizo Guillermo; la curiosa excepción de Martín Palermo
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La salida de Carlos Tevez de Boca fue una noticia de mucho impacto para el fútbol argentino. Sin embargo, la cercanía con el suceso impide tomar distancia y una real dimensión. El que se despidió de las canchas de la Argentina no solamente es el último gran ídolo del club de la Ribera, sino que también se fue el último campeón del mundo a nivel clubes.
Pero detrás de esas sentidas palabras y ese políticamente correcto abrazo con Juan Román Riquelme (que fue milimétricamente medido en intensidad y efusividad) se esconde un dato llamativo y preocupante: Boca no logra -o no puede, o no sabe- despedir bien a las grandes figuras que construyeron con letra de molde su centenaria historia.
Se sabe que en Boca no hay términos medios. Así como es fuerte el vínculo de amor, devoción y agradecimiento con sus héroes, los desencuentros suelen ser más turbulentos de lo que podría esperarse. Cuesta encontrar separaciones en buenos términos.
En las últimas décadas, el único que tuvo un adiós a la altura de su inmensa trayectoria fue Martín Palermo. Hace casi diez años (se cumplirá el próximo 18 de junio), el Titán fue ovacionado por última vez por una Bombonera repleta. Vestido con una capa de Superhéroe y envuelto en lágrimas, escuchó emocionado el hit “Muchas gracias Palermo” desde una tarima ubicada cerca del círculo central. Al goleador histórico de la institución le regalaron un arco, tan simbólico como incómodo.
El otro, aunque no en la dimensión de Palermo, fue Rolando Schiavi. También frente a un coliseo xeneize colmado y llorando a moco tendido. Nada más.
De Ángel Clemente Rojas a Diego Maradona y Riquelme. De Hugo Gatti a Carlos Navarro Montoya y Roberto Abbondanzieri. De Roberto Mouzo a Hugo Ibarra. De Blas Giunta y Alberto Márcico a Guillermo Barros Schelotto. Ninguno pudo irse bien, y llevó años que esa relación entre ídolo y club se recomponga.
El caso de Rojitas es curioso. Ídolo indiscutible de la institución, una serie de problemas físicos hicieron que emigre a Deportivo Municipal de Perú en 1971, a los 27 años. Cuando regresó, en 1973, le dieron el pase libre. Después de ese desencanto jugó en Racing, Nueva Chicago y Lanús, y se despidió en 1978 con la camiseta de Argentino de Quilmes. Antes del retiro intentó regresar al club de la Ribera, pero la dirigencia de esa época le cerró las puertas.
Maradona colgó los botines cuando estaba a punto de cumplir 37 años. Con un nuevo doping a cuestas y sin sanción (gracias a un inusual recurso de amparo), días antes disputó, acaso sin saberlo, su último partido oficial el 25 de octubre de 1997. Fue un gran triunfo de Boca sobre River en el Monumental, en el que el ídolo jugó mal y fue reemplazado por Riquelme. Su nivel, entonces, estaba muy por debajo de aquel que le permitió brillar en los 80. La supuesta información periodística de la falsa muerte de su padre fue la excusa para el adiós. Recién hubo inolvidable partido homenaje cuatro años más tarde.
Pero incluso en los últimos años la relación de Maradona con la Bombonera no había sido la ideal. Mientras era el DT de la selección, se peleó con Riquelme. Y el público se expresó con banderas y cantos tomando posición en favor de Román. Un gesto que al Diez le dolió, aunque pareció olvidarse en su último regreso, como entrenador de Gimnasia, cuando Boca se consagró campeón en 2020.
La situación de Riquelme es más reciente y sabida. En 2014 se vio obligado a irse del “patio de su casa”, enemistado con el entonces presidente de Boca Daniel Angelici, que no le renovó el contrato. Buscó refugio en la camiseta de Argentinos, donde se retiró con el ascenso a la máxima categoría a fines de ese año. Aún no tuvo partido homenaje.
Gatti es otro caso similar al de Maradona. Disputó su último encuentro como arquero profesional sin saberlo. Fue el 11 de septiembre de 1988 (casualmente el Día del Maestro). Esa tarde, en la Bombonera, una mala salida suya derivó en el gol de Silvano Maciel, que sentenció el histórico 1 a 0 de Deportivo Armenio ante Boca.
En la semana posterior, previa al superclásico con River en el Monumental, el técnico José Omar Pastoriza tomó la drástica decisión de sacar al Loco y darle la titularidad a Carlos Navarro Montoya. Gatti lo tomó de muy mala manera, e incluso criticó al entrenador y discutió con los dirigentes xeneizes. Tan grande fue el enojo y los cruces dialécticos que su partido despedida fue en el estadio de Vélez.
Recién volvió a sentir el cariño de una Bombonera repleta diez años más tarde, cuando en 1998, con 54 años, atajó en un amistoso contra Universidad de Chile que sirvió para celebrar la obtención del Apertura 98.
El Mono cumplió con creces. Durante ocho años fue el dueño del arco azul y oro. Sin embargo, también tuvo una salida silenciosa y alejada de su condición de ídolo. Su cercanía futbolística con César Luis Menotti y su distancia con las ideas de Carlos Bilardo, entrenador de Boca en 1996, hicieron que emigre de Boca a fines de ese año.
Continuó su carrera en el fútbol europeo, chileno y brasileño, y cuando regresó a la Argentina defendió los tres palos de Chacarita, Independiente, Gimnasia, Nueva Chicago y Olimpo, antes de colgar los guantes en Tacuarembó de Uruguay. Con el Funebrero visitó la Bombonera en agosto de 2003 y recibió una plaqueta, en reconocimiento a sus 400 partidos en el arco xeneize.
El Pato se consagró y escribió su nombre en la historia grande de Boca en diciembre de 2003, cuando atajó dos penales de la definición contra Milan y Boca se coronó campeón del mundo por segunda vez en cuatro años. Revalidó sus condiciones dos años más tarde, cuando él mismo fue héroe y figura en la final de la Copa Sudamericana 2005 contra Pumas. No solo contuvo dos remates, sino que pateó el decisivo para ganar 4 a 3.
Solo cuatro años después de aquello, una racha de bajos rendimientos generales del equipo hizo que el técnico interino Abel Alves tomara la decisión de sentenciar el final, y el arquero se fue a Inter, de Brasil.
El que por entonces corrió la misma suerte fue Ibarra, considerado por muchos como el mejor lateral derecho de la historia del club. El formoseño, que logró 15 títulos y ganó todas las finales internacionales que disputó (entre ellas cuatro Libertadores y una Intercontinental), se despidió en silencio en mayo de 2010. Su último partido fue un histórico 3 a 0 de Banfield a Boca en la Bombonera, ya sin Alves y con Roberto Pompei como interino.
Mouzo es el hombre que más partidos disputó con la camiseta azul y oro (426). Fue bicampeón de América e integró el plantel que logró la primera Copa Intercontinental en Alemania, en agosto de 1978, ante el Borussia Monchegladbach. Sin embargo, nada impidió que el club lo dejara libre a finales de 1984, luego de varias discusiones con la dirigencia de aquellos años turbulentos. Al año siguiente, vistiendo la camiseta de Estudiantes de Río Cuarto, enfrentó al equipo que lo vio nacer y fue ovacionado. Conmovido, el zaguero anotó de penal el único gol de su equipo, que cayó 7 a 1 frente al xeneize.
Giunta y Márcico fueron protagonistas del Apertura 92, título que le puso fin a 11 años sin vueltas olímpicas a nivel local. Pero también se fueron por la puerta chica. Al aguerrido volante central le bajó el pulgar Jorge Habbeger en 1993, en una decisión que meses después le costó el puesto.
El Beto regresó de la comodidad europea en plenitud, a los 31 años, en 1992. La rápida coronación, su gran nivel y el hecho de ser fanático del club y vecino de la Bombonera desde que nació, lo elevaron rápido a la condición de ídolo. Sin embargo, en 1995 debió hacer las valijas, por diferencias irreconciliables con Bilardo. Gimnasia y Esgrima La Plata le abrió sus puertas y Márcico lo agradeció poniéndose de nuevo en línea. Vivió un hecho único el 5 de mayo de 1996. Esa tarde, en la Bombonera, el Lobo goleó 6 a 0 al conjunto xeneize. El Beto anotó el quinto, de penal, y todo el estadio lo aplaudió.
Durante los 10 años que permaneció en Boca como delantero, el Mellizo Guillermo Barros Schelotto priorizó siempre el club de la Ribera por encima de cualquier otro club del mundo. Eso, y sus 16 vueltas olímpicas, también le valieron su rango de ídolo. Suplente de un intratable Rodrigo Palacio y sin acción, tomó la dura decisión de irse en 2007. Su adiós, sin jugar siquiera un minuto ante Racing, fue emotiva pero discreta. Más tarde, el Melli regresó al fútbol argentino en 2011, para vestir una vez más la camiseta de Gimnasia, antes de colgar los botines.
Es un contexto complejo, donde cada vez se hace más difícil que los futbolistas logren alcanzar la condición de ídolo en un club. Es por eso que la sensación es que Boca desaprovechó una chance inmejorable para reparar un error histórico que a lo largo de las décadas suele repetir con sus ídolos, y hacer con Tevez un cierre de etapa acorde a su carrera.
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