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Martín Palermo, en las puertas de la gloria con Platense: las semejanzas con sus desventuras como goleador
El Titán se prepara con todo para la final de la Copa de la Liga entre Platense y Rosario Central
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Estudiantes marcó el pulso de una auténtica revolución en el ascenso, una novela que duró 265 días y que tuvo su fecha final el 12 de mayo de 1995, con cinco fechas por jugarse, apoyado en un 1-0 sobre Gimnasia y Tiro con un tanto de José Luis Calderón, el goleador de un equipo de galera. Con Rubén Capria, Sebastián Verón y varios pibes que se comían la cancha, como el recordado Ruso Prátola, Rulo París y el Pepi Zapata. Dos hombres de la casa sostuvieron la estantería, Eduardo Luján Manera y Miguel Ángel Russo.
Entre ellos, entre todos, el Loco Palermo solo dispuso de dos ingresos. Era otro de los jóvenes con proyección, pero rápidamente fue corrido de la escena. Estuvo a punto de pasar a San Martín de Tucumán y, quién dice, su historia de amor con Boca hubiera sido solamente un cuento de Osvaldo Soriano. Pura imaginación. Porque (cuenta la historia), el maestro y el discípulo le sacaron el arco y le dieron una máquina.
“Si te querés quedar, es para cortar el pasto”. La frase siempre sobrevoló su carrera, que tuvo un prólogo prepotente con el Profe Córdoba. Más tarde, Martín Palermo disputó 404 partidos oficiales con la camiseta de Boca, convirtió 236 goles y se transformó en el máximo goleador de todos los tiempos. Más allá del asombro (y los penales errados, las serias lesiones y los despistes), su historia refleja el optimismo. Creer que se puede, aun cuando el grito resulta atronador.
Este sábado, a las 21, en otra noble muestra de que en el fútbol argentino cualquier cosa puede ocurrir, sin grandes a la vista (Estudiantes superó a Defensa y Justicia por la Copa Argentina), Platense, el equipo que dirige, se cita con Rosario Central, justamente con Miguel Russo en la conducción, tal vez cómplice sin quererlo de aquella frase hiriente soltada al vuelo. El premio es ser campeón de la Copa de la Liga.
El Calamar no estaba en la consideración de nadie (peleaba por evitar el descenso, se clasificó a los cuartos de final con angustia y nunca salió campeón), como (casi, casi) nadie creía en las condiciones (más rústicas que amables) de un goleador enemigo de las sutilezas del área. Palermo, el Titán, siempre confío en sí mismo. Hasta en la noche fatal de los tres penales. Hasta cuando confundía tácticas y estrategias como DT. Les ganó a todos: también, a sí mismo.
Jamás fue la primera opción para el banco de Boca. Ahora, con Mauricio Macri del otro lado del mostrador (y con la certeza de que con Juan Román Riquelme es una aventura imposible), lo cree factible. Godoy Cruz, Arsenal, Unión Española (con 51,9% de los puntos conseguidos, su mejor versión), Pachuca, Curicó Unido, Aldosivi, Platense: al igual que como futbolista, esfuerzo, humildad, golpes sobre la mesa (y contra la pared). Y volver a empezar, como si tuviese que demostrar sus credenciales todos los días de su vida.
Está a un partido de ser campeón. Y a una elección de alcanzar el sueño de su vida. Y, sin embargo, prefiere hablar pausadamente, en voz baja. Casi imperceptible. “Me emociona todo lo que conseguimos”, se permite alguna lágrima, luego de la interminable rueda de penales frente a Godoy Cruz. Es otro: un entrenador mucho más confiable. “Aprendí de los errores”, suele decir.
Hay que viajar en el tiempo para meterse de lleno en su cabeza. “Hubo un cambio muy grande desde que me fui de Arsenal y estuve en el fútbol chileno durante dos años y medio en Unión Española. Ese paso me dio el impulso para dejar de lado por completo lo que era yo como jugador. Saber que tenía que madurar y cambiar mi manera de ser en mis etapas de Godoy Cruz y Arsenal. Consolidé mi trabajo como entrenador, también en Pachuca. Cuando uno está frente a grandes jugadores, esa situación ayuda a la consolidación. Hoy me siento mucho más maduro, preparado”, cuenta Palermo, a los 50 años.
“No me da miedo decirlo: hoy soy un mejor entrenador”, contaba, un año atrás. Y desprendía un par de conceptos de su intimidad. “Es poco lo que me meto a participar en trabajos con los jugadores. A lo mejor lo hago en algún juego recreativo. Ahora mantengo una distancia, pero cuidando de no alejarme. La comunicación debe ser buena. Me gusta saber cómo está el jugador más allá de lo futbolístico. Un problema que tenía era que muchas veces pensaba lo que yo hubiera hecho en una determinada situación y esperaba que el jugador de mi equipo hiciera lo mismo. Es un error. Yo al futbolista debo darle soluciones, herramientas para que resuelva problemas y desarrolle todas sus virtudes”, contó en una entrevista.
Soluciones, herramientas, virtudes. “Soy un obsesivo, pero del sacrificio”. Se inclina por el equilibrio, por una defensa sólida, por un equipo que transmita seguridad y contundencia. Intensidad, dinamismo. Primero, la defensa. Después… el contraataque. “Es importante la posesión, pero tiene que haber progresión para buscar el arco rival. Es intrascendente tener la pelota sin finalización”, se describe.
Este gigante que mide 1,88 metro, que pesa 84 kilos y que nació el 7 de noviembre de 1973, en La Plata, luchó contra la adversidad y tuvo su revancha. La tuvo de jugador, la tiene de entrenador. Nunca se olvida que pudo vestir la camiseta de San Martín de Tucumán, pero la traba fue una ínfima diferencia de 1000 pesos (de ese entonces). De chico, de grande, Palermo sabe que el destino siempre le respondió con un final feliz: “Sí, es verdad, la gente me dice que estoy tocado por la varita mágica”.
Nada de suerte ni de destino: el Titán empuja su camino. Y llora como un niño. “Ver a mi familia, a la gente de Platense... si no te moviliza esto, es porque realmente no compartís esta pasión, porque esto es el fútbol”, reconoce el ídolo, el entrenador. A un paso de la gloria, después de dos series exitosas por penales. Y a un paso, en una de esas, de volver a…
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