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La travesía de la primera familia de hinchas de Boca en llegar al Sambódromo de Río
Los Dotto son de Berazategui, se juntaron en Entre Ríos y salieron en un periplo con una humilde casa rodante
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RÍO DE JANEIRO (Enviado especial).- En el Sambódromo de Río de Janeiro todo el año no es carnaval. El recinto, con capacidad para 72.500 personas, se convertirá en el hogar transitorio para miles y miles de hinchas de Boca que llegarán a esta ciudad sin entrada para ver la final de la Copa Libertadores en el Maracaná. El club argentino negocia con la Conmebol para que el encuentro pueda transmitirse en pantalla gigante aquí también: el público de Fluminense podrá seguir las acciones del partido en el predio de Cinelandia, en el centro de la ciudad.
Los Dotto, una familia de Berazategui, son los primeros en llegar e instalarse en esta mole de cemento donde se ve bailar a las escolas do samba todos los veranos. Ellos son Walter Gabriel Dotto (55 años), su hijo Facundo Gabriel y su nieto Naum, de nueve años. Tres generaciones unidas por la sangre azul y amarilla. Tres generaciones de orgullosos portadores de la camiseta xeneize. Con su bandera de Boca, su camioneta y su casilla rodante, llevan un puñado de horas en el Sambódromo y relatan su periplo a LA NACION. “Yo salí el jueves”, dice Walter, el patriarca, que trabaja como transportista en el puerto de Buenos Aires. Y agrega: “Los esperé a ellos en Entre Ríos a ellos y el domingo a la mañana salimos del departamento Rosario del Tala. Ahí no le aflojamos hasta el miércoles a la noche. O sea que estuvimos domingo, lunes, martes y miércoles. Cuatro días levantándonos a las seis de la mañana. Y durmiendo en la casilla rodante. Sólo a la noche paramos a dormir. Arracamos a las seis de la mañana y nos acostamos a las 7-8 de la noche”. Los Dotto son parte de la legión de simpatizantes xeneizes que llegaron a Brasil sin entradas, con la única misión de estar cerca del lugar en el que el equipo de Jorge Almirón puede consagrarse campeón de la Copa Libertadores.
Dotto cuenta que cruzaron por el paso de Santo Tomé (Corrientes) el domingo a la noche y que no había nadie. Luego, el trayecto se hizo mucho más lento porque las rutas, sinuosas, están llenas de curvas y contracurvas. En el camino les pasó de todo: “Lo primero que ocurrió fue que se cortó el chasis de la casa rodante. Se rompió. Miramos, y a cien metros había un taller”, recuerda Dotto. Y añade: “Vinimos iluminados, gracias a Dios. Nos cobraron 50 reales y lo arreglaron. Cuando veníamos acá ayer, que levantó la temperatura, se reventó una goma. Tuvimos que comprar dos gomas nuevas. Más baratas que allá. Hicimos negocio. Y anoche (por el miércoles a la noche) llegamos”.
Dotto también cuenta que fueron su hijo y su nieto los “responsables” de la travesía hacia Río de Janeiro para ver a Boca en la final de la Copa Libertadores el próximo sábado: “Aquellos (por su hijo y su nieto) me hinchan, me ceban. Hijo y nieto. Estaba tranquilo... Me pasó lo mismo en el Mundial 2014, cuando vinimos a ver a Argentina contra Nigeria. Me pasó exactamente lo mismo. Les va a pasar lo mismo a muchos que estén leyendo ahora. Van a querer venirse hasta en bicicleta”, resume sobre quienes se quedaron en Buenos Aires, y pese a que las imágenes de los incidentes en Copacabana pudieron haber desalentado a algunos hinchas a embarcarse en la aventura.
Dotto relata que la Policía Militar los escoltó hacia el Sambódromo, ubicado a cuatro kilómetros del Maracaná. Está en pleno corazón de la Ciudad Nueva y a un puñado de cuadras del Morro de la Providencia, la favela (hoy llamada comunidad) más antigua de la ciudad. Esa custodia no se fue ni siquiera cuando Dotto tuvo que comprar unos víveres en el supermercado. Y fue con su camiseta de Boca; a esta altura, una segunda piel.
“Nunca nos pidieron que guardáramos la bandera y eso hay que destacarlo”, cuenta Dotto. Y da más detalles: “Nos escoltaron dos veces. Allá no se conoce eso. Vinimos el miércoles al Sambódromo, no estaba nada preparado. Nos dijeron que viniéramos el jueves a las 6 de la mañana. Lo hicimos. Nos metieron una hora en la escola do samba. Nos sacaron para venir acá, a la puerta. Nos corrieron y nos fuimos a Copacabana por tercera vez. Pero era imposible estar ahí. Y nos escoltaron para acá”, dice Dotto, reflejando el periplo que tuvieron que atravesar para llegar a Río y la travesía en continuado en el interior de la ciudad.
Dotto dice que “sería una fiesta” ver el partido junto a otros miles hinchas de Boca. Irradia tanto optimismo que no le preocupa conseguir una entrada para ir al Maracaná: “Si se consigue, bien. Pero no se consigue nada porque no hay. A mí nadie me ofreció, al menos”, asegura. Sobre cómo se imagina el regreso a casa, el hombre tiene una coartada perfecta: “Voy a ir a Buzios, voy a hacer 150 kilómetros. De paso pego las vacaciones. Y si es con la séptima, mejor. Y que la familia esté contenta”.
¿Y el partido? Señala a sus familiares: “Ellos dicen que 3-1. No creo. Yo creo que 2-1, sin penales. Por la energía que le va a poner la gente. Me parece que tiene mucho que ver. Cuando entre muchos ponen sus intenciones, eso les llega a los jugadores”, responde confiado. El trío de hinchas xeneize posa para las fotos con la camiseta de Boca. Abren la puerta de su casa rodante y cuentan su experiencia a quien quiera escucharlos. Su viaje es el de miles.
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