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Juan Román Riquelme maneja el fútbol de Boca sin oficina y la Copa Libertadores puede ser su plataforma a la presidencia
Juan Román Riquelme sonríe. El ídolo y vicepresidente de Boca está a un partido de cumplir la promesa que su archienemigo, Daniel Angelici, no logró concretar: que los hinchas xeneizes renueven el pasaporte para ver al equipo en el Mundial de Clubes. Riquelme sonríe en el predio de Ezeiza, un lugar blindado en el que se respira fútbol, se vive fútbol y se habla sólo de fútbol. Son los dominios de los jugadores de las divisiones juveniles, de la reserva y de la primera. De entrenadores y preparadores físicos. De todos los que trabajan con la pelota. Es la “cultura fútbol” de la que el ex Nº 10 siempre quiso impregnar al club de sus amores.
En esa flamante estructura en la que se acunan los sueños xeneizes, Román está en todos lados y no está en ninguno. No tiene un lugar fijo, ni siquiera una oficina con la pompa digna de un vicepresidente de Boca. En su concepción no importan los adornos, sino lo que ocurre en el campo de juego. Por eso, en el día por día, todo suele ocurrir en el Salón de Usos Múltiples (SUM). Allí, Riquelme se reúne –y toma sus mates, claro– con sus allegados más allegados. Mauricio “Chicho” Serna y Jorge Bermúdez, entre ellos. Hay una rutina de todos los días: hablar de fútbol. Desde la primera hasta la novena. De todos los partidos, de todos los jugadores. “Su idea de Ezeiza es que funcione como un club 100% de fútbol”, dice alguien que conoce a Román. Y agrega: “Es muy respetuoso y hasta un obsesivo de esa cultura del fútbol”.
Una conducta domina la historia de Riquelme como futbolista, en primer lugar, y como dirigente, después: lealtad. Por eso se rodea por ex compañeros con los que tuvo la misma sintonía en los vestuarios; por eso confía en un puñado de personas. Eso sí, no delega “casi nada”. “Hace todo lo que puede. Vive por y para Boca”, cuenta otra fuente que conoce el predio de Ezeiza. Otro informante evoca una anécdota: “Riquelme jugó la final del Mundial Sub 20 en Malasia y portó la cinta de capitán. Argentina venció por 2-1 a Uruguay con goles de Leonardo Biagini y Francisco Guerrero. Descontó Pablo García. Sin embargo, Román no levantó la copa. ¿La razón? El capitán del equipo era Diego Markic, que no pudo estar en el partido decisivo. Cuando iban a darle el trofeo, Román llamó al ex jugador de Argentinos Juniors y se lo dio, para que lo levantara él. Después, terminaron siendo grandes amigos”. Eso es la lealtad para Riquelme, y por eso se rodea por gente en la que confía.
Para quienes no están en el día por día de “Boca Predio” (tal el nombre con el que se lo distingue de “Boca Brandsen”, es decir, la Bombonera y sus oficinas), el estilo de conducción de Riquelme puede parecer demasiado personalista. Lo cierto es que él está en todos lados aunque no se lo vea. Otro Riquelme, su hermano Cristian, “vive” en Ezeiza con Román. “Está en todo. Si al Departamento de Fútbol”, cuenta una persona cercana a él, “interesa un jugador que está en otro equipo, Riquelme no para hasta conseguir el contacto del futbolista. No le importa el representante. Llama él. Y trata de convencerlo en persona. Hablándole de las bondades de Boca, de su gente y de la historia”. Así fue el operativo de seducción a Edinson Cavani, por ejemplo. La historia se repite con la mayoría de los nombres mencionados en cada mercado de pases. La clave del interés de Boca es el llamado de Riquelme.
Riquelme sonríe porque 2023 es año electoral. Y porque sabe que ganar la séptima Libertadores sería el reaseguro de la reelección. Su eventual candidatura se decidirá en las próximas semanas, pero hay algo claro: él quiere permanecer en Ezeiza como máximo gestor del fútbol de Boca. Quiere continuar con ese proyecto de “club de fútbol” con el que sueña. El reciente viaje a la sede de Conmebol para la reunión de coordinación de la final de la Copa aportó claridad en eso: al vicepresidente lo acompañó Ricardo Rosica, secretario general del club y hombre muy cercano a Jorge Amor Ameal desde su época en el departamento de Interior y Exterior. Hay quienes aseguran que Rosica puede convertirse en el candidato a presidente del riquelmismo.
Riquelme tiene tanta calle como fútbol. Sabe que la idolatría del pueblo xeneize a él no tiene parangón. Y la alimenta todos los días. Por algo su estatua es la primera que ven los futbolistas de Boca cuando salen del vestuario local en la Bombonera rumbo a la cancha. Por eso es una suerte de “tótem” en el predio de Ezeiza. Por eso hace unos años, si alguien quería ir a “Boca Brandsen” en un día de entrenamiento, debía tener cuidado con el lugar en el que dejaba el auto. Había una cochera central reservada al 10, que todavía jugaba.
Los primeros cuatro años de la “gestión Riquelme” en el fútbol aumentaron la colección de trofeos locales y potenciaron con juveniles a la primera división. Era un anhelo de los hinchas: ver en el equipo principal a jugadores formados y criados en La Boca. Algo así como que el semillero se pareciera un poco a La Masía, el de Barcelona. El objetivo está cerca de cumplirse: los cuatro mediocampistas que se perfilan como titulares para el sábado en el Maracaná tienen sangre azul y oro: “Pol” y “Equi” Fernández, Cristian Medina y Valentín Barco. A ellos puede sumarse el defensor Nicolás Valentini, si termina siendo el reemplazante del suspendido Marcos Rojo.
La séptima Libertadores sería el primer gran impacto internacional del Riquelme dirigente. Además, establecería una marca: nunca hubo un campeón como futbolista que repitiera el logro detrás de los escritorios. A su vez, Boca se aseguraría un premio de 18.000.000 de dólares (y un acumulado superior a 27.000.000) y la clasificación para dos mundiales de clubes: 2023 en Arabia Saudita y 2025 en Estados Unidos. Motivos más que suficientes para que Riquelme estuviera feliz. Y sonriera como nunca.
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