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Edinson Cavani, en el ojo de la tormenta: la figura de talla mundial que salió lesionado y nunca pudo demostrar su jerarquía
El uruguayo no estuvo a la altura del desafío en la final y en buena parte de su breve trayectoria con la camiseta xeneize
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“Hay un camino muy largo para llegar acá. Si no se hubiera recorrido, quizás no llegaba a estar acá. Cambiaría mucho... Menos la Copa América con Uruguay, creo que te dejo todo lo que tengo por lograr la Copa con Boca y esperemos que Dios quiera que se pueda dar”. La contundente frase de Edinson Cavani, su deseo en el tramo final de su carrera, quedó convertido en papel picado. Boca, en buena parte del desarrollo, estuvo a la altura del desafío. Cavani, en cambio, quedó en deuda. En la final, principalmente, hasta que salió con una molestia física. Y en buena parte de su breve estadía en el mundo Boca.
En la finalísima, tuvo algunas intervenciones con su estirpe (pocas, verdaderamente) y otras, lejos de su mejor versión. En el arranque mismo, cuando pudo esperar que la pelota rodara para quedar en una buena versión para marcar y, sin embargo, con un toque atrás, frenó el impulso ofensivo. Siempre fue una amenaza latente. No tuvo, eso sí, la influencia que el equipo xeneize necesitaba.
Fue reemplazado por Darío Benedetto 15 minutos antes de los primeros 90. Una molestia en el tobillo, tal vez, fue el motivo decisivo. No el único.
El uruguayo tiene una historia breve en la Ribera. Y con algunas cuentas pendientes.
El dueño de la camiseta 10, clasista en el área y aventurero detrás de la medialuna, a los 36 años, cumplió el sueño de su infancia: jugar en la Bombonera. “No le podemos dar nada de lo que vivió en Europa, pero eso sí, va a sentir que la cancha se mueve cuando entre por primera vez. Eso le va a quedar para toda la vida”, decía Juan Román Riquelme, amigo del oriental que brilló en Napoli, PSG, Manchester United (algo menos) y de fugaz paso por Valencia.
Actuó en cuatro mundiales (convirtió en tres de ellos), salió campeón en la Copa América de la Argentina 2011 (ese título que no cambiaría por nada del mundo), anotó 379 goles en 673 partidos (antes de soñar con colgarse del alambrado como su admirado Manteca Martínez) y consiguió 23 títulos. Pero tenía un deseo de pequeño, en el campo, mientras escuchaba la radio que hacía eco desde la otra orilla.
El Matador quería jugar en Boca. Dejar su marca en la Bombonera.
Es más: cuando Edinson Cavani pisó por primera vez el césped del mítico escenario, en los primeros capítulos de agosto, los hinchas lo recibieron entre el entusiasmo y la presión por un equipo potenciado con semejante figura del fútbol mundial. “¡Quiero la Libertadores!”, entonaron.
No hay que ser detallista para notar que su clase es diferente a la mayoría de los valores domésticos; sin embargo, el uruguayo no logró plasmarla en goles y mantuvo un relativo protagonismo. Un gol a Platense, un grito especial frente a Palmeiras en la semifinal decisiva y un penal contra Talleres. Tres gritos repartidos entre la Copa de la Liga, la Copa Libertadores y la Copa Argentina. Tres tantos, algunas pinceladas. Y algo más.
El hincha protestó, más de una vez, con pequeños murmullos. No será enfático, pero está claro que esperaba contemplarse con las manos lastimadas de tanto trepar alambrados. Miguel Merentiel fue más efectivo en ese lapso y los esporádicos ingresos de Darío Benedetto hicieron recordar algunas huellas de aquella copa de 2018. Entonces, fue observado de reojo.
El funcionamiento colectivo (casi) siempre fue de vuelo bajo, lo que obligó a Cavani, más de una vez, a retroceder para colaborar mediante su conocido esfuerzo defensivo y, además, a su sensación de vacío con la pelota en el área. En la serie con Palmeiras, por las semifinales de la Libertadores, tuvo un desempeño desabrido (primero) y una actuación a tono con su historia (después). Todo junto.
En casa, desperdició un par de situaciones de gol claras. Incómodo, ante una consulta periodística en el campo de juego, en la que se le sugirió que había tenido algunas ocasiones nítidas para convertir, con notorio fastidio, remarcó: “A ver, ¿cuáles son las situaciones claras que tuve? ¿Te parece que son claras las pelotas así de fuertes? Eso es lo que te parece a ti. En la cancha las cosas no son tan fáciles como se las ve desde afuera”.
Sus toques de calidad son estelares, pero faltó el más importante: en ese encuentro, a los 23 minutos de la etapa final, Barco remató y el atacante uruguayo no llegó a empujar la pelota después de una floja respuesta del arquero Weverton; incluso se torció un tobillo al fallar la definición. Esa acción, para muchos alejada de la estirpe histórica xeneize, generó revuelo en las calles y las redes. Decía Jorge Almirón: “Nos faltó el gol”. Tal vez, una síntesis del semestre, más allá de la adrenalina positiva en las series de penales.
En la vuelta, marcó el 1-0 a los 23 minutos de la primera mitad y luego falló el primer penal de la definición. El equipo, como siempre, se repuso en esa instancia: anotó los otros cuatro. “A veces entran; a veces no entran. Pero bueno, hay que seguir con fe y a seguir laburando”, era su reflexión, siempre con una sonrisa. Atrás había quedado un tanto silenciado contra River, anulado por posición adelantada.
Riquelme se enamoró del personaje. “Es un placer muy grande verlo jugar. Verlo controlar, cómo rebota, los movimientos que hace. Es perfecto. En mi humilde opinión es el mejor jugador extranjero de todos los tiempos en el fútbol argentino. Está entre los 10 goleadores históricos (con vigencia en el fútbol) y tenerlo acá, ver que se pone el uniforme y con la felicidad que anda, es un sueño. Cada día que me levanto me pregunto si es real o no”, contaba el vicepresidente.
Clase internacional, excesiva ansiedad, capacidad atlética y un grito determinante para que Boca aterrizara en el Maracaná. El resto, es historia…
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