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Boca es bandera de un fútbol desbordado
El deporte, sabemos, tiene todo. Vencedores, vencidos, héroes, villanos, ilusión, incertidumbre, suspenso. Una máquina narrativa que, a veces, sucede en apenas hora y media. Y que es cambiante. Porque Racing comenzó dando aula el domingo pasado en su estadio, pero Boca lo dejó groggy. El clásico formó parte de nuestra medianía. Ni siquiera hubo goles. Aun así, el teatro humano de Avellaneda tuvo casi todo. Imperfecto y fascinante. Fútbol en estado puro.
La película del Cilindro comenzó con los jugadores arrodillados. El gesto, icono global antirracista, fue usado aquí para protestar porque la violencia barra (que ha incluido muertos) tocó ahora el incendio de autos de jugadores. Al Pity Martínez le apareció en 2017 el auto quemado frente a su casa (al año siguiente terminó siendo héroe de River en Madrid). Otra versión incluye a Juan Román Riquelme cuando, en 2010, vivía internas agitadas en Boca. “¡Te vamos a romper la camioneta!”, lo amenazó un barra. “Rompela toda, mañana voy y me compro otra”, respondió Román.
El domingo, Boca siguió arrodillado el primer tiempo. Racing volvió a abrumarlo (como le había sucedido cuando lo dirigía Sebastián Battaglia y ni siquiera disparó al arco en 90 minutos). El Boca de Hugo Ibarra fue al menos un huracán final. No ganó porque el árbitro con chapa de Mundial omitió una mano grosera dentro del área. La tecnología había omitido antes una alevosa plancha de Boca. Hubiese sido inmerecido el triunfo, pero el fútbol no tiene por qué ser justo. Sea Battaglia o Ibarra (elegir técnicos de reserva parece ya una política del club), el Boca de Riquelme-dirigente sigue curiosamente en deuda con la calidad: le cuesta mucho jugar bien.
El Riquelme-dirigente no tiene por qué ser el Riquelme-jugador. El cambio de función lo indica. Su convocatoria fue amplia (hay 24 ex jugadores trabajando en el club y una política más firme en divisiones inferiores). Pero la autoridad admite poca discusión y Riquelme mantiene su tradición de hablar dónde, cuándo y cómo quiere. Suele ser un intercambio desparejo, que abre puertas a la especulación. Así, pues, Román aparece en distintas crónicas como presidente, tesorero o DT. No como jugador, claro. Y, sin la pelota bajo sus pies, su manual de conducción se complica.
¿Cómo es posible, sino, que a Boca le hayan estallado tantos conflictos en tan poco tiempo, sin ganar la Libertadores, es cierto, pero con cuatro títulos obtenidos en dos años y medio de gestión? “Las cosas de adentro tienen que quedar adentro”, dijo ayer Riquelme, acaso recordando sus propios tiempos de jugador, cuando los trapos sucios se lavaban en casa y el equipo ganaba todo. Por las razones que fuere hoy no es así. Podría decirse que son generaciones distintas, pero allí está enfrente el River de Marcelo Gallardo mostrando otros liderazgos posibles. Más disciplina colectiva.
Boca siempre fue más ruido. Prensa más exagerada. En sus virtudes y en sus miserias. Un tratamiento desmesurado, y a veces sospechoso, que creció desde que el club se convirtió en botín político. Cualquier crisis en Boca incluye hoy la opinión de opositores, ex jugadores y hasta del tío segundo de la figura que esté en conflicto. Y luego está Boca que alimenta todo. Desde los jugadores que merecen crónicas policiales hasta los que reclaman mejor contrato. Boca se convirtió en un reality a medida del show. Y la crisis incluye a todos.
¿Pero no vimos acaso el último fin de semana la renovada lucha de egos de Kylian Mbappé y Neymar en PSG? ¿Y el circo de los técnicos Thomas Tuchel-Antonio Conte en el Chelsea 2-Tottenham 2 del domingo pasado en la reputada Premier League? Fue un empate a pura electricidad y de final caótico, que incluyó también allí polémicas de árbitro y de VAR. Un duelo físico, sin simulaciones, y hasta con escenas de “macho-alfa” que fascinó a muchos analistas. “De repente”, dijo el ex jugador Graemme Souness, comentarista en Sky Sports, el fútbol volvió a ser “un juego de hombres”. En un país que dos semanas antes había celebrado la Eurocopa femenina, Souness fue acusado de “primitivo”. Sus defensores argumentaron que se refería a otra cosa: a recuperar un aire salvaje que parecía perdido.
A veces, cierto far west de nuestro fútbol es lo que más agrada al extranjero. Tiene momentos geniales (Gabi Milito, DT de Argentinos, invitando el domingo al hincha que le exigía cambios que le dijera también a qué jugador pondría él). Pero, impacientes y precarios, el desborde es nuestro sello. Y Boca la bandera. El domingo en Avellaneda no hubo amago de pelea. Hubo trompada directa y entre compañeros (Darío Benedetto y Carlos Zambrano, ambos sancionados ayer por Boca). En rigor, sabemos de peleas en entrenamientos y vestuarios de numerosos equipos. Y también, más secreto, motines en algún entretiempo si en la primera etapa hubo baile.
¿Quién debe tomar la palabra en ese momento tan caliente? “Líder”, me respondió una vez Julio Velasco, mítico entrenador de voleibol, “es aquel que ejecuta con su cuerpo lo que dice con su boca”. En Italia 90, la selección estaba siendo humillada por Brasil, al borde de una rápida eliminación. En el entretiempo, Carlos Bilardo, siempre eléctrico, entendió que debía estar calmo. No dijo nada. Y cuando los jugadores volvían al campo dio una directiva sencilla y célebre: “¡No se la pasen a los de amarillo porque perdemos eh!”.
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