Los límites los pone Juan Román Riquelme

El curso de los acontecimientos indica que Juan Román Riquelme verá cumplido su deseo de seguir jugando en Boca. No es seguro que lo haga hasta los 40 años, como le apostó a su hermano, pero cerca de cumplir los 36 (el 24 de junio), es más que probable que los 37 también lo encuentren con la camiseta N° 10 azul y oro. La reestructuración de los torneos para 2015, con una temporada que se extendería de febrero a diciembre, obliga a reformular la renovación de los contratos que vencen a mediados de este año. No tiene sentido hacerlo sólo por 12 meses más, ya que en ese caso caducarían en medio de la competencia. Lo lógico, en el caso de Riquelme y de tantos otros jugadores que están en su misma situación, es firmar un vínculo por 18 meses, hasta fines de 2015.

Riquelme demostró que no estaba en ninguna gira de despedida, sino en campaña para que su continuidad se fuera decantando naturalmente, por el rendimiento suyo y por la presión

En lo que respecta a Román, es sintomático cómo va anunciando en la cancha, con su rendimiento y grado de implicación, cuál es su voluntad a futuro, qué es lo que tiene ganas de hacer. Cuando en el vestuario del Pacaembú, luego de la derrota ante Corinthians por la final de la Copa Libertadores 2012, dijo que estaba "vacío" y se iba de Boca, no hizo más que poner en palabras el triste adiós futbolístico que un rato antes había escenificado sobre el césped.

Jugar es un estado de ánimo para Riquelme. Y también es un experto en el manejo estratégico de los tiempos. Una buena parte de la dirigencia de Boca especuló con que éste sería el último semestre de Román, que no habría margen para que siguiera. La discontinuidad a causa de las lesiones, las internas de vestuario que reflotan cada tanto y la distante relación con el presidente Angelici eran motivos que sugerían que se estaba ante sus últimas semanas en Boca.

Pero Riquelme tenía otros planes y eligió un momento especial para comenzar a exponerlos: desde la 10a fecha, en el superclásico con River. Esa tarde hizo un golazo de tiro libre, fue el mejor de su equipo y quedó la impresión de que Boca se quedó huérfano de pelota y empezó a perder cuando Bianchi lo reemplazó, decisión de la que el técnico después se arrepintió en la intimidad.

De ahí en adelante, sobre todo en la Bombonera, Riquelme demostró que no estaba en ninguna gira de despedida, sino en campaña para que su continuidad se fuera decantando naturalmente, por el rendimiento suyo y por la presión y el afecto de muchos hinchas. Se destacó en los triunfos contra Godoy Cruz, Arsenal y Lanús. Volvió el Riquelme conductor, cerebral, activo. Y en un partido ante Tigre en el que no pasaba nada de nada, regaló un golazo desde fuera del área para el 1-0. Terminó siendo uno de los mejores del torneo en la segunda mitad del calendario.

Obligó a los dirigentes a redactar una oferta de renovación que no tenían pensada, mientras le llegan ofertas de Brasil (Recife, ayer se sumó el Palmeiras de Gareca). Marcó la cancha y los escritorios. Miró a su alrededor, no sólo a Boca, sino a un fútbol argentino cada vez más pobre en calidad, que anuncia otro éxodo de jugadores, y se animó a verse en una cancha hasta los 40. En nuestro discreto contexto futbolístico, se sabe único, incomparable. Lo poco que quede de Riquelme todavía sigue siendo suficiente.

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