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Boca goleó a Barracas Central: mientras Riquelme sigue buscando, Herrón le cambió la cara a un equipo que espera por un nuevo técnico
El entrenador interino consiguió un rendimiento muy mejorado respecto del que venía mostrando con Ibarra
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El cuestionamiento que los referentes del plantel de Boca dejaban trascender en sordina hacia el destituido Hugo Ibarra era que se trataba de un entrenador que no les daba “las herramientas suficientes”. Una carencia que, en su amplitud, podía alcanzar alternativamente al planteamiento de un partido, la elección de los intérpretes o el estudio del rival.
Cualquiera fuera la limitación del conductor, los jugadores habían dejado de creerle, o de tener voluntad para responderle. La peor desconexión para un equipo. La supuesta impericia del cuerpo técnico terminó por colmar la paciencia de Juan Román Riquelme, que se había encargado de ungir a Ibarra como el mejor reemplazante posible de Sebastián Battaglia.
Ya sin Ibarra, Boca se sacudió la imagen de desgano que arrastraba. La interinidad de Mariano Herrón pareció aportarle tantas herramientas como una navaja suiza. Corta, ajusta, destapa, punza. Con una combinación de esas funciones se regaló ante Barracas Central la primera goleada en una Liga Profesional a la que tenía un poco descuidada.
Herrón tiene una ventaja con respecto a cualquier otro entrenador que pueda ser contratado, si es que finalmente termina llegando alguno tras la negativa de Gerardo Martino. Herrón está desde el primer momento, desembarcó junto con Riquelme, que lo ubicó como su delegado dentro del cuerpo técnico de Miguel Ángel Russo. Después fue la tercera pata en la dupla Battaglia-Krupoviesa. Estuvo en el debut de Ibarra y pasó a hacerse cargo de la reserva. Cualquiera haya sido su función, nadie conoce mejor a los últimos planteles de Boca que Herrón.
Lo más destacado de la goleada de Boca
Después de ser satélite, en su primer partido como principal responsable, Herrón no hizo ninguna revolución. Eligió una formación que tranquilamente podría haber dispuesto su antecesor. Con nombres que en la derrota ante Instituto fueron reprobados con silbidos, como hace mucho no se escuchaba en la Bombonera. Caso Sebastián Villa. O Pol Fernández.
Después de cinco cotejos volvió a la titularidad Juan Ramírez, un mediocampista que casi nunca estuvo a la altura de los elogios que en su momento le dedicó Riquelme. Con Figal -uno de los pocos que se venía salvando del incendio en el puesto de marcador central- de lateral derecho por la lesión de Advíncula y el bajo nivel de Weigandt.
Un 4-3-3 que supo utilizar Ibarra, con el repliegue de Langoni y Villa por las bandas para no quedar en inferioridad numérica ante el medio campo más poblado de Barracas. Un dibujo conocido para una actitud completamente diferente a la que venía mostrando. Benedetto y Pol Fernández coincidieron en un concepto tras el 3-0: “Hicimos una autocrítica interna, había que dar una muestra de carácter”.
Boca jugó y ganó con una autoridad que en los últimos tiempos solo impuso ante un rival de segunda división, Patronato, en la final de la Supercopa Argentina. Le hizo tres goles a Barracas en el término de 13 minutos, entre los 28 y los 41 del primer tiempo. Se podría pensar que solo fue una ráfaga de contundencia. Sin dejar de ponderar esa eficacia, se trató del pasaje decisivo de un partido que Boca nunca dejó de controlar. En el que no pasó por ninguna zozobra defensiva -tan habituales en encuentros anteriores- y pudo ampliar la goleada en el segundo tiempo, cuando a Villa y Pol Fernández se les corrió el arco ante situaciones muy favorables.
Veinte remates (siete al arco) son una evidencia de la sostenida producción ofensiva de Boca, especialmente a partir del primer gol, cuando Benedetto tiró la diagonal a espaldas de los zagueros locales para ir a encontrarse con una asistencia de Pol Fernández. El toque del N° 9 por encima del arquero Desábato se lo llevó por delante Dattola, autor del gol en contra.
El 1-0 fue una bisagra en el desarrollo. Rompió la apariencia de paridad que había hasta entonces. Barracas, en un campo reseco y algo desparejo, en el que por primera vez en su historia recibía a Boca, presionaba y avanzaba con pelotazos cruzados. Un ímpetu que empezó a declinar cuando se vio en desventaja.
Boca leyó bien que el rival estaba golpeado y lo liquidó con la jerarquía individual de sus delanteros. Mater cometió el pecado de no presionar a Villa contra la banda y el colombiano lo desbordó con una galopada para asistir a la entrada punzante de Langoni, que definió a un toque. En el 3-0, un pelotazo desde atrás que era un cascote fue transformado en una gema por una combinación entre Benedetto y Villa. Pol Fernández llegó desde atrás para ponerle el broche.
Casi que la única preocupación de Boca para el segundo tiempo pasó por la necesidad de reemplazar a Langoni, con un golpe en la rodilla. Con el resultado asegurado, y una continuidad en el ataque que hacía imaginar algún otro gol, Herrón empezó a cuidar piernas para el debut en la Copa Libertadores ante Monagas, el próximo jueves, en Venezuela. Fueron reemplazados Benedetto, Villa y Pol Fernández. “El equipo hizo un muy buen partido, con una actitud para resaltar. Agradezco el esfuerzo que hicieron. Cuando se va un entrenador se encuentran golpeados, pero no hay tiempo para quedarse, hay que trabajar”, fue el resumen que hizo Herrón.
Fue un sábado en el que Boca ventiló en el barrio de Barracas un ambiente que estaba viciado por los flojos rendimientos, dos derrotas consecutivas en la Liga Profesional y el despido de Ibarra. Herrón, fiel escudero de Riquelme, respeta el orden jerárquico: “Si el lunes hay entrenador volveré a mi lugar, si me toca dirigir (en Venezuela) lo haré para ayudar, nada más”.
Desde el consejo de fútbol que preside Riquelme hicieron trascender que el servicio prestado por Herrón será momentáneo, no se tentarán con confirmarlo, más allá de que este sábado fue una solución. La búsqueda de un técnico continuará. José Pekerman, Diego Alonso, Diego Martínez... O algún tapado. Cualquiera sea, Herrón ya le levantó al equipo.
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