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Boca, finalista de la Libertadores: la intimidad de la celebración y el grito de guerra de cara a la final con Fluminense
El triunfo ante Palmeiras desató emociones fuertes en el vestuario visitante
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SAN PABLO, Brasil.- Saltan, se empujan y gritan como si apenas unos minutos atrás no hubiesen hecho el desgaste de sus vidas. Suena a todo volumen “La cumbia de los trapos”, de Yerba Brava, y los jugadores de Boca se dejan la garganta en la parte que dice “dejamos el almaaa”. Todo un símbolo. El vestuario del Allianz Parque es de ellos, hoy parece que hasta el mundo les pertenece. A un costado, Jorge Almirón aplaude tímidamente. Enseguida, Edinson Cavani se le acerca y le da un abrazo de esos que duran, de esos que hablan. Afuera, ya pasó más de una hora y media desde el penal que ejecutó Pol Fernández y desató la euforia, pero allí siguen los hinchas xeneizes. Ellos tampoco paran de gritar, no se quieren ir.
Más de 20 cajas de pizza aún cerradas, intactas, en el centro de la mesa. Alrededor del banquete, Valentín Barco, Darío Benedetto y Javier García, representantes de diferentes generaciones, entonan un grito de guerra clásico, el que promete devolver la Copa Libertadores a la Argentina. “La copa que perdieron las gallinas”, dicen. La derrota en el superclásico, días atrás, ya no duele. La herida, esa que podría haber sido mortal, parece haberse convertido en una insignificante lastimadura. Queda lo aprendido. Repetir los errores cometidos no es una posibilidad, ya no más, o no debería serlo para que los de Almirón levanten la séptima Libertadores de la historia de Boca.
𝙑𝘼𝙈𝙊𝙎 𝘽𝙊𝘾𝘼 𝙑𝘼𝙈𝙊𝙎 🏆💙💛💙 pic.twitter.com/GpSEnOkyKh
— Boca Juniors (@BocaJrsOficial) October 6, 2023
Lo que viene es lo que importa y está ahí, a un paso. Ya es una realidad que Boca estará en el Maracaná el próximo 4 de noviembre, donde lo espera Fluminense. Ya habrá tiempo de pensar en cómo anular a Marcelo, cómo marcar a Ganso y en quién será el responsable de evitar que el implacable Germán Cano deje su huella en la final que, además, se disputará en Río de Janeiro, la casa del tricolor carioca. “Chiquiiiito, Chiquiiiito”, se grita fuerte ahora en el vestuario. El reconocimiento, claro, es para el arquero que lleva atajados 12 de 23 penales desde que llegó a Boca. Otra vez San Pablo, la misma ciudad donde nueve años atrás Javier Mascherano le aseguraba que se convertiría en héroe antes de la tanda de penales frente a Holanda (hoy Países Bajos). Ayer Arena Corinthians, hoy Allianz Parque. “El destino es hermoso, me tocó venir a este club cuando nadie confiaba, cuando nadie creía”, dijo Romero ya en el aeropuerto de Ezeiza, esta mañana.
Retumban hasta hoy las paredes del vestuario visitante en el Allianz Parque. El grito, más que festivo, es de desahogo, es un grito de guerra. Es una forma de despejar dudas y de mirar hacia adelante. “La Copa Libertadores es mi obsesión”, cantan los jugadores, que a esa altura más bien parecen hinchas. Lo sabían, llevarse la clasificación de San Pablo era la única llave posible para cicatrizar heridas. Por eso la delegación fue tan numerosa. Por eso los 30 futbolistas habilitados para jugar la Copa Libertadores estuvieron presentes en Brasil. Tenían que estar juntos para aguantar la tormenta que se vendría, oscura e intensa, en caso de derrota, o para lo que finalmente sucedió, desahogarse, gritar y cantar durante toda la noche.
El próximo paso, la nueva fase que comienza hoy es soñar con lo que viene. Aunque, sin embargo, costará sacarse de encima la noche del Allianz. Llevará algunos días acomodarse al ritmo, pero no hay tiempo para resacas. En menos de un mes, el sueño de todos en Boca estará al alcance de los dedos. Hasta allí, Almirón y el grupo tendrán que trabajar mucho para corregir errores, porque los hubo ante Palmeiras y podrían haber costado caro. Hay sonrisas, muchas sonrisas, como la de Barco, incrédula, en su vivo de Instagram. también hay llantos y abrazos duraderos, eternos. Por allí está Chicho Serna, también Juan Román Riquelme. Seguramente a ellos les vendrán algunos recuerdos a la mente, buenas memorias de batallas ganadas, de noches como la del Allianz Parque, de esas que quedan para siempre, de las que curan e invitan a soñar.
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