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Boca es un descontrol y no descuelga el póster del ídolo: ¿el problema es Riquelme?
Dos procesos sin conformar en ocho meses, contrataciones controvertidas, problemas sistemáticos, silencios ruidosos, algunos de los síntomas de un proyecto apoyado en históricos
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El futuro de Sebastián Battaglia como entrenador de Boca, a esta altura, apenas parece un detalle. Lo que le sucede al conjunto de la Ribera es todavía más profundo. Casi de diván. Porque reconocer el posible problema podría generarle un dolor demasiado grande. Ya lo vivió, porque vio cómo se despintaba la estatua de Carlos Bianchi tras su tercer ciclo en el club, aunque ahora todo puede resultar más traumático. Es sencillo pensar que el asunto es sólo la pelota y el conductor de turno. La construcción del proyecto, la conducción de la gestión, las formas, los mensajes, el silencio perfectamente diseñado, son algunos elementos que generan una energía compleja para sostener cualquier idea. Entonces, resulta inevitable mirar hacia la cima, allí donde nadie más que Juan Román Riquelme puede estar sentado. El máximo ídolo, el valor histórico más preciado, es tan divino como lacerante, porque en el momento en el que todo arde no hay llama que lo alcance. Y eso, también, es parte de lo que padece Boca.
“Bloqueados”. Esa es la palabra que aparece en cualquier discurso de los actores de toda esta historia. Aplica para Battaglia, porque eso es lo que considera el Consejo de Fútbol que lidera Riquelme. Es lo que leen que sucede con el equipo, porque creen que ya no pueden encontrar más soluciones en el DT. Es lo que sucede con la relación entre el entrenador y el vicepresidente del club. Es lo que se advierte en la postura de Jorge Amor Ameal, el hombre que debiera tomar las determinaciones, pero que ve cómo explota el universo del club que preside y parece estar parado frente al problema con un pequeño balde de agua.
Bajó la furia de la gente en el partido con Godoy Cruz. Habló la Bombonera, así como lo hizo cuando sacó de su cargo a Julio Falcioni, así como comenzó a bramar antes del último superclásico con River, pero encontró un poco de calma por la victoria de la mano de Battaglia. Un combo perfecto para cualquier conducción, pero mucho más para la que hoy está al frente del fútbol xeneize, porque no llegó ninguna bala hasta el altar, solo sirvió para desestabilizar todavía más un proceso que miran de reojo desde hace un tiempo y podría permitir finalizar un ciclo sin ensuciarse las manos.
Claro, el pequeño detalles es que Battaglia no tiene entre su planes dejar el cargo. Y no se trata sólo de un capricho. Sobre el tablero de ajedrez que se plantea, el entrenador quiere insistir en su búsqueda por torcer el rumbo, siente que los futbolistas no le quitan el respaldo y pretende que sea el Consejo de Fútbol el que tome la determinación de finalizar su ciclo.
En cambio, con el sello de su máximo referente, la mesa del fútbol de Boca pretende que todo se resuelva de la misma manera que finalizó el proceso de Miguel Angel Russo. Erosionar y consensuar una salida. Entienden que no hay vuelta, que los jugadores no pueden recibir más de Battaglia, pero no quieren “cargar” con el peso de decirle basta al máximo ganador de la historia xeneize. No quieren que los señalen por no poder, en apenas ocho meses, sostener dos procesos que no colmaron las expectativas.
Todo está quebrado
Nadie da el paso, pero las dos partes saben que todo está quebrado. Y no por la última victoria, sino desde aquella noche del 30 de octubre, en la Bombonera, tras la derrota ante Gimnasia, que Riquelme tomó la determinación de detener el ómnibus para lavarles la cabeza a los futbolistas. Si bien Battaglia se mostró superado frente a ese escenario, la realidad es que es una herida abierta para el técnico. Incluso, los que están cerca de ambos aseguran que desde ese momento la distancia fue en aumento día tras día. Desde el Consejo advirtieron que el DT ya no escuchaba sugerencias y el técnico, que tomó esa postura porque no se respetó su lugar.
Es cierto que tener un cúpula histórica que le permite a Boca absorber determinados momentos de presión es un buen antídoto, pero eso también puede tener contraindicaciones. Es que se puede padecer del “mal del ídolo”. Léase: nadie se atreve a descolgar el cuadro, no se levanta la voz para cuestionar contrataciones, no existe quién pueda marcar que muchas de las acciones que tomaron frente a las renovaciones de contratos de integrantes del plantel actual son las mismas que cuestionaban cuando ellos, los integrantes del Consejo, pateaban una pelota. Y como si fuese poco, no aparece en escena quien marque que el presidente de club apenas se encarga del protocolo de violencia de género -una necesaria medida, debido a la cantidad de situaciones incómodas que vivió el club por diferentes futbolistas del plantel profesional-, pero que no tiene el más mínimo voto en cuestiones futbolísticas, la cuestión central de toda esta historia.
No importa si Ameal cree que Battaglia debe seguir, porque leer que en la reunión en la que estuvo junto al Consejo de Fútbol tras el empate con Godoy Cruz, fue para sentar una posición, es desconocer el contexto. Allí la palabra tiene dueño: uno conduce, el resto acompaña. Es verdad que la mirada de Riquelme puede ser la más experimentada, que nadie como él supo cómo manejar todo dentro de la cancha. Pero quizás el problema sea creer que sin una pelota debajo de la suela también su figura deba ser absoluta.
Los primeros que advierten todo este escenario son los futbolistas, que sienten que viven, por responsabilidades propias pero también por falta de una red contención, en un “quilombo permanente”. En la intimidad del plantel saben que algunos integrantes no colaboraron para que esto no suceda (”llegadas intoxicadas” o problemas con sus parejas), pero también entienden que no cuentan con un cortafuegos para evitar que cualquier problema crezca. Que esa espalda que genera tener a tanto ídolo cerca, no los cubre a ellos, sino que es un escudo que sólo protege a la oficina montada en Ezeiza.
Detenerse en una reunión cumbre puede hacer perder el foco, porque Boca tiene más problemas que la continuidad de un entrenador o la búsqueda de uno nuevo. Debe resolver qué hacer con el poster colgado en la habitación, cómo encontrar piezas que no le traigan problemas, poner los pies sobre la tierra y primero construir un proyecto serio antes que poner la zanahoria en la Copa Libertadores. Está claro que el xeneize está “bloqueado” y también es verdad que está enceguecido por el brillo de su estatua.
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