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Boca en Río: la calurosa recepción y los valores astronómicos de las entradas para la final de la Libertadores
Unos 2000 hinchas xeneizes alentaron a los futbolistas en su llegada al hotel en Barra de Tijuca
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RIO DE JANEIRO.- “¡Quiero la Libertadores!”, braman los cerca de 2000 hinchas de Boca cuando ven los dos micros ploteados con la copa, ese trofeo que se convirtió en una obsesión. La Séptima de su historia. El plantel llega al hotel de la zona de Barra de Tijuca que será su búnker hasta el sábado, día del partido. La gran final. En el palco improvisado hay familias enteras, con y sin entrada, niños con el torso desnudo que piden un triunfo y revolean sus remeras. Hay peregrinos que llegaron desde los cuatro puntos cardinales de la Argentina a la Cidade Maravilhosa. En el Maracaná, la catedral del fútbol brasileño, habrá mucho más que 20.000 hinchas azul y oro. De acá al viernes se esperan entre 80 y 90.000 fanáticos. El banderazo del viernes en Copacabana será el punto final a la previa. Que empezó este mismo miércoles, ni bien el plantel tocó suelo brasileño.
La delegación argentina se encontró con una Río de Janeiro hostil. A las 18.30, cuando futbolistas, cuerpo técnico y dirigentes hacían migraciones en el aeropuerto Antonio Carlos Jobim el cielo se venía abajo. Llovía en algunos morros y goteaba en otros. Las calles y autopistas (rodovías) estaban plagadas de pecas rojas, las luces de los frenos de miles y miles de autos. Un enjambre de vehículos que podía demorar hasta dos horas el trayecto desde la estación aérea al hotel xeneize. Lo hicieron en mucho menos tiempo: eran las 19.38 cuando los dos ómnibus pusieron rumbo al búnker, al abrazo con los hinchas, al último contacto antes de los dos entrenamientos de jueves y viernes; antes del partido de sus vidas.
El búnker xeneize es una mole de cemento, vigilada por los cuatro costados. Hay móviles de la Policía Militar escalonados desde cinco cuadras antes. Uno está justo en la entrada. Unos diez empleados de seguridad privada, todos con pechera fosforescentes, sirven de apoyo para las vallas que separan a los hinchas del lugar reservado a los futbolistas; de la antesala al lobby. Muchas de esas dos mil personas están hace un buen rato esperando por sus ídolos. Hay banderas de Venado Tuerto, gente de Río Tercero, de Rosario, de Arrecifes; son los primeros. “Estar acá es un sueño”, dice “Pacha”, que llegó desde San Nicolás vía Rosario. “Ya sabíamos que si Boca ganaba íbamos a hacer lo imposible por viajar”, cuenta. Y sobre un eventual festejo, manda la pelota a la tribuna al más puro estilo de un zaguero central: “Hay que ganar y después veremos. Igual, hasta las 21 no nos vamos a poder ir del estadio”.
Esta porción de Barra de Tijuca, rodeada de árboles y con un shopping enfrente, funciona como esas horas de espera en la Bombonera. El ritual es el mismo, sólo que ahora no hay comida ni bebida. Tampoco está la barra. Esto es todo de los hinchas, que amenizan con el cancionero xeneize. Del “Ooooh, queremos la Coooopaaaa”, al “Yo te quiero Boca Juniors... yo te quiero de verdad”. Y el infaltable: “En Río de Janeiro, vamos a ganar... En Río de Janeiro, vamos a ganar...¡Y la vuelta... Y la vuelta vamos a dar!”. Se juntan en ronda, se preguntan cuánto falta para que el micro (o los coches de la custodia policial) asomen la trompa por una de las calles laterales del hotel.
Se impone una pregunta: “¿Tenés entradas?”. Los 20 mil tickets que puso a disposición la Conmebol resultaron más que exiguos para el público xeneize. La cantidad de hinchas en esta ciudad duplicará a aquellos con boleto para la gran final. La expectativa hizo que los valores en el mercado negro subieran más rápido que el dólar blue en tiempos electorales. Hay quienes pagaron US$1300 por una popular, cuyo valor original era de 39 mil pesos. A eso hay que sumarles los pasajes, que trepan hasta 1.200.000 pesos. “Si gana Boca habrá sido barato. Esto es una vez en la vida”, se escucha entre la muchedumbre.
La odisea no termina con el pago de la entrada. Algunos hinchas de Boca aprovechan la espera para sacar sus celulares y mostrarse unos a otros los correos electrónicos que recibieron de la Conmebol. Precisan validar la entrada adquirida en la aplicación, que ya se bajaron a sus aparatos. Pero no saben, no pueden y los carcome la ansiedad. Hasta que uno tiene un dato y les enseña a los demás cómo hacerlo. “¡Me salvaste, porque no tenía idea!”, agradecen. Mañana y pasado serán ellos los encargados de esparcir el conocimiento a más hinchas de Boca al borde de un ataque de nervios.
De repente, los diez empleados de seguridad privada con chaleco fosforescente hablan por handy y empiezan a moverse. Es la señal que todos estaban esperando. Viene Boca. Un auto de la Policía Militar encabeza la caravana. Las luces encandilan y la humedad omnipresente de Río hace transpirar. A nadie le importa, porque todos tienen la certeza de estar viviendo un momento único. El grito es uno y parece el trueno que le falta al cielo, a punto de volver a explotar y desatar la tormenta. “En Río de Janeiro, vamos a ganar...”, una y otra vez.
Ambos ómnibus se estacionan en paralelo al lobby y, uno a uno comienzan a bajar los futbolistas de Boca. “Riqueeelme... Riqueeeeeelmeee”, grita la grey xeneize. El ídolo, devenido vicepresidente pero, sobre todo, gestor del fútbol del club, cosecha tantas adhesiones como cuando jugaba. Después, algunos futbolistas se acercan a la valla para sentir de cerca el aliento de los suyos. Resuena el “Pipaaaa, Pipaaaaa”, cuando Benedetto pasa a centímetros de los hinchas. “Dale, Advíncula”, le gritan al peruano. El pueblo xeneize está envuelto en una excitación que sólo puede ir en aumento conforme se acerque el partido. Esa final que todos juegan en sus cabezas desde que dejaron en el camino a Palmeiras en las semifinales.
En toda la espera no hay una sola confrontación. Ni con la Policía, ni con hinchas brasileños. Ni de Flu, ni de Fla, ni de ningún otro. Todo se desarrolla en calma, con una bandera gigante que dice “Venado Tuerto” colocada como si fuera la primer señal de conquista. Como la del hombre cuando llegó a la Luna. Algo de eso hay, porque desde hoy Boca está en Río de Janeiro. Suena Fito Páez y su himno “Dale alegría a mi corazón”. Eso quieren los hinchas xeneizes que hicieron la peregrinación a Río, los que se quedaron en la Argentina y los que están por viajar: alegría para el corazón. “La Copa Libertadores es mi obsesión... “, con la melodía del músico rosarino le ponen el telón sonoro a la bienvenida del equipo. Habrá entrenamientos, habrá banderazo en Copacabana, habrá una marea azul y oro, y habrá un partido de fútbol. Habrá, en definitiva, un nuevo campeón de América.
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