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Boca campeón: un título épico, cargado de dramatismo, y una definición que dejó de lado las especulaciones
El xeneize sufrió, como a lo largo de todo el campeonato, para consagrarse en un empate 2-2 en la Bombonera con Independiente; lo ayudó un penal que atajó Armani y frustró a Racing en Avellaneda
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Las suspicacias a otro lado. Que “River beneficiará a Racing”; que “Independiente ayudará a Boca”. Y la conclusión de hace días quedó en offside: “El Cilindro mirará de reojo a la Bombonera”. Fue una definición dramática, llena de especulaciones y que no tuvo nada de lo que se insinuaba. Boca es un justo campeón de la Liga Profesional, pero el final coincidió con su desempeño en el trayecto: jugó con fuego en su casa y esta vez se quemó, pero en Avellaneda apareció River con los matafuegos en forma de goles de Miguel Borja y el penal atajado por Franco Armani. Lo que importa: Boca es nuevamente el dueño del título local y sumó su estrella N°73.
De locos. Una definición a la que le sobró respeto y profesionalidad, los términos utilizados por Fernando Gago que, según su visión, serían faltados si los “jueces” de la historia perjudicaban a su clásico.
Los hinchas xeneizes armaron un recibimiento espectacular: la bandera que es habitual verla en el césped desde el superclásico (1-0) apareció en la totalidad del palco preferencial. Tapaba el espacio que le corresponde a Juan Román Riquelme y su gente, pero aún no estaban: ingresaron faltando dos minutos para el inicio. ¿Nervios? ¿Seguridad?
Boca salió con las cosas claras, sabiendo que el atajo al título era ganar. El Independiente del campo, en el molde; el Independiente dirigencial, con la tele del palco encendida, pendiente de lo que sucedía en el Cilindro. El local no progresaba y la visita empezó a animarse. Se terminaba el morbo y había que tener cuidado. Como cuando Carlos Zambrano tuvo un cruce heroico a los 24 minutos, ahogándole el gol a Lucas Romero. O cuando Lucas Rodríguez fue tocado en el área por Luis Advíncula, a los 28: del penal se encargó Leandro Fernández y no dejó dudas en la ejecución.
La tensión de la Bombonera desapareció pronto. Apenas dos minutos después, “Pol” Fernández desvió un tiro libre de Oscar Romero con una peinada que encontró el gol en el ángulo del segundo palo. Vital: fue volver a vivir para empujar como los de Ibarra saben. Aunque la última jugada del primer tiempo requirió de un tapadón de Rossi. Ya no predominaba la euforia.
Porque en Avellaneda no se sacaban ventajas. Entonces, aquel televisor ajeno empezó a ser una obsesión para los plateístas. Se despreocuparon (parcialmente) cuando Sebastián Villa, ingresado en el descanso, remató seco el tiro libre que tuvo a los cuatro minutos y Milton Álvarez atinó sólo a ver cómo la red se inflaba. Fue su primer gol tras la rotura de menisco. Boca ganaba y se sentía más cerca, aunque la definición aumentaría su ritmo frenético a los diez con el gol de Racing. “Vamos, Xeneize, no podemos perder”, intentó avisar la gente.
Faltando diez minutos para el final, el pánico y el alivio, juntos. Los directivos del Rojo gritaron con fuerza el gol de Vallejo, el del 2-2 –definitivo- que a las tribunas boquenses les generó un nudo en la garganta y le llevó las manos a la cabeza. No obstante, la delegación roja ya era un aliado: miraron a la gente, señalaron la transmisión y levantaron los dos índices con sonrisas. Idioma fútbol: Miguel Borja había puesto el empate de River. “No se puede más, es una locura”, decía un hincha.
Entonces, los plateístas prestaron más atención al palco de Independiente que a su campo: ya ambos animadores se miraban el uno al otro. Y llegó el penal agónico para la Academia. Ante la repetición, un directivo y un hincha se miraron al mismo tiempo y juntaron de igual manera los dedos, haciendo montoncito: no había pasado nada, pero en los pies de Jonathan Galván estaba el título de Racing. Porque Boca, en cada parte del estadio, ya se sentía derrumbado.
Hasta que apareció el último actor: el delay. En otros sectores se enteraron antes de la atajada de Armani. Cuando se ratificó en la TV de la gente del Rojo, el festejo fue recíproco. Al igual que al momento del gol del triunfo de River. Todos felices: Boca levantaba el título e Independiente, serio y batallador, no vio a su clásico rival festejar.
Pitazo y la fiesta. Fuegos artificiales, juegos de luces, la estrella 73 sobre el campo, ovación a Riquelme y una nueva bandera sobre el campo: “Boca es grande por su gente”. Al tradicional “¡Dale, campeón!” se sumó la cargada: “¡Me parece que Racing no sale campeón… Sale Boca, sí, señor!”. Un título épico. Por el recorrido cambiante. Las internas. Las infinitas adversidades. La mística para ganar como fuere. Y la definición le dio un tinte bello. Boca campeón. Y merecido.
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