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Boca campeón. “Olé, olé, olé, Seba, Seba...” La hora del reconocimiento para Battaglia, el técnico en el que pocos creían
Nadie más que el entrenador sale reivindicado con el título de Boca; en la goleada a Tigre plantó un equipo con juego y personalidad, de mano pesada
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CÓRDOBA.- Los goles del campeón empezaron a llegar desde el fondo, porque Boca siempre está sacando la cabeza, con la frente en alto, orgulloso. Marcos Rojo y Frank Fabra, dos defensores, hicieron la diferencia de un equipo que desde su conformación despedía un perfume ofensivo, intimidante. Así lo sintió Tigre, que a su dignidad competitiva nunca le agregó el convencimiento de que estaba para dar el gran golpe. Se vio inferior, a veces en el juego, en otras en categoría individual, y la derrota se le hizo tan previsible como inevitable. Había bajado los brazos cuando Luis Vázquez, ese suplente que casi siempre aprovecha los minutos cuando no está Benedetto, puso un 3-0 que hizo temblar al estadio Kempes con los saltos frenéticos de sus 35.000 hinchas. La fiesta xeneize se disparó por todos los rincones de Córdoba.
En la tarde de la final, Boca fue un campeón con holgura. No dejó dudas, no le pesó la definición, se manejó con autoridad. Impuso condiciones, sacó la chapa. Atributos que no siempre le sobran, de tan acostumbrado que está a las oscilaciones futbolísticas. Pero en las bravas, cuando a veces se enreda solo en cuestiones internas e indefiniciones en el estilo de juego, Boca se desata como un león hambriento. Lo padeció Tigre.
Las últimas dos finales (Copa Maradona y Copa Argentina), Boca las había ganado por penales. Ajustadas, de escaso brillo. No vencía en los 90 minutos en una definición única desde 2015. La de esta Copa de la Liga quedará como una de las más rotundas. No se dio un paseo, pero sí fue categórico. Cuando estaba 1-0 arriba y Tigre lo apuraba en los primeros 20 minutos del segundo tiempo, período en el que Retegui –la pesadilla de River en el Monumental- se perdió dos veces el empate, Fabra se transformó en Roberto Carlos y clavó un zurdazo que demolió a Tigre. Historia finiquitada.
Tuvo funcionamiento y destellos individuales Boca. Una conjunción inabordable para Tigre. Un título que le sirve más a Battaglia que a Boca-institución. Porque la coronación vino acompañada de su mérito de haberle dado un estilo al equipo. Infinidad de veces, fuera a los cuatros vientos o en sordina, se acusó a Battaglia de que Boca no jugaba a nada. Que sus continuos cambios respondían más a la desorientación que a una búsqueda determinada. Se llegó a sospechar si el cargo no le quedaba grande, porque además Battaglia no siempre se terminaba defendiendo bien desde su discurso escueto, evasivo. En diciembre le habían renovado el contrato más por el peso de haber obtenido la Copa Argentina que por lo que mostraba el equipo en la cancha.
Se acumulaban los rumores y la disconformidad sobre Battaglia, que en esta misma copa que acaba de ganar debió salir a decir, luego del partido con Godoy Cruz, que no iba a renunciar por más movimientos desestabilizadores que lo rodearan.
Se tuvo confianza, se afirmó en sus convicciones, que no deben ser pocas en el caso del futbolista de Boca con más títulos en la historia. Conoce el paño de sobra. Como entrenador, ya suma dos en un semestre. Este último, con más argumentos que el anterior, reducido a la efectividad en los penales y las atajadas de Rossi. “Boca hizo muchos méritos para ser campeón. De a poquito fuimos mejorando. Les ganamos a casi todos los rivales de nuestro grupo, también el superclásico. Estoy muy contento”, dijo Battaglia, que tras ser reconocido como jugador, este domingo les arrancó a los hinchas los primeros “olé, olé, olé, Seba, Seba”, como entrenador.
Con la mejor formación posible que Battaglia dispone para jugar por abajo, con jugadores que hacen correr la pelota peinando el césped, Boca empezó a ganar la final por arriba, por la vía aérea. Más que una contradicción, es una muestra de variedad de recursos. Y no fue algo azaroso. Boca había ganado varias veces en los centros colgados al área de Tigre. Le faltaba precisión y potencia en cada cabezazo. El de Rojo estuvo lejos de ser inatajable, pero las manos blandas de Marinelli facilitaron todo.
Se iba el primer tiempo y Boca conseguía la ventaja que había merecido, sin necesidad de hacer un gran partido. En esos primeros 45 minutos, la final se vivía más en las tribunas, con dos hinchadas entregadas a un aliento incansable, que en el campo, donde el ritmo no levantaba, parecía no despegar de la siesta dominguera.
Tigre arrancó con una decisión que duró un suspiro. No llegó a poner en apuros a Boca, más allá de un cabezazo de Cabrera. Pronto, el campeón empezó a tomar el control, puso en funcionamiento su mayor capacidad para generar juego. Battaglia hizo una apuesta por la posesión y los pases al juntar a Varela, Guillermo Fernández y Oscar Romero. Son jugadores que pueden contribuir a definir el perfil de un equipo, a defenderse con la tenencia de la pelota. Para evitar que el equipo se parta, es necesaria la integración de los delanteros a ese circuito. Salvio y Villa, por los costados, fueron generosos para ofrecerse en la construcción del juego. También Benedetto, aunque con más intermitencias, siempre pendiente de cada intervención lleve un sello de calidad.
Fue un muy buen partido Varela y Pol Fernández, los motores del medio; claros en el manejo de la pelota y de los tiempos. Dos patrones. Aguantaron cuando Tigre creció, no se vieron desbordados, como casi todo el equipo. Boca fue un campeón bien plantado, con gusto por la pelota y mano pesada. No hizo la copa perfecta, pero en la final no le faltó nada para que la palabra campeón le calce justa, no le sobra ni una letra.
Lo mejor del triunfo de Boca
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