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Boca '96: mi experiencia de jugador desequilibrante con un Bilardo que me pedía espíritu colectivo
Un entrenador tiene la facultad de pedirle a cualquiera de sus dirigidos que le agregue a su juego cuestiones ajenas a sus virtudes originales. El problema surge cuando el futbolista cede, forzado por su afán de jugar, asumiendo el riesgo de perder su esencia, y en algunos casos, incluso la motivación.
Todo comenzó en un bar, allá, por 1994. Alguien me tocó la espalda. Era Mauricio Macri, por entonces ni siquiera candidato a la presidencia de Boca, que en medio de la breve charla que tuvimos me dijo: "Cuando sea presidente del club vos vas a ser el primer jugador que voy a comprar". En ese momento yo jugaba en Tenerife; ni se me pasaba por la cabeza la idea de volver, pero me llamó la atención la seguridad con que lo afirmó.
Menos de dos años más tarde, Macri ganó las elecciones y, efectivamente, fue a buscarme. Boca acababa de perder el campeonato con un equipo rico en jugadores consagrados y afrontaba una profunda reestructuración, con la llegada de una veintena de futbolistas. El director técnico, Carlos Bilardo, se ocupó de seleccionar a todos ellos. A todos menos a uno: yo.
Es algo que sucede a menudo en el fútbol argentino. Un presidente con poder siente debilidad por un jugador y lo lleva a su club, sin reparar en que ésa es una tarea del entrenador, y muchas veces sin importarle si ese jugador y el técnico hablan el mismo lenguaje futbolístico.
Es entonces cuando para ambos se abren los interrogantes. El entrenador se ve atrapado en una decisión ajena a la cual no puede negarse. El futbolista percibe rápidamente que el técnico no lo quiere, que no va a armarle un decorado para que exponga sus virtudes. Contrariamente, lo más probable es que le pida que modifique su juego para ser funcional a su idea. Si el jugador tiene un pasado reciente y exitoso con esa camiseta, la gente lo quiere y lo ve como a un líder, de entrada el entrenador le dará la titularidad para evitarse una incomodidad. A partir de entonces, sin embargo, la tirantez será casi inevitable.
El dilema queda planteado en los dos sentidos. El jugador se ve envuelto en una lucha interna: ¿cambia o mantiene su postura?, ¿acepta su transformación en favor del equipo?, ¿qué costo tiene eso? El entrenador a su vez debe decidir cuánto tiempo va a esperar que fructifique el cambio que pretende, cuántas chances va a darle a ese futbolista, sobre todo si está en un club como Boca, con sus urgencias y su visibilidad.
Bilardo no fue un único técnico que me restringió en algunos aspectos de mi juego. No tuve muchos en mi carrera, pero, por ejemplo, cuando era más joven, Carlos Aimar me marcó una disciplina más estricta en la cancha y fuera de ella. También me enseñó a cubrir la pelota, me ordenó, le agregó detalles a mi juego. Pero en aquel Boca del '96 todo era muy diferente, y enseguida percibí que tendría que convencer al entrenador si yo quería mantenerme en el equipo, y que no sería tarea sencilla.
La relación con Carlos siempre fue correcta, aunque no recuerdo que hayamos tenido ninguna conversación personal. Se limitaba a pedirme lo que quería de mí: que defendiera más, que corriera, que tuviera disciplina, algo que para los jugadores de mis características es todo un problema. Fue fácil advertir que yo no respondía a sus necesidades. Los desequilibrantes no garantizamos la eficacia y la regularidad en el esfuerzo ni el espíritu colectivo; necesitamos ciertos márgenes de libertad para asumir riesgos y cometer errores. En nosotros hay que creer, para que encender la lámpara en cada partido no se convierta en una obligación para sobrevivir, y con Carlos eso no ocurría.
Aquel Boca no fue exitoso, pero en lo personal me dejó la experiencia de vivir una situación límite. En un futbolista, la negociación entre el "yo" y el "nosotros" es permanente. Más aun cuando coincide con un técnico al que le gusta otro tipo de jugadores y que le pide cosas más asociadas con el cumplimiento de órdenes que con el disfrute del juego. En esos casos, el futbolista puede desobedecer; puede rendirse y perder la motivación, porque nada hay más motivante que a uno le permitan hacer lo que sabe; o puede buscar puntos comunes con su entrenador y tratar de adaptarse.
Con Bilardo yo me sentía observado, más analizado que otros compañeros, pero logramos encontrar algunos puntos en común. No muchos, pero sí los suficientes como para sentirme hoy satisfecho de haber pasado por aquella experiencia.
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