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Bianchi lo hizo: el método Virrey a 20 años del primer campeón invicto en la historia de Boca
Las primeras palabras de Carlos Bianchi como técnico de Boca fueron: "No siento presión ni tengo temor de asumir en este momento que, evidentemente, no es el mejor. Tengo miedo cuando me extraen sangre. Tampoco puedo decir que voy a salir campeón porque sería un demagogo y no me caracterizo por eso. Lo tomo, eso sí, como un gran desafío: en las difíciles, no me achico". El trato se cerró el 8 de mayo de 1998, después de una reunión de siete horas con Mauricio Macri en el hotel Meliá, en Madrid. Al otro día se juntaron dos horas más, pero solo fue para ajustar detalles. Así arrancó el ciclo del Virrey en la Ribera, haciéndose sólido desde la estructura desde los mínimos detalles. Así fue que el 13 de diciembre de 1998, tras cerrar su participación en el torneo Apertura ante Unión (3-1), ese plantel dejó la huella de haber sido el primer campeón invicto en la historia de Boca. El primero de los nueve títulos que ganaría Bianchi y se transformaría en la etapa xeneize más exitosa.
Su primera decisión no tuvo que ver con un refuerzo, sino con acercar a los jugadores a la gente, al barrio. Por eso cuando vio que el predio de Casa Amarilla cumplía con todos los requisitos para trabajar, no dudó, archivando las prácticas que con Carlos Bilardo y Héctor Veira se hacían en el predio del SEC, en Ezeiza.
"No hace falta estar adentro para saber lo que representa Boca para tantos millones de personas. Ahora, desde mi posición, certifiqué lo que imaginaba: Soy el encargado de dirigir y marcar el camino correcto y los jugadores no tienen otra alternativa que respetarlo. Esto es como una familia, donde el ejemplo lo tiene que dar el padre. Si él lo cumple, ¿por qué no lo van a hacer los hijos? Si no lo hace, le da lugar al resto para que haga lo mismo. Por eso no habrá excepciones", fue uno de sus primeros mensajes el 27 de mayo de ese año, el día de su presentación en la Bombonera. Y tenía en claro el sentimiento de la gente. En la previa de su primer superclásico con River declaró: "El clásico es muy importante, pero el hincha de Boca no pide solo ganarles a ellos, quiere ser campeón. Conseguir un título es una obsesión para la gente. En Boca la única palabra que se escucha es campeón. Una cosa increíble: campeón, campeón, campeón". No volvería a repetir esa palabra hasta el día de la consagración.
La travesía comenzó en Tandil, con una pretemporada cubierta por apenas tres periodistas, entre los que estuvo LA NACION. La arrancó Carlos Ischia, su mano derecha, y Bianchi se sumó más tarde, ya que tenía compromisos contractuales asumidos de antemano comentando en el Mundial de Francia. Pero no bien puso un pie en las sierras, fue claro: "A partir de ahora voy a pensar las 24 horas en Boca". Y fue así. La frase fue literal, desde el momento en que le pedía a Julio Santella (preparador físico) que arme las cartulinas en La Posada de los Pájaros (emblemático lugar de concentración de equipos de fútbol por ese entonces) con el cronograma de actividades para el día siguiente. Estaba todo claro y no dejaba lugar a que un jugador diga: "nadie me avisó" o "Ah, no sabía". En esa cartulina blanca escrita con letras azules y rojas estaba pautado hasta la hora de la siesta. Bianchi siempre estuvo convencido que el descanso era tan importante como la exigencia máxima en los triple turnos de las sierras, que arrancaban a las 7.
De entrada, Bianchi le habían llegado informes de que La Paglia era mejor que Riquelme. Pero, tras las primeras prácticas, el idilio no tardó en generarse con Román, el que fue su mayor exponente de su estilo, el futbolista que más lo representó en su primera etapa en Bombonera. A Bianchi le gustaba jugar con enganche y combatía a los que decían que "el sistema 4-3-1-2 era antiguo". El primer amistoso fue un 4-2 ante Rosario Central, en Arroyito. "Siempre es lindo comenzar con el pie derecho, porque sino ya te miran raro, aunque vaya solo un partido", dijo. Enseguida ganó la Copa de Invierno en Tucumán, ante Independiente y Racing. Algo se estaba gestando.
Bianchi metió mano con respecto a aquél 1-4 con Ferro, en Caballito, que terminó con las ilusiones de Héctor Veira en el Clausura 98. Oscar Córdoba recuperó la confianza en el arco (y lo mantuvo pese a que recibió críticas luego de un 2-2 con Argentinos), apareció Chicho Serna como Nº 5, Fernando Navas como volante por la izquierda, indultó a José Basualdo (había sido castigado por Bilardo), puso a Riquelme de enganche y le pidió que juegue, que no se preocupe por marcar; Guillermo Barros Schelotto recuperó un puesto que jamás debió perder a manos de Caniggia y lo "casó" con Martín Palermo. Un exGimnasia con un ExEstudiantes: ("A partir de ahora se casan, van a ser la dupla de ataque titular, van a jugar los 19 partidos del torneo ustedes, así que se tienen que entender bien", les dijo en Tandil); Hugo Ibarra llegó por Solano; Samuel tuvo, después de mucho tiempo, su merecida oportunidad como segundo central en el lugar de Fabbri. Diego Cagna fue el mejor exponente en cumplir lo que hoy los entrenadores llaman "transiciones ataque-defensa y defensa-ataque".
En materia de refuerzos, se arregló con lo que tenía. Solo llegaron Ibarra y Barijho y recuperó a Basualdo. La piedra fundacional del Virrey fue con una inversión de US$ 3.900.000, mucho más austera de lo que habían sido las erogaciones de dinero para las incorporaciones de Carlos Bilardo (US$ 25.064.000) y Héctor Veira (US$ 17.850.000). "Cuando llegué a Boca dije que este grupo podía hacer grandes cosas, pero muchos opinaban que se necesitaban refuerzos. Que tenía que pedir jugadores como Bilardo y Veira. ¿Y? ¿Qué me dicen después de un par de meses? No hay que juzgar antes de tiempo…"
Boca fue arrollador de entrada y entre los resultados más recordados por los protagonistas, estuvieron la goleada a Huracán (6-2), los empates ante el Racing de Cappa (1-1) con dos jugadores menos por las expulsiones de Navas y Serna y River (0-0), jornada en la que Córdoba le desvió un penal a Gallardo, el triunfo ante el Vélez de Chilavert (2-0) con los goles de Palermo y en el Nuevo Gasómetro ante San Lorenzo (3-1). Y los dos éxitos sobre el final, ambos de película, ante Talleres de Córdoba (2-1), el día que nació Adrián "Escobillón" Guillermo, y ante Central (3-2), en Rosario, con un testazo de Palermo. Los flashes se los llevaron los jugadores más recordados, pero quien salvó el invicto fue Antonio Bairjho, en la anteúltima fecha ante Lanús (1-1).
La diferencia estaba en las batallas
Detalles. Bianchi siempre creyó que la diferencia podía estar en los detalles. Se abría la puerta del ascensor en el hotel Los Dos Chinos –donde el plantel se concentraba antes de los partidos-, bajaba el entrenador y con un simple paneo ya se daba cuenta qué futbolistas faltaban: "¡¿Qué pasa con Samuel y Matellán? Qué difícil es despertarlos!" Nadie se salvaba de las reprimendas. Hasta el kinesiólogo Rubén Araguas y el médico Jorge Batista veían como el Virrey les señalaba con su mano derecha el reloj si se demoraban unos minutos. En una práctica, Guillermo y Gustavo Barros Schelotto empezaron a correr y Bianchi (con ojos en la nuca) vio que los Mellizos se detuvieron para hablar con Araguas: "Hace dos horas que están hablando con Rubén… ¿Qué pasa?". Guillermo no tardó en responder: "No, estamos elongando". A lo que Bianchi retrucó: "Sí, la lengua están elongando…". Si alguien buscaba su lucimiento personal en lugar de definir fácil para hacer un gol, él le decía: "Mirá que todos los goles valen uno... Todavía a nadie le dieron una diferencia de dos por hacer un gol de chilena o rabona". Todos cumplían su rol. De repente, el profe Julio Santella tenía este tipo de ocurrencias: "Está trabajando muy bien Giménez (Christian). Por eso, como premio, le vamos a dar de postre una Tita". O se ponía a teatralizar a un árbitro brasileño inventando penales y cobrando faltas con gestos ampulosos que arrancaban las carcajadas de los futbolistas y los hinchas. O ante un penalazo evidente, gritaba "¡Siga!". Sí, había hinchas, socios. En aquel primer ciclo del Virrey, nunca cerró las puertas de una práctica. No había misterios.
Como Bianchi no le daba plata a la barrabrava, La 12 cantó por primera vez su nombre en la 15ª fecha, cuando Boca venció a Talleres en el descuento y bajo la lluvia y el equipo empezó a caminar firme al título: "Que de la mano… de Carlos Bianchi… Todos la vuelta vamos a dar". Bianchi no trajo fórmulas mágicas. Trató de hacer un grupo compacto, le pidió a los defensores que defiendan, a los volantes que jueguen y a los delanteros que definan. Y Boca festejó después de seis años sin vueltas olímpicas.
Le gustaba que el equipo respete a los rivales también en la victoria. Por eso uno de los grandes enojos se lo agarró después del 6-2 a Huracán. "La mejor manera de respetar al adversario es tratando de hacerle la mayor cantidad de goles, pero jugando seriamente, sin cancherear, sin lujitos innecesarios", retó a sus jugadores ese día en el vestuario de la Bombonera. Si el Apertura 98 fue la piedra fundacional para lo que vendría después, fue porque Bianchi, no bien terminaron los festejos, reunió al plantel y les dijo: "Es más difícil confirmar que llegar. Todo esto es muy bueno. Son muchos los equipos que pueden llegar a ganar un campeonato, pero no muchos los que son capaces de confirmar, de volver a ganar otro. Y otro, y dejar una huella, escribir una gran historia. Tenemos un lindo desafío por delante". Y juntos se lanzaron a la aventura.
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