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Berlín y una muestra de fútbol en estado puro: el modesto Unión jugará la Champions League y el poderoso Hertha descendió a la segunda división
Nada logra apagar en la Bundesliga el impacto que produce el llamativo contraste de lo ocurrido con los dos clubes de esa ciudad; teniendo en cuenta el origen y la trayectoria de cada uno
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A sus 36 años, Christopher Trimmel es todo un personaje. Austríaco de nacimiento y 25 veces internacional con su selección, en 2014 cambió el ritmo bucólico de su Viena natal y la comodidad del Rapid, uno de los clubes más poderosos del país, por el frenesí creativo y multicultural de Berlín, aunque eso significara bajar algunos peldaños en la escala futbolística. Su destino fue el Unión, el “equipo chico” que por entonces solía navegar por la mitad de la tabla en Segunda División. Hoy, nueve años más tarde, Trimmel, tatuador profesional, un auténtico perfeccionista en el oficio de imprimir obras de arte sobre la piel, es el capitán y estandarte del conjunto que pese a contar con uno de los presupuestos más bajos de la Bundesliga conquistó la cuarta plaza en el torneo finalizado este fin de semana y en septiembre próximo debutará en la Champions League.
Lars Windhorst es poco menos que su antítesis. Este empresario alemán fue cofundador del holding de inversión Sapinda Group (actualmente Tennor Holding) y en 2019 adquirió el 37,5% del paquete accionarial del Hertha Berlín, histórica entidad del sector occidental de la ciudad, en 125 millones de euros (135 millones de dólares). Fue la mayor inversión en la historia del fútbol alemán, pero no se quedó solo en eso.
Poco después aumentó ese porcentaje hasta el 64,7 aportando otros 172 millones de la divisa norteamericana, y durante los siguientes cuatro años, la compra de jugadores para alcanzar la meta de llevar al Hertha a codearse con la élite del continente llevó la cifra hasta más allá de los 400 millones. El proyecto resultó una ruina. En marzo pasado, Windhorst vendió todas sus acciones al grupo 777 Partners (dueño del Genoa italiano, el Vasco da Gama brasileño, el Estrella Roja serbio o el Standard Lieja belga, entre otros) y el Hertha acaba de descender a Segunda, ocupando el último puesto de la tabla.
El emocionante final de la Bundesliga, con el Bayern Munich arrebatándole el título al Borussia Dortmund en el último minuto se llevó todos los focos, pero para nada logró apagar el impacto que produce el llamativo contraste de lo ocurrido con los dos clubes berlineses. Sobre todo teniendo en cuenta el origen y la trayectoria de cada uno.
El Hertha fue desde siempre, y mucho más tras el final de la Segunda Guerra Mundial y la partición de la ciudad con el levantamiento del muro, “el” equipo de Berlín. Aunque no sean considerados torneos nacionales, Die Alte Dame (La vieja señora) obtuvo un par de campeonatos alemanes en los años 30, y en su currículum también figuran una semifinal de la Copa UEFA en 1979, una participación en Champions en la temporada 1999-2000, más dos copas de Alemania ganadas y varias finales disputadas.
Sin embargo, y desde que en el torneo 2019-2020 la Unión lograra la hazaña de subir a la Bundesliga, su cuesta abajo se hizo imparable, al mismo tiempo que el camino del recién ascendido tomaba un inesperado rumbo en sentido inverso.
Unión Berlín es algo así como un “club de culto”, un poco como el Sankt Pauli de Hamburgo, con el que comparte algunas prácticas y filosofías, como la lucha contra cualquier tipo de discriminación y el espíritu comunitario, tanto en su organización interna como en la toma de decisiones. Tras la guerra, la institución que hicieron suya los obreros metalúrgicos (la Unión de Hierro es el apodo y el título del himno) quedó del lado oriental de Berlín y por lo tanto encuadrada en los torneos de la extinta Alemania Democrática. Allí competía en clara desventaja con el Dinamo, el equipo sostenido por la Stasi, la policía no tan secreta del gobierno, que acaparaba casi todos los títulos año tras año.
Los hinchas de la Unión, sin embargo, nunca renunciaron a su condición. Todo lo contrario. Críticos de las autoridades hasta donde la prudencia lo permitía, punkies cuando ese movimiento hizo su aparición, contestarios a través de cánticos y pancartas, soportaron persecuciones y detenciones para volver siempre al Alte Försterei, el estadio a orillas del río Spree en el bosque de Köpenick, al que sienten como su propio hogar.
Los relatos de cómo en 2004 donaron su sangre para recaudar dinero y permitir la inscripción del equipo en el torneo de cuarta división; más tarde en 2008 emplearon 140.000 horas de trabajo gratuito para remodelar el estadio y adaptarlo a las exigencias para competir en Segunda; y finalmente el modo en el que adquirieron 10.000 participaciones de 500 euros para salvar al club de la quiebra en 2011 explican por sí solos las razones por las cuales pueden sentirse “diferentes”.
“En nuestro campo la gente nunca silba. Por el contrario, las vibraciones son siempre positivas y se extienden al equipo. A veces, 15 o 20 minutos son suficientes, porque desarrollan una energía que es capaz de cambiar nuestro juego cuando las cosas no están saliendo bien”, decía Trimmel hace apenas un mes en una entrevista concedida al periódico Süddeutsche Zeitung.
Así se vivió tras el partido la clasificación a Champions del Union. ¡Vaya fiesta para el recuerdo! 🎉pic.twitter.com/mybiVQhwn7
— Union Berlin ES (@fcunion_es) May 28, 2023
La comunión entre aficionados y jugadores es solo uno de los argumentos para entender porqué desde aquel ascenso en 2019 la Unión no ha parado de crecer. El equipo fue 11º en su primera experiencia en la Bundesliga, 7º en la temporada 20-21, en la que logró clasificarse a la Europa Conference League, y 5º un año más tarde, cuando se coló en la Europa League. Jugar la Champions era el paso que le faltaba y también lo ha conseguido, pero además, lo hizo sin renunciar a sus preceptos: control económico fuera de la cancha y sacrificio dentro.
La moderación y los buenos negocios han sido la marca distintiva de la Unión, quizás ayudada por el ejemplo contrario que podía observarse al otro lado de la ciudad, donde el Hertha gastaba dinero mientras bajaba en la tabla de posiciones: 10º en la liga 19-20; y respectivamente 14º, 16º (le ganó con agonía la promoción al Hamburgo) y último en las tres siguientes. El fichaje del delantero nigeriano Taiwo Awoniyi es el mejor ejemplo del manejo de los presupuestos en los despachos de la Unión. Fichado al Liverpool por 8,55 millones de euros en 2021 fue transferido en 20,5 millones al Nottingham Forest un año más tarde.
Sobre el césped, nada cambió el estilo impuesto por el técnico Urs Fischer el primer día que llegó al club en 2018, con el equipo todavía en Segunda. “Aún recuerdo sus primeras semanas. Todo era entrenar defensa, defensa y defensa. A veces le poníamos caras largas y Fischer nos decía: ‘¡Así son las cosas! Los defensores ganan menos dinero y tienen que hacer el trabajo para el resto del equipo, pero deben sonreír porque son importantes’. Lo bueno es que en el Alte Försterei si hacés una gran entrada o ganás un duelo individual se celebra como una asistencia o un gol”, explica Trimmel, un lateral o carrilero más activo en la marca que en la creación, pero dueño de una excelente pegada que lo convirtió en dueño de todos los corners y tiros libres, con los que en cada año suma varias asistencias.
La temporada 23-24 ofrecerá al hincha del fútbol berlinés uno de esos espectáculos inauditos que sólo -o casi sólo- el fútbol puede deparar. El poderoso Hertha enfrentará en el gigantesco Estadio Olímpico a los equipos de Segunda y la gente de la Unión escuchará en el modesto bosque de Köpenick el contagioso himno de la Champions League. ¿Quién podía imaginarlo hace apenas cuatro años?
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