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Barcelona-Real Madrid: un espectáculo al estilo actual, televisivo e imperfecto
MADRID.– Cada clásico es un mundo y el de ayer en el Camp Nou también lo confirmó. Fue menos un gran partido que un gran espectáculo, un espectáculo al gusto actual: televisivo, desgarrado y hasta imperfecto. De esto último, de las imperfecciones, se encargó esencialmente el árbitro, un incompetente superado por el peso de la responsabilidad y por la falta de criterio. Sus errores fueron constantes, en gran medida por su adhesión a la ley de las compensaciones. Ayudó tanto al desgobierno del partido que lo volvió ruidoso, casi desbocado, y eso en televisión, para una audiencia mundial, es una mina de oro.
El empate favoreció a los dos en un momento que parecía intrascendente, pero no lo era. Barça y Real Madrid llegaron al partido con todo resuelto. Uno era el ganador de la Liga y de la Copa del Rey. El otro ha alcanzado nuevamente la final de la Champions League, santo grial del madridismo, que cambia todos los títulos del mundo por el de campeón de Europa. Daba la impresión de disputarse un partido sin otro aliciente que el orgullo de dos clubes que se detestan y se necesitan a la vez. Sin embargo, había una narrativa oculta detrás del clásico. Los dos equipos necesitaban salir indemnes del partido.
Aunque el Barça se sabía ganador de la Liga desde hace tiempo, su reciente desastre en Roma –3-0 y eliminación de la Copa de Europa– lo había convertido en un campeón melancólico. La insatisfacción prevalecía sobre el entusiasmo. La victoria en la Copa del Rey –aplastó al Sevilla en la final– mejoró el humor del equipo y la hinchada, pero no lo suficiente. La mejor manera de cerrar la herida era ganar el clásico, que en definitiva significaba vencer al actual campeón de Europa, próximo finalista y rival eterno, con otro valor añadido: mantener la condición de invicto en la Liga.
Tampoco eran cualquier cosa los objetivos del Real Madrid: derrotar al Barça en el Camp Nou, acabar con el invicto del campeón y multiplicarle la pesadumbre. Por una vez, el resultado favoreció a los dos. El Barça logró el empate con un imprevisto factor épico. La expulsión de Sergi Roberto en el último minuto del primer tiempo le obligó a un sobreesfuerzo festejado por la hinchada. Con 10 jugadores y con una magnífica versión de Messi –discreto en el primer tiempo, extraordinario en el segundo–, el Barça volvió a adelantarse con un maravilloso gol del genio argentino, que exigió después dos grandes intervenciones de Keylor Navas. La hinchada comprendió el grado de dificultad del empate y festejó a su equipo con el entusiasmo que merecía. No terminó de cerrarse la herida de Roma, pero la celebración fue genuina.
El Real Madrid tampoco salió lastimado. No perdió en Barcelona. Empató y jugó mejor que el Barça durante la mayor parte del primer tiempo. Volvió a informar de la enorme calidad de sus jugadores, una evidencia que lo vuelve a designar favorito en la próxima final de la Champions, esta vez con el Liverpool. El resultado no le resuelve un sorprendente problema: el Madrid funciona mejor en las situaciones desfavorables que en las ventajosas. Reaccionó bien al gol inicial de Luis Suárez, empató pronto, jugó bien y minimizó al Barça en el Camp Nou. Todo eso en el primer tiempo. En el segundo, frente a 10 jugadores, el Real Madrid se desordenó y casi nunca obtuvo rédito de su favorable situación.
Es un equipo francamente raro: no ha ganado en el Bernabéu a ninguno de los seis primeros del campeonato (Barcelona, Atlético de Madrid, Valencia, Betis y Villarreal), fue eliminado por el modesto Leganés en los cuartos de final de la Copa del Rey y en su colosal estadio defraudó con la Juve y el Bayern Múnich, los dos últimos rivales en la Copa de Europa. Sin embargo, el Real Madrid se impuso en Turín a la Juve, en Múnich al Bayern y ayer firmó una excelente actuación en el primer tiempo. Es un equipo de momentos, con graves dificultades para gobernar los partidos de punta a punta. En el Camp Nou resumió todas sus virtudes y defectos.
El clásico le hizo un buen favor a la Liga española. Vendió un excelente producto comercial y un animado producto futbolístico. Por ahora, no hay nada mejor en el mundo. Sin embargo, también dejó algunas lecturas preocupantes para los dos grandes del fútbol español. El Barça no puede seguir agarrado al puñado de jugadores que lo sostienen año tras año. O acierta en los próximos fichajes o le resultará muy difícil exprimir más a un equipo con la mayoría de los jugadores por encima de los 30 años –Messi, Suárez, Piqué, Rakitic–, sin Iniesta y con una decepcionante política de renovación. El Barça se ha gastado este año cerca de 400 millones de euros en contrataciones. El balance es desolador: Coutinho fracasó en el clásico y Dembelé no jugó. De los años anteriores no se espera nada: André Gomes, Alcácer, Arda Turán y probablemente Denis Suárez abandonarán el equipo.
El Real Madrid tampoco destaca por su juventud, aunque gente como Carvajal, Nacho, Varane, Asensio, Lucas Vázquez y Casemiro aseguran una transición con menos riesgos que la del Barça. El problema hoy es futbolístico. Es un equipo inestable y discontinuo –sólo dos títulos de Liga en los últimos 10 años–, más preparado para el borbotón rápido que para el largo recorrido. Es decir, una bengala al aire.
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