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Barcelona-Bayern: una trompada gigante de la que ni Messi conoce sus consecuencias
Lionel Messi hizo lo que pudo en el naufragio de su equipo. El plan de Quique Setién, su entrenador, era que se estacionara sobre la banda derecha y construyera los ataques desde ahí. En esa zona, de hecho, había encontrado un gol frente a Napoli. El guión, sin embargo, le duró menos de media hora. Luego se estacionó como un tradicional media punta y se dedicó a dar pases largos, sazonados con algún amague de los suyos. Lejos del futbolista desequilibrante. Mucho más cerca de la normalidad de un equipo que sufrió una bofetada para la historia. Porque Barcelona se fue de la Champions con una paliza histórica, la más abultada que haya recibido el argentino desde que es jugador del club. Los libros de historia del fútbol recordarán este 8-2 de Bayern Munich por siempre.
Mientras los catalanes estuvieron en partido, Messi mostró destellos de su calidad. En un córner que terminó en el palo derecho de Manuel Neuer. O en una jugada que arrancó con una gambeta suya en la mitad de la cancha y encontró a la defensa alemana mal parada. Pero Messi sufrió el partido tanto como lo sufrieron sus compañeros. Con un agravante: la presión total de los germanos. Cada vez que un azulgrana agarraba la pelota, tenía cerca a dos o tres jugadores rivales. Que, para enojar aún más a los españoles, usaron una camiseta blanca. Como la de Real Madrid.
Messi, que intentó todo el partido ir para adelante, asociarse con sus compañeros e incluso darles indicaciones para que tomaran la mejor decisión, perdió allí donde suele ganar: los duelos individuales. Davies no lo dejó pasar nunca. Y lo maltrató cuando le tocó atacarlo, a punto tal de que su sociedad con Gnabry o Perisic puso en aprietos a la zona derecha de Barcelona. Sobre todo, Semedo y Sergi Roberto, que sólo jugo el primer tiempo.
En el segundo tiempo, un pase de La Pulga hizo que Barcelona tuviera algo en qué creer. Como muchas otras veces, su interlocutor fue Jordi Alba. El rosarino encontró al lateral bien alto en la cancha, y este asistió a Luis Suárez. El uruguayo anotó el segundo gol de los españoles, cuando no se habían jugado 10 minutos de la segunda parte. Pero Barcelona estuvo apenas unos instantes a dos goles. Porque Davies, que se suponía que iba a tener un duelo personal con el rosarino, apareció en todo su esplendor. Nadie lo paró. Y la Pulga fue espectador preferencial del gol de Joshua Kimmich.
Con el correr de los minutos, Messi encontró su lugar en la cancha como lanzador. Ubicado entre el medio y la defensa de Bayern, buscó siempre el pase antes de la maniobra individual. En una de esas jugadas pudo haber descontado. Fue tras un pase de Suárez. Pero el remate del capitán azulgrana fue muy a las manos de Neuer. La Pulga miró al alemán y se rió.
Esas sonrisas se irían del todo a siete minutos del final. Mientras los asistentes de VAR analizaban las imágenes del sexto gol bávaro a través de la cabeza del polaco Robert Lewandowski, La Pulga se hincó. Miró al césped y se resignó a su suerte, la suerte de su equipo, que perdió por paliza.
La temporada 2007/2008 era, hasta hoy, la única temporada que Messi no había ganado, al menos, un título con Barcelona: o la Liga, o la Copa del Rey, o la Champions, o la Supercopa europea, o la Supercopa española o el Mundial de Clubes. En 2009, por ejemplo, ganó los 6.
Pero si se tiene en cuenta que en 2008 ganó los Juegos Olímpicos con la selección argentina en Pekín, por primera vez desde su debut como profesional, cerrará un año calendario sin alzar ningún trofeo. ¿Quién puede ahora medir las consecuencias que tendrá esta goleada?
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