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Aunque está siempre al límite de la lesión, Cebolla Rodríguez tiene una armadura física
La historia clínica y los tratamientos de Cristian Rodríguez, más allá de las lesiones; de Independiente sin escala al seleccionado uruguayo
La concentración energética ocurre en la zona de sus cuádriceps, en la parte media del tren inferior, donde se condensa una inusitada porción muscular. La fuerza se produce a golpe de pie contra el césped, la energía sube por los tobillos, trepa por los gemelos, se profundiza en los sectores donde más masa se acumula y se traduce en movimiento, que en su caso es un trote eléctrico pero pesado, una tracción híbrida con rasgos taurinos y de alto voltaje.
El ácido láctico envenena las fibras, se acumula, arde y provoca, en determinados momentos, la ruptura de las partes más débiles, como los isquiotibiales, siempre vulnerables a los movimientos opuestos, como el arranque y el freno. De esa manera suele lesionarse Cristian Rodríguez, de 30 años, el uruguayo que llegó a Independiente hace poco más de un año y que todavía busca continuidad, algo que parece haber encontrado en el inicio de la temporada con Independiente, en el que jugó los últimos dos partidos, los dos que ganó el equipo de Gabriel Milito en el segundo semestre. Tal como se sacude un cable en plena tormenta, así corre el Cebolla y así, también, cae bajo las normas de su anatomía.
Rodríguez, dueño de un cuerpo un talle superior al de sus huesos, tiene más masa muscular que la que su esqueleto puede soportar sin entrar en zona de riesgo. Los médicos lo llaman hipertrofia y es, entre otras razones, uno de los motivos por los que el charrúa –vigente y entero junto a su selección, a la espera del cruce con la Argentina– tiene una relación un tanto traumática con las lesiones. Es, incluso en condiciones normales, más propenso a tenerlas que el promedio de los jugadores del fútbol argentino.
El año pasado, sin contemplar las molestias leves que padeció tras algunos partidos puntuales, tuvo que reponerse a siete problemas musculares. Este año también lo empezó en la enfermería: el 7 de febrero, en la primera fecha del torneo pasado, ante Belgrano, en Avellaneda, se retiró a los 24 minutos del primer tiempo. Los estudios médicos constataron un desgarro de seis milímetros en el bíceps femoral de la pierna derecha. Dos meses más tarde, en abril, el Cebolla no pudo terminar el clásico con Racing por otro desgarro, esta vez en el recto anterior de la pierna izquierda. Luego, en junio, ocurrió otro más, en esa oportunidad en los cuádriceps, que lo dejó afuera de la Copa América Centenario. “Tuve una semana que dormí poco porque nació mi hija, hubo partidos complicados, campo pesado, se juntó todo y vino esta lesión”, decía Rodríguez, tras hacerse pública su ausencia del seleccionado de su país.
Más allá de alguna singularidad, los más afectados son sus músculos antagonistas, los que tienen que interrumpir la feroz embestida que inician los agonistas. Es el caso de los isquiotibiales, que son exigidos una y otra vez y condenados a frenar la explosión que proponen los cuádriceps al correr. En cierto modo su cuerpo es un vehículo con una potencia desmesurada pero con frenos de cristal, que no pueden soportar tanta energía. Las pruebas de su fuerza son irreprochables: el uruguayo tiene uno de los mejores promedios de salto del plantel, algo que incluso alcanzaba en los exámenes que le tomaban en Europa.
Allí, se sospecha, habría estado el inicio de su marcado crecimiento físico: a pesar de que la genética juega un papel determinante, Rodríguez, que con apenas 20 años se fue a París Saint Germain –y que a partir de ahí construiría una prolongada carrera en el fútbol del Viejo Continente–, recibió un entrenamiento tan férreo, muchas veces con sobrecargas intensas, que sus músculos fueron llevados al límite. Pero aunque lo someta a caminar siempre al extremo de las lesiones musculares, la excesiva masa en sus piernas tiene un lado positivo: lo que por momentos resulta su condena, lo protege de la pesadilla más temida de los futbolistas, que son las lesiones en los ligamentos. Su físico como una suerte de armadura con virtudes y falencias.
Por las recurrentes bajas y apenas terminado el primer torneo del año, algunos directivos propusieron cambiar las reglas de su vínculo. El Cebolla, irritado, se negó al intento de que le retocaran las condiciones de su contrato. De hecho, antes de que empezara la temporada, mientras se jugaba la Copa América, hizo público su malestar con los dirigentes de Independiente, que respondieron con la oferta de extenderle aún más su contrato, a lo que el uruguayo dijo que no, que gracias, que de todos modos se vuelve a Peñarol a mediados del año que viene, fecha en la que termina su vínculo con la institución de Avellaneda.
Después de superar las diferencias, Rodríguez tomó el prolongado receso invernal como una bendición. Mientras sus compañeros se desesperaban por retomar la competencia oficial para conseguir sus dosis de adrenalina, el Cebolla, que durante la pretemporada fue intervenido para extirparle un lunar en su espalda –que preocupaba a los médicos–, regresó a los entrenamientos y duplicó su carga de trabajo con respecto a la de la mayoría del plantel. Eligió entonces entrenarse también por la tarde en busca del tiempo perdido, muchas veces apenas acompañado por los preparadores físicos, para llenar su tanque de combustible y mejorar su rendimiento. De a poco, también, está tratando de corregir los episodios de ansiedad que muchas veces no lo dejan descansar bien.
Como interior izquierdo, Rodríguez, ahora, empezó la temporada en un buen nivel y sin grandes problemas en sus piernas. Mientras ya se sumó a la selección uruguaya, después del triunfo ante Belgrano en Córdoba, el mediocampista pensó que tal vez la llave de su continuidad esté más cerca de lo que imaginaba.
jw/jt
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