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Augusto Fernández: "Mi papá me hizo un pedido y voy a cumplirlo: que no vuelva al fútbol argentino"
Benjamín está tirado en un sillón con la vista clavada en una Tablet y recibe el cariño de su padre con una caricia en la cabeza. Ambar sale de la cocina y le muestra a su papá un nuevo dibujo y Zoe va directo a sus brazos para robarle un par de besos. Pasa caminando mamá Julia, también está dando vueltas por ahí su mujer Jesica, se suman sus hermanos Leandro y Valentín, mientras su amigo y personal trainner, Adrián, junta los elementos con los que acaban de trabajar en doble turno. Así elige siempre estar, rodeado de afectos, lejos de las luces, refugiado en la gente que lo conoce, que lo quiere y protege. A los 33 años, mantiene la esencia de Pergamino, en su ADN no se advierten rastros de la condición de estrella que pasó por Atlético de Madrid o que hasta hace poco jugaba en Beijing Renhe. Mate en mano, una sonrisa y una broma, Augusto Fernández, siempre es igual.
Conserva las fotocopias de los primeros 300 pesos que ganó como futbolista. Recuerda con pasión cada día con la camiseta de la selección de la Argentina, se ríe cuando habla del Fiat 600 que compró por 1500 pesos y sacó de un gallinero. Reflexiona de su paso por el fútbol chino, se mantiene calmo en su retorno al fútbol de Europa. Habla de su papá Walter y confiesa que sufrió más de lo que le hubiera gustado el mundo del fútbol. Se mantiene alerta porque le pica todo el cuerpo por volver a competir al más alto nivel. Acomoda la yerba del mate que tiene grabada en su boca la palabra familia, todo un símbolo, en una charla con LA NACION que se extendió por 40 minutos y que poco tuvo que ver con una entrevista tradicional, porque él se encarga de que todo sea más relajado.
–¿Qué es China?
–China es algo opuesto a todo lo que uno está acostumbrado y es apuesta a nuestra cultura. Y no se trata por haber ido de la Argentina directamente hacia allá, sino que la experiencia la hice después de vivir en España muchos años y eso ya comienza a cambiarte culturalmente. Es un país distinto, una región súper poblada, realmente imponente. Yo estaba en Beijing que son 26 millones de habitantes, es una locura.
–¿Tuviste que cambiar tu vida por esa experiencia?
–Absolutamente. Es como que tenés que aprender a vivir de otra forma. Ya excede al tema deportivo. Es una experiencia de vida ir allá. El fútbol pasa, por eso hay que saber cómo adaptarse a cada situación. En mi caso se hizo cuesta arriba, porque tenía a mi mujer y a mis hijos en Madrid. Son pruebas duras de las que aprendés y que valorás con los años. Y de alguna manera te fortalece. Es casi una elección de vida ir a China a jugar. Ahora que pasaron dos años y se terminó el contrato, miramos para atrás y nos sentimos orgullosos como familia de haber atravesado esa etapa.
–Y futbolísticamente, ¿qué representa China?
–En cuanto a la dificultad, muchos subestiman al campeonato. Pero no es tan sencillo como se cree. Como primera medida, los chinos son todos rápidos y son agresivos ¡No sabés las patadas que vi en los entrenamientos y en los partidos! Las canchas muchas veces no están en el mejor estado… Eso atenta contra el fútbol. Ahora bien, en cuanto a lo que implica entender completamente el juego y la lectura táctica, están lejos de lo ideal. Ellos son blanco o negro, les cuesta mucho improvisar. Les cuesta comprender que hay variables en los partidos, que no hay posiciones fijas, que el partido va pidiendo cambios, pero les falta ese desarrollo. Por eso apuestan por los extranjeros para ir ganando experiencia en ese sentido.
–La selección de la Argentina siempre fue una de tus prioridades, sin embargo, estás lejos desde hace un tiempo, ¿qué te sucede cuando ves al equipo desde afuera? ¿cerraste ese ciclo?
–Ante todo soy realista, respecto a lo que pide la selección de la Argentina y soy realista sobre lo que yo hice en el último tiempo. Me produce melancolía, algo de nostalgia. Pienso que estuve con esa camiseta, que jugué un Mundial, una Copa América y me da también orgullo. Porque yo no fui nunca un distinto o un crack, todo me ha costado, lo que logré es en base al esfuerzo y la voluntad. Lo mío fue mucho remo. Pero soy realista que es un recuerdo, hoy no me considero que puedo estar en la selección y en especial porque me fui dos años al fútbol chino que te aleja de ese radar. Si me quedaba en el Atlético de Madrid quizá era diferente la situación. Pero ojo, si yo ahora firmo con algún equipo que participe en una liga competitiva, me siento bien y me reencuentro con lo mejor de mi juego, la ilusión va a estar ahí nuevamente.
–Y en este contexto, ¿pusiste en la balanza todo esto antes de aceptar ir a China?
–Si claro que lo pensé. Me llevó tiempo resolverlo. Me llegó la propuesta y lo hablé con mi mujer. Me agarra en una situación especial, porque había salido de la rotura de ligamento de la rodilla y fueron seis meses en Atlético de Madrid en los que no estaba en consideración. Y es lógico, porque Atlético es un club top y no tenés mucho tiempo para reencontrarte con tu ritmo. Tenía algunos minutos, pero no en la dinámica necesaria. Y en ese contexto me llega a lo de China, que hay que ser honesto y reconocer que te conmueven con la oferta económica. Te ofrecen contratos que no imaginás y cuando tenés una familia detrás… Y la verdad que siempre aposté por proyecto futbolísticos, porque cuando me fui de Vélez me podría haber ido a Bursaspor de Turquía que me pagaban tres veces más que en Celta, pero aposté por el juego. Cuando me aparece lo de China, a los 30 años, con una rodilla que me había quitado ritmo, no podía negarme.
–¿Cómo se trabaja cuando te castigan algunas lesiones?
–No tuve, gracias a Dios, problemas con lesiones musculares, que al jugador le van comiendo la cabeza. Te desgarrás y es un desgaste. Lo mío fue la lesión en la rodilla, que fue grave, que fue un sacudón y… Soy de enfocarme en lo que me toca vivir y punto. Me cuesta uno o dos días asimilarlo, pero después doy vuelta la página. El día a día es fundamental el apoyo de la familia. Sé que el fútbol tiene estas cosas, que podés doblarte un tobillo, que te podés romperte una rodilla, que tenés que infiltrarte mil veces para jugar, que tenés que llenarte las rodillas y los tobillos de corticoides… Como siempre digo, el deporte de alto rendimiento, el fútbol en este caso, no es salud. En ese sentido nunca lo padecí.
–Decís que el deporte de alto rendimiento no es salud, ¿por eso es que ahora se busca cuidar más a los atletas?
–Hablaba con mi profe y él me mostraba bien cómo se trabaja con los GPS. Hoy al jugador se lo puede cuidar más. Se le mide los metros recorridos al jugador, con qué pierna debe compensar los esfuerzos, con cuál frena más y mejor, cuándo está cansado, qué día debe bajar las cargas. No se exige en demasía, me parece. Yo desde que juego al fútbol me metieron en la cabeza que es jugar como sea. Si no lo hago es porque realmente no puedo moverme. Porque no das más. Nadie te decía de bajar las cargas. Y te formás pensando que, para jugar, si no estás bien, no tenés que dudar y hay que decir "méteme anestesia. Inflitrame, poneme corticoides". Yo jugué 10 meses con los meniscos rotos. Y me ponía corticoides y si el día del partido me molestaba más me ponía anestesia. Es una locura, porque cuando termina tu carrera hay una vida. Yo sentía culpa por no poder estar en un partido o no podía soportar bajarme por una lesión. Eso te hace ir al extremo. Ahora que estoy más viejito lo padecés, porque tardás más en recuperarte, te duele más un golpe. Por eso hay que hacer trabajos complementarios, es necesario quedarse después de las prácticas para hacer más gimnasio. Entonces mi entrenamiento, que antes era de tres horas, ahora es de cinco. Mientras tenga las ganas y el deseo de hacerlo, no voy a detenerme, porque entro a la cancha y me siento competitivo.
–¿Buscás sacar la cabeza del fútbol?
–Ahora me tomo todo con más calma. Siempre fui muy exigente con mi rendimiento. Primero lo tomé como una virtud, porque me ayudó, como no soy un virtuoso, a superarme a cada paso y cumplir mis objetivos. Pero también lo padecí mucho. Pocas veces disfruté el fútbol, te diría que nunca. Porque en un entrenamiento si me toca estar impreciso, me volvía a mi casa y me comía la cabeza. Quería que llegué el otro día para cambiar esa sensación. Esas cosas me privaban poder disfrutar. De grande aprendí a relajarme, me gusta leer, me enganché mucho con el coaching, con el liderazgo, cómo funcionan las emociones, cómo se desarrolla el pensamiento. Estoy aprendiendo mucho. Si bien amo el fútbol, no lo disfruté, pero no me arrepiento de nada. Tengo la misma pasión, pero con calma.
–¿Cómo se da ese punto de quiebre?
–Se dio en China. En realidad, un poco antes, cuando me rompí la rodilla en Atlético. Fue clave, ahí empecé a ver que además del fútbol había más cosas. Estuve 10 meses en mi casa, con mi familia, llevando a los chicos al colegio. Hacía la recuperación, pero sin la locura del pase que fallé. Y ahí me dije ¡Mirá vos cómo vivía el fútbol y cómo me volvía loco! Al irme a China, me permitió pensar, porque salí de esa hermosa presión de Atlético de Madrid y pasé a una competencia que te permite bajar las revoluciones. En ese escenario también entendí que soy un tipo que necesita la exigencia de competir. Necesito un poco de eso de perder y no dormir bien. Es un poco loco, pero está en el ADN de uno.
–En algún momento me contaste que cuando saliste de River y fuiste a Francia la familia te ayudó a ponerte a tierra, ¿la lesión volvió a hacerte lo mismo?
–Fue un nuevo cachetazo. En su momento, a un jugador joven que se encuentra con todo de golpe, que se equivoca, le viene bien un cachetazo de tu gente para acomodarte. De más grande, fue la vida o el fútbol los que me dieron ese cachetazo. Hay problemas mucho peores, fue una lesión grave en un deporte. Pero esa situación me enseñó un poco, que hay más, que está la familia, que mis hijos tengo que disfrutarlos… Uno valoró siempre todo, disfrutó de sus afectos, pero en esos momentos ponés todo en otra dimensión.
–Es raro, porque insistís por meterte en la locura de volver a competir fuerte…
–Sí, lo entiendo, me doy cuenta de eso. No lo niego. Pero es algo que quiero, que necesito, por eso me entreno en doble turno, me preparo para estar bien. La competencia me alimenta y como sé que esta no es una carrera eterna, mientras esté en condiciones quiero hacer al cien por ciento.
–¿El fútbol argentino aparece en tu horizonte?
–Mirá, voy a contarte algo. Yo vine a la Argentina para estar cerca de mi papá, que está con algunos problemas de salud. Está luchando como lo hace mucha gente. Tiene un cáncer en la sangre, que es mieloma múltiple, entonces tiene que enfocarse en su recuperación. A él lo afecta mucho cuando escucha que critican o que dicen cosas sobre lo que hago bien o mal. Entonces, fue un pedido específico de mí papá que no vuelva al fútbol argentino. Lo pensaba, estaba bastante seguro de hacerlo, pero es algo que él me dijo y voy a cumplirlo. A mí no me preocupa lo que digan de mí, pero a mi viejo no le hace bien.
–Desde aquel primer Fiat 600 que compraste con la primera plata en River…
–Lo sigo teniendo, se lo regalé a mi hermanito (Valentín), pero sigue estando en la familia.
–De aquella época hasta ahora, con todo lo que viviste, ¿lo hubieras podido escribir tal cual todo lo que te pasó?
–La verdad que no lo sé muy bien. Pero si te puedo decir que siempre lo que me propuse casi siempre lo logré. Yo me fui a los 11 años a la pensión de River, recuerdo que llegué, miré el estadio y lo primero que me dije internamente fue "ahí voy a jugar yo". Algunos nacen crack y está el resto, que tenemos voluntad, estabilidad emocional, porque en el camino hay muchos golpes y son muchos los que compiten por llegar a lo mismo. El que más regular es, porque tenés que ser regular, porque no sirve si de 10 partidos dos jugás bien y los demás no le das una pelota a un compañero. Y yo siempre fui de sobreponerme a los golpes. No me sorprende, porque me conozco. Por eso me inquieto cuando vivo algo con pasión o determinación. Ahora necesito ese cosquilleo y que me puteen un ratito.
Cholo Simeone, Luis Enrique y Toto Berizzo, tres obsesivos y exigentes
Su paso por el fútbol español, primero en Celta de Vigo y después en Atlético de Madrid, resultaron experiencias que lo marcaron. Allí, encontró una de sus mejores versiones, se reconvirtió como futbolista y pasó por las manos de Diego Simeone, Luis Enrique y Eduardo Berizzo. De cada uno asegura que se obtiene mucha información y que a todos lo une una misma condición: la pasión. Augusto Fernández tiene mucha de esa dedicación en su ADN y con el Cholo Simeone, se profundizó esa "locura".
–¿Por qué Atlético de Madrid está tan consolidado?
–Porque buscó crecer siempre. A mí no me sorprende nada de todo lo que pasó con el club, porque estuve adentro. Cada vez que voy a Madrid voy, me pego una vuelta. Mantengo relación con todos, con Adrea Berta, el director deportivo. Sé lo que es el día a día del club. Es un proceso de muchos años, que buscó crear una identidad y lo lograron.
–¿Qué es el Cholo Simeone?
–El cholo es una persona que logra volcar su pasión y exigencia a los demás. Te genera que vos tenés que vivir con esa intensidad. No le gusta que falles dos pases seguidos, que estés mirando el cielo cuando explica un ejercicio, y a vos tampoco te tiene que gustar. Si vos no estás preparado para competir hasta para ir a bañarte, en el Altético de Madrid no podés estar. Mi ventaja fue que cuando llegué y jugué porque ya lo había tenido en River al Cholo y al profe. En el Atlético de Madrid, un día antes del partido, hacíamos un reducido y era tremendo, era re picante. Nada de reírse. Esa manera te la va generando. Por eso el Atlético siempre compite. Y tácticamente fue uno de los mejores o el mejor. Defensivamente es impecable y en el orden también. Tuve muy buenos entrenadores. Porque en la Argentina tuve al Flaco Gareca, en la selección a Sabella. En España, lo tuve a Luis Enrique, a Toto Berizzo.
–Dijiste que Simeone fue el mejor que tuviste a nivel táctico. Luis Enrique y Eduardo Berizzo, ¿qué lugar ocupan?
–Son diferentes, porque Luis Enrique apelaba a defender con la pelota, es otra forma. Y mientras más cerca del arco contrario recuperes la pelota, te sirve para estar lejos del tuyo. Muy espíritu Barcelona. Y lo de Toto era un fútbol más dinámico e intenso, con él jugábamos mano a mano toda la cancha y eso a los rivales les generaba mucha incomodidad. Si te persigo todo el tiempo no sólo te genero un desgaste físico sino mental también. Era más, por decirlo de alguna manera, bielsista. Todos me dejaron muy buenas cosas.
–Jugaste por las bandas, pisabas el área, ¿Qué tipo de jugador sos ahora?
–Un volante central, en eso me convertí en el Celta. Luis Enrique me pasa de la banda hacia el centro, como jugaba en la selección en el último tiempo. Toto Berizzo me puso bien de cinco y con entrega. Posicionarme bien y recibir bien, me ayudó mucho el Toto. Y en Atlético ya fui como volante. Es un poco como lo de Enzo, que en Estudiantes iba por la banda derecha y en Benfica se cerró y juega de volante central. Es que vas creciendo en la comprensión del juego y ya no dependés de la explosión, algo que va mermando con el paso del tiempo. Me siento que soy un cinco clásico.
–Te interesa el coaching, ¿es de alguna manera una forma de pensar el día después del fútbol?
–Sin duda. Cuando estaba en China, lo pensé. A mí no me gusta que las cosas me sorprendan. Por eso me dije que el día que el fútbol se termine, tengo que estar preparado para lo que viene. Necesito hacer algo, tiene que ser algo que me guste. Leí mucho sobre las emociones, sobre liderazgo… También me sirvió para mí, porque siempre fui muy impulsivo y necesita que las emociones no me dominen. Busqué mejorarlas y me sirve para el día de mañana. Y no tengo claro dónde me veo el día de mañana, porque me gusta la práctica, como entrenador, pero también me gusta la gestión deportiva. No sé cuánto me queda de carrera, después seguro que encontraré mi lugar.
–¿Tenés alguien que te ayuda con el tema del coaching?
–Mi amigo Pablo Peralta, que es coach deportivo, es periodista, me contaba acerca del coaching. Ahí me empezó a interesar, pero no porque yo quiera eso para mí, pero sí porque si a mí me interesa ser entrenador o me gusta la gestión deportiva, me parece que es una herramienta buena para aplicar en esas áreas. Hay que saber manejar un grupo y cómo vincularse a esas personas que lo componen y cómo hacer para que les llegue un mensaje claro. Es muy interesante.
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