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River empató con Atlético Tucumán, perdió un campeonato increíble y no tiene consuelo
El golpe es duro. Muy duro. Difícil de procesar. Difícil de asimilar. Difícil de entender. Los jugadores se toman la cabeza, ponen sus brazos en jarra, se abrazan entre ellos, buscan alguna respuesta del árbitro Patricio Loustau por sentirse perjudicados. Pero no hay consuelo. Ni parece haberlo en el corto plazo. River todavía no sabe cómo el título de la Superliga se le escapó de las manos y se fue para La Boca en los últimos minutos, al empatar 1 a 1 con Atlético Tucumán. Y de Tucumán a Núñez viajó una sensación inexplicable, quizás como pocas veces se vivió en el ciclo de Marcelo Gallardo, a quien la gloria de ese maldito torneo local le sigue siendo esquiva.
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Ricardo Zielinski volvió a ser el gran verdugo: casi nueve años después de aquella promoción con Belgrano que decretó el descenso de River, el actual técnico del Decano planteó un partido muy molesto y su equipo defendió hasta con lo que no tenía un empate que en las tribunas se festejó como un triunfo. Enfrente, aunque el equipo del Muñeco tuvo un buen primer tiempo y mereció mucho más de lo que consiguió, los tramos finales del juego se contrapusieron con lo que el Millonario ha sabido entregar en el último tiempo. Hubo poca cabeza fría en un momento caliente. Imprecisiones inhabituales. Y una serie de situaciones desaprovechadas que terminaron siendo fatales.
En tan solo diez segundos, la gloria pasó de los pies de Matías Suárez a los de Carlos Tevez. A viente minutos del cierre, el delantero de River falló un gol increíble para el 2-1 y el delantero de Boca estampó el tanto que le dio el título al Xeneize, que por primera vez le arrebató una definición mano a mano al elenco de Gallardo, después de cinco festejos consecutivos en las series coperas nacionales e internacionales. Un ciclo superclásico brillante que hoy siente su primer cachetazo.
Desde un primer momento, la noche se vivió como una auténtica final desde el inicio del día. Las calles de Tucumán estuvieron repletas de camisetas de Atlético y de River. Más de una hora antes para el inicio del juego, las tribunas del Monumental José Fierro ya comenzaban a estar repletas. Y para la salida de los equipos hubo show de fuegos artificiales, globos y una ferviente pasión, entre los hinchas tucumanos que colmaron el estadio y los fanáticos millonarios que se infiltraron y camuflaron en la platea intentando pasar desapercibidos en una jornada tan vibrante como tensa.
El partido tuvo una tónica definida. Con su habitual 3-3-2-2, River dominó en el suelo, con la pelota dominada y las conexiones constantes entre todas sus líneas para generar juego. Mientras que Atlético, con un marcado 4-4-2, dominó en el aire, con cambios de frente, salidas largas y pelotazos cruzados para apostar por la potencia de Javier Toledo y Leandro Díaz y sostenerse con un juego muy físico. Esa marcada división también se vio reflejada en los goles. El 1-0 de Toledo se dio en una pelota parada y el 1-1 de Suárez en una gran combinación con el ADN del equipo del Muñeco.
Pero, tras un primer tiempo de dominio marcado, en el segundo el partido entró un pozo desfavorable para el Millonario, que acumuló errores, falló mucho en tres cuartos de cancha, no pudo superar el cerrojo tucumano y perdió la potencia de De La Cruz, el más activo hasta el entretiempo. Surgieron las figuras de Enzo Pérez y Nacho Fernández como salvavidas, pero River estuvo lejos de contar con la profundidad y claridad necesaria para ganar.
Ese combo de deficiencias en el segundo tiempo se sumó a otras dos problemáticas: los errores arbitrales en una muy floja tarea de Patricio Loustau que lo terminaron perjudicando. Primero, le anularon un gol lícito a Borré por un offside inexsistente y, luego, no le cobraron dos penales claros (uno por falta sobre Fernández y otro por agarrón sobre Suárez). Pero, más allá de eso, la falta de precisión en la definición también hizo lo suyo. River perdió porque no pudo concretar el segundo gol.
Gallardo intentó una reacción con el ingreso de Quintero por Pinola, pero el colombiano no pudo hacerse valer. Las otras dos variantes ya fueron demasiado tarde: Scocco entró a menos de quince minutos del final por Suárez, uno de los mejores de la cancha, y Pratto ingresó por Casco a falta de tres. La desesperación y la impotencia primó en el cierre y el gol milagroso lo buscó hasta el último minuto, con sus armas cuando pudo y con ímpetu cuando no le quedó otra. Y lo tuvo con un mano a mano de Scocco, un cabezazo de Rojas y una chilena de Martínez Quarta. Pero la pelota nunca entró.
El final del juego fue una daga más que dolorosa. El resultado de Boca ya había llegado al campo. Y las cargadas de los hinchas de Atlético, que festejaron el empate a todo trapo, solo se encargaron de confirmarlo. Las caras de los jugadores fueron el reflejo más claro: hoy en River no hay lugar para otro sentimiento que no sea la desilusión. Y el futuro, aunque obligue a reaccionar rápido, queda muy lejano con un dolor tan fuerte en el cuerpo.
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