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Arte de Brasil
Garrincha llega en un Fiat algo destartalado a la periferia de Roma. Juega en canchas sin público. Ante equipos de escuelas, fábricas o sindicatos. Corre algunos minutos, los que puede. Espera el final del partido y cobra su modesto cachet . Mané tiene 36 años. Pasaron sólo siete de su coronación en el Mundial de Chile 62. Pero en Italia, cerradas las fronteras para extranjeros, ni siquiera los equipos de la Serie B se interesan por él. El chofer que lo lleva a esos partidos de mala muerte es Chico Buarque de Hollanda. Se conocen a través de Araujo Netto, corresponsal del Jornal do Brasil en Roma. La primera vez que Garrincha visita a Chico en su pequeño apartamento de piazzale Flaminio se toman una botella entera de grapa. La historia del músico y del crack , dos nombres míticos en la historia de la cultura brasileña, casi perdidos en Roma, la leí por primera vez en el libro Estrella solitaria, una formidable biografía de Garrincha escrita en 1995 por Ruy Castro.
"Essas histórias do livro estão certas", me responde Chico Buarque, a través de un correo electrónico. Me cuenta algunos detalles de esos "partidos de exhibición" y me asegura que Garrincha "era aclamado por la gente y todavía era muy popular". Chico se preocupa en aclararme que en las conversaciones entre ambos en Roma "no había espacio para lamentaciones y melancolías". Y me cuenta que Garrincha, para su sorpresa, era un fan de João Gilberto. Chico se había autoexiliado en Roma cansado de la censura que la dictadura brasileña imponía a sus obras. Y Mané se había ido acompañando a su esposa, la cantante Elza Soares. El amor entre ambos provocó un escándalo. Mané podía acostarse con las mujeres que quisiera. Y, de hecho, lo hacía. Pero no se toleró que él, un ídolo popular, dejara a su esposa y ocho hijos por una cantante que había conocido en pleno Mundial 62. Durante la Copa de Chile, la Soares había tenido una presentación de prensa junto con Louis Armstrong, que a cada momento le decía my daughter (mi hija). Elza preguntó al traductor por qué Armstrong la llamaba todo el tiempo "doctora". Había nacido tan pobre como Mané. En la favela carioca Agua Santa. Se casó a los 12, fue madre a los 13, a los 15 vio morir de hambre a su segundo hijo y a los 22 quedó viuda de un marido que le había disparado en un brazo. Cuando a los 16 se presentó con la ropa que pudo a un programa de TV, el animador Ary Barroso, en medio de las risas del público, le preguntó: "¿De qué planeta viene?". Y ella respondió: "Del mismo lugar que usted señor Barroso, del planeta hambre".
Garrincha, que debía su apellido Dos Santos a los patrones blancos de sus bisabuelos esclavos, era uno de los nueve hijos reconocidos por Amaro, que tuvo un total de 34 niños, y que murió de cirrosis en la miseria de Pau Grande, allí donde Mané siempre volvía para animar picados descalzo con sus amigos de la infancia, mientras todo Botafogo lo buscaba porque había que jugar en el Maracaná. Garrincha y Elza partieron a Italia después de que su casa fuera ametrallada por desconocidos. La dictadura estaba preocupada porque Mané había trabado amistad con un nuevo vecino, el periodista José Poerner, un lector en alemán de Hegel y de Marx, militante del clandestino Partido Comunista y a quien Garrincha solía llevar al aeropuerto cada vez que viajaba a un congreso en el exterior. Elza logró un contrato en Italia y se llevó a Mané, convencida de que tal vez algún club se interesaría por él. El mundo había vibrado con su aparición junto con Pelé en el Brasil campeón mundial de Suecia 58. Y más aún en Chile 62, cuando lesionaron a Pelé y él lideró la nueva conquista.
Hay en YouTube videos formidables para quienes jamás vieron jugar a Garrincha. "Y el balón le persigue, le cela, le hiere/ y se juntan y danzan y grita la gente/ y se abrazan y ruedan por entre las redes/ ¡y se estremece la gente, y lo ovaciona la gente!", canta en uno de ellos el uruguayo Alfredo Zitarrosa su tema "Garrincha". Mané lleva la pelota atada a su botín derecho. Gambetea cuatro veces seguidas a su marcador checoslovaco. Vuelve sobre sus pasos. El marcador no quiere exponerse a una nueva humillación y lo espera con los brazos en la cintura. Mané lo espera como un torero. Se queda diez segundos eternos con la pelota. Hasta que el defensor se anima a salirle y Mané vuelve a superarlo. Amagando otra vez para adentro y desbordando por afuera. Cuenta la leyenda que en el vestuario el DT checoslovaco reprocharía al defensor. "¿No te dije que él siempre amaga del mismo modo?" "Sí, pero lo que no me dijo fue cuándo."
"El dribbling [la gambeta, diríamos nosotros] consiste en amagar una cosa y hacer otra, pero Garrincha simulaba precisamente lo que terminaría haciendo", escribió alguna vez el periodista Armando Nogueira. En otro video se oye la voz del relator brasileño diciendo que mientras el estadio se levantaba para aplaudirlo, su marcador soviético caía al piso ante los amagues. Cuentan que el "ole" se trasladó de los toros al fútbol una tarde que Mané hizo lo que quiso a Federico Vairo, en un amistoso que Botafogo y River jugaron en México. "Ante él, todos parecíamos hipopótamos", escribió el dramaturgo Nelson Rodrigues. Varios clubes habían rechazado a Mané de joven. Era zambo. Si juntaba las rodillas, los pies quedaban separados. Sus piernas formaban un arco. La izquierda tenía seis centímetros más que la derecha. "El ángel de las piernas torcidas", se llamó el poema que le dedicó Vinicius de Moraes. "El Chaplin del fútbol" lo llamó Tostao. También tenía la columna vertebral torcida y un físico deteriorado por la poliomielitis. El psicólogo João de Carvalahes desaconsejó su debut en Suecia 58. "Es un débil mental", dictaminó. Una vez un periodista radial le pidió que se despidiera con "dos palabras". Y Mané contestó: "Adiós micrófono".
Garrincha jugaba sin importarle nada, como en un picado de Pau Grande. Lo apodaron "Alegría del pueblo". En Futebol-Arte, uno de los libros más fabulosos que he leído, Chico Buarque escribe que "hay ciertos momentos de genialidad en el fútbol que ningún otro artista consigue producir". Una gran idea en un acto de creación, señala, se parece en el fútbol al momento en el que "el cuerpo recibe una luz repentina inexplicable" y produce una jugada mágica. Imprevisible. Chico me cuenta que aún hoy, a los 65 años, sigue jugando tres veces por semana en su equipo. El Politheama, me dice, "no pierde desde hace treinta años" en su campo, el Centro Recreativo Vinicius de Moraes. Por YouTube se lo ve en una derrota contra un equipo de veteranos del Santos. "Era un amistoso", aclara. "Politheama, Politheama/ O povo clama por você/ Politheama, Politheama/ cultiva a fama de não perder", dice el himno del equipo. Chico, hijo de una familia de intelectuales de clase media acomodada, y que acaba de escribir su tercera novela, se presentó de joven a una prueba en el club Juventude, de San Pablo. Me dice que es un "fan incondicional" de Maradona. Y que soñó con ser futbolista.
El libro de Ruy Castro desnuda explotación e hipocresía al explicar por qué Garrincha terminó tan mal. Pero dice que el alcohol que Garrincha consumía desde los diez años lo convirtió en un depresivo crónico. Para salir de la depresión, Mané volvía a emborracharse. "Castro acabó descubriendo lo que todos queríamos esconder", dijo el periodista João Maximo. Que Alegria do povo fue en realidad un hombre triste y que ya nadie podía ayudarlo. "Desarrolló un hábito que luego agravaría: culpar a otros de sus desgracias", dice Castro. Mané fue internado quince veces en sus últimos cuatro años de vida. Chico, que también ya había retornado a Brasil, escribió en 1982 una de sus máximas composiciones, "Construcción", una canción que comienza diciendo: "Amó aquella vez como si fuese última". Las palabras juegan. Se mezclan. Vuelven a construir hasta el final: "Y terminó en el suelo como un bulto alcohólico/ murió a contramano entorpeciendo el sábado". Garrincha murió al año siguiente. El jueves 20 de enero de 1983. Hace hoy 27 años.
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