Arsenal volvió a hacer un culto de su oportunismo

Por Juan Manuel Raimundo

Para LA NACIÓN

Era de esperarse un desarrollo enredado, con espacios superpoblados, si Alfaro y Falcioni despliegan sus ideas en el campo como en un juego de ingenio, con sutileza y paciencia. A veces son tan parecidos que no consiguen descifrarse. Y en ese contexto se entenderá por qué Arsenal y Banfield se pararon como delante de un espejo. Lo que no era de esperarse, sí, era ese cabezazo esquinado de Óbolo en el último minuto que resquebrajó el prolijo sistema defensivo del Taladro.

Hubo un duelo muy interesante desde lo táctico, pero poco atractivo para los ojos. Casi no se vieron situaciones de riesgo hasta ese final en el que Arsenal celebró como si hubiese ganado dos partidos en uno después de tanto esfuerzo físico y mental. Ambos se movieron en bloque. Y lo hicieron con corrección. El juego se volvió tan rígido que, de a ratos, hasta los mismos jugadores mostraron fastidio. Como el caso de Leguizamón y Bustamante. O de Ramírez con Aguilar. Siempre se neutralizaron.

Pudo entenderse la mayor ambición -apenas una pizca- de Arsenal por su condición de local y de escolta de Estudiantes. Pudo entenderse, también, la posición algo más cauta de Banfield, que el martes próximo jugará con Deportes Tolima, por la Copa Sudamericana. El Taladro sintió poco a poco el cansancio. Si no, no puede entenderse la fisura del último instante justo en el corazón de su área, su punto más sensible.

Falcioni reservó anoche a Quinteros y Romero, que entró cerca del final. Tampoco estuvo Dos Santos, lesionado. Buscó la conducción de Erviti e insistió con la movilidad de Zelaya y Carrusca. Tuvo menos la pelota, pero pareció más profundo.

Algo más flexible fue Arsenal. Choy empezó como enlace, en un clásico sistema 4-3-1-2. Aunque después se retrasó Leguizamón en busca de la pelota. Y así los locales quedaron con dos enlaces y un atacante, Obolo. Leiva, ex Banfield, ovacionado por la gente del Taladro, entró bastante en juego y distribuyó con criterio. La intensidad jamás decreció. El despliegue tapó cualquier rasgo de creatividad. Dio la impresión de que tan estudiados se tenían que hasta los cambios parecieron memorizados. Nada se salió de su sitio.

Al igual que en el primer tiempo, Banfield estuvo más cerca con una aparición de Zelaya, que, algo incómodo, remató por arriba del travesaño cerca del área chica. La dinámica se potenció con el transcurso del tiempo. Fue inevitable: aumentaron los roces y las interrupciones. Dio la impresión de que sólo alguna equivocación habría torcido la historia. Y se descuidó el Taladro. Y acertó Óbolo, tras un centro medido de Alustiza. Y ese final que parecía conocido...

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