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Armani y la (des)humanización en la élite del deporte
¿Respetar al ídolo y mantenerlo en el puesto? ¿O darle un descanso a su cuerpo y su mente? El mal momento del arquero de River dispara un debate más profundo
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Franco Armani se equivocó. Una, dos, tres, cuatro veces consecutivas en muy pocas semanas. La continuidad y evidencia de sus fallos, nada habitual en los largos años que lleva como dueño del arco de River, siembra preocupación entre los hinchas, genera un debate en los medios y, cabe suponer, será tema de conversación en la interna del cuerpo técnico que lidera Martín Demichelis.
Tras el partido con Vélez la cuestión saltó a las redes sociales. Por un lado surgieron críticas a lo que se consideró un “débil” respaldo del entrenador al arquero; por otro, se abrió la inevitable grieta respecto a la decisión a tomar en el corto plazo: ¿qué actitud debería ser la correcta? ¿Respetar al ídolo cuya participación fue clave para brindar las alegrías pasadas y mantenerlo en su puesto? ¿O brindarle un tiempo de descanso a su mente y su físico para que recupere la fortaleza y su mejor rendimiento?
Las urgencias de River en la Copa Libertadores y la imperiosa necesidad de un triunfo ante el Fluminense la próxima semana para seguir en la lucha por la clasificación aumentan las exigencias y achican los márgenes de error. Para todo el equipo y especialmente para quien se pare entre los tres palos. También para Demichelis. Si apuesta por Ezequiel Centurión y falla, las miradas apuntarán hacia el técnico; si sostiene a Armani y se equivoca, posiblemente también.
La disyuntiva, en todo caso, pone una vez más sobre el tapete el tema del tipo de “humanidad” que el deporte de élite dispensa a sus protagonistas. “El tenis es una trituradora psicológica”, dijo en estos días el español Alex Corretja, dos veces finalista en Roland Garros y ganador de Copa Davis, en medio de una avalancha de casos de deportistas que confiesan los traumas padecidos antes, durante o después de alcanzar un puesto en el Olimpo.
Ocurre en todas las especialidades y nadie está exento, pero se exacerba en aquellas que a la alegría o la tristeza de éxitos y derrotas le añaden la hiperprofesionalización. Cuando un error -o un acierto- puede tener un impacto directo en la economía de los protagonistas y del resto de participantes en el gran negocio -representantes, dirigentes, empresas publicitarias, instituciones, etc.- la pérdida del equilibrio se torna mucho más factible.
El condimento económico a gran escala conlleva incluso mayores riesgos. La literatura deportiva relata numerosos casos de ciclistas que se bajaron de la bicicleta cuando se vieron en la obligación de elegir entre inyectarse sustancias “vitamínicas” para estimular su rendimiento o mantener su sangre sin aditivos; de nadadores que acabaron odiando el agua; de golfistas, tenistas, futbolistas o estrellas de béisbol que en su intento de descomprimir un espíritu abrumado buscan escapismos peligrosos, dañinos, hasta violentos. A veces para sí mismos; en otros, dirigidos hacia su círculo más cercano.
La realidad es que aquella enseñanza acerca de los efectos saludables del deporte se va desvaneciendo a medida que se escalan los peldaños hacia la alta competición. El cuerpo se deteriora, sometido a esfuerzos para los que no siempre está preparado y cuyas consecuencias más serias suelen aparecer en edades avanzadas. La mente sufre los efectos de la presión y la sobreexigencia, interna y externa. Quienes lo soportan se estabilizan en la ola triunfal; quienes no lo hacen se atascan en alguna estación previa o retroceden luego de alcanzar fugazmente la gloria.
Es entonces cuando se alude a la condición “humana” del deportista. Y a la llamada deshumanización que se esconde en el trato que se le dispensa a quienes merodean la cima del éxito. Se ponen en evidencia los excesos de responsabilidad, de presión, de necesidad de triunfo y negación de la derrota, y también el significado que implica ser el engranaje básico de la maquinaria industrial que mueve el entretenimiento deportivo. ¿Pero no son acaso igual de humanos, o de deshumanos, la ambición, la codicia, la egolatría, el afán de querer llegar cada vez “más lejos, más alto y más fuerte”, aunque ello comporte dejar por el camino jirones de salud física y mental? En definitiva, se trata de una cuestión de elección personal. Cada cual sabe hasta dónde quiere trepar y cuándo siente que es mejor descender al llano.
“Si Demichelis lo saca ahora a Armani, lo mata”. “Si Demichelis insiste con Armani y por eso nos elimina Fluminense, hay que echarlo”, se escribe en los extremos de la discusión. Quizás no sea tanto ni tan poco.
Armani, como todo futbolista de primer nivel y larga trayectoria, sabe de memoria que está expuesto a los vaivenes y altibajos, y que la posibilidad de perder el puesto por mal rendimiento es una regla del juego del que aceptó formar parte cuando decidió ser futbolista. Sin duda es consciente de su mal momento y sólo él puede conocer si sus sensaciones son positivas o negativas, ya sea para afrontar los siguientes partidos con la confianza que, mirada desde afuera, parece haber perdido; o para decirle al entrenador que tal vez le vendría bien un descanso, aunque esto le obligue a un debate interno con su ego y/o su autoestima.
En cualquiera de los dos casos su respuesta será entendible y respetable. Pero sobre todo, será perfecta y estrictamente humana.
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