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Argentina y Nápoles, las dos patrias de Maradona
Fabio Schisa, dieciséis años, ya tiene una decisión tomada: “Quiero hacer cine, contar historias”. “Primero”, le advierte Antonio Capuano, director y maestro, “necesitas un gran dolor”. “Eso ya lo tengo”, responde “Fabieto”. Su “gran dolor” es la muerte de sus padres por un escape de gas en la casa de montaña. Fabieto no murió porque ese día sus padres lo habían autorizado por fin a que fuera a ver al Napoli de visitante. Lo salvó el amor por su ídolo, Diego Armando Maradona. “Fue la mano de Dios”, dice en el funeral el tío Armando. Fabieto, en rigor, es Paolo Sorrentino, el célebre cineasta napolitano que ya en 2014 había dedicado el Oscar de “La gran belleza” a “Federico Fellini, Talking Heads, Martin Scorsese y Diego Armando Maradona”. “Fue la mano de Dios”, su nueva película que estrenará en pocos días, es autobiográfica y contiene un agradecimiento personal. Porque Sorrentino dice que Diego llegó desde Fiorito a la cumbre del fútbol. Y que eso, para él, fue “un ejemplo de perseverancia”.
En “El joven Papa”, su serie de Netflix con Jude Law, Sorrentino tiene al Cardenal Voiello (Silvio Orlando), un monje negro del Vaticano que se la pasa leyendo el Corrierre dello Sport, viste de celeste sus aposentos y, cuando el Papa vuelve de un largo coma, no le pregunta si “en el más allá” vio a Dios, sino si el Napoli salía campeón. La mejor escena es cuando un jefe de policía va a verlo al Vaticano. “Su eminencia, ¿tiene una idea de por qué estoy aquí?”. Voiello cree que sí y le dice que su reciente altercado en un bar fue porque el propietario afirmó que “Maradona todavía se droga”. Y le explica al policía que él entonces no pudo contenerse y conminó al blasfemo que no se atreviera “a pronunciar el nombre de Dios en vano”.
“El joven Papa”, la mejor escena y Maradona
Voiello hasta se ganó un cartel en el San Paolo (“Uno di noi”). Nápoles como segunda patria. Los intelectuales de Te Diegum (simposio de 1991) acaban de publicar “A la mesa con Diego” (golazos y platos favoritos del crack) y el sábado, aniversario de nacimiento, celebrarán el “Maradona Day. Pelusa eterno”. Un homenaje “al único alcalde de Nápoles verdadero, auténtico y útil de los últimos años”. La Nápoles que, como escribió Roberto Saviano, “te da enseguida ciudadanía”. La ciudad en la que Diego “abrazaba y fue abrazado”. Imposible salir indemne.
Todos tenemos nuestro propio Maradona (incluidas las víctimas de sus desbordes y adicciones). En “Mi Diego” (Malpaso), que será presentado mañana en Buenos Aires, Alejandro Duchini recorre veraneos de Maradona en el balneario Marisol (partido de Coronel Dorrego). Cervecitas con Claudia en Magoya, mates con un matrimonio de ancianos, partidos benéficos y chofer de otros, incluido de Pedrito, un pibe con síndrome de Down a quien Diego llevó a la cancha. “Yo se lo cuido señora”, le prometió a la madre.
Hoy mismo será presentado “Rey de Fiorito” (Ediciones Carrascosa- Sipreba). Roberto Parrotino, uno de los once coautores, habla con Luca Quarto, el entonces enfermo bebé napolitano al que Diego, desafiando la prohibición de su club, ayudó con un partido insólito, pagando su propio seguro y el de sus compañeros del Napoli. Fue en Acerra, donde hoy, cuenta Parrotino, creció la tasa de mortalidad y de niños que nacen con leucemia, tumores y malformaciones por los cientos de basureros ilegales que instaló la Camorra para que la basura industrial del Norte terminara en el Sur. Diego no jugó en los poderosos Juventus o Milan sino en el Napoli que, hasta que llegó él, nunca había salido campeón (“los ricos”, leí alguna vez, “son equilibrados, los pobres son equilibristas”).
También mañana comienza “Sueño Bendito”, la miniserie de Amazon que inicia con Diego casi muriéndose en Punta del Este. Como casi también muere en Cuba (¿abandono de persona o autodestrucción?). Acaban de publicarse “Diego desde adentro” (la construcción de Maradona-crack) y “Superdios” (la construcción de Maradona-”santo laico”). Leo que en Estados Unidos aparecen estos días nuevos libros y documentales de Muhammad Alí, el gran icono deportivo previo a Diego, divisivo en su tiempo, amado por todos en su muerte.
Nuestro Alí de Fiorito también tendrá cien historias más. Hablar de él para hablar de nosotros. Como Sorrentino, que a sus cincuenta años encontró “el valor” para afrontar viejos dolores. La Mano de Dios como acto político, pero primero como arte, porque “la realidad”, dice el joven Fabieto en su película, suele ser “decepcionante”. Banderas argentinas celebran en Nápoles los goles del Azteca. Y una frase de Diego (“Hice lo que pude, no creo que me haya ido tan mal”). Es Sorrentino contándonos que, sin padres, “por algunas cosas, de repente, te conviertes en un adulto, pero por otras sigues siendo un niño para siempre”. Agradeciéndole a Diego no solo la mano providencial, sino “por su santa perseverancia del Sur”. Y porque con la belleza lo ayudó a curar su propio dolor.
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