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Argentina - Uruguay: Messi y un gol sin querer, un invento que desató una fiesta
El capitán abrió el marcador con un intento de asistencia a Nicolás González; después regaló una actuación lujosa a la que solo le faltó un gol más
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Es mejor andar sin prejuicios y dejar una ventana abierta a las sorpresas, a contramano de una certeza fundada en el pasado glorioso: el hombre ya inventó todo lo que podía ocurrírsele al genio que lleva adentro. Entonces, verlo en vivo tiene, para los ¿36? ¿40 mil? argentinos que consiguieron un ticket, el valor de lo testimonial. Estar cerca, tal vez por única vez en la vida, será un recuerdo eterno. Hasta que viene la cachetada, cuando el escenario (Uruguay hacía revolcar fuerte a Dibu Martínez) menos lo anuncia: Lionel Messi inauguró una nueva manera de hacer goles. Hasta este domingo, los estadígrafos le habían computado tantos de todos los colores: de zurda –los más–, de derecha, de tiros libres –a Uruguay, incluso, le anotó uno por debajo de la barrera, en Mendoza–, de cabeza, de penal… ¿Pero un gol de pase? Eso sí que es nuevo. Y llegó cuando más falta le hacía a la selección y sin buscarlo, como si definitivamente su aura y los planetas se hayan alineado para siempre aquella noche del Maracaná que el público le agradeció a él, especialmente, a cada rato.
Vale la descripción: la secuencia del gol número 80 de Messi para Argentina incluyó un intento de asistencia a Nicolás González, la pierna estirada de su compañero para tocar la pelota –sin lograrlo–, el desconcierto del arquero Muslera y dos piques del balón sobre el césped antes de que pasara la línea de meta y tocara la red del costado… Entonces sobrevino la explosión del estadio, entregado a él desde temprano, y su sonrisa de “no quise hacerlo así”, una confesión gestual celebrada por sus compañeros. Es que, está visto, hay una energía que cambió, y entonces aquello que antes se negaba a suceder, ahora florece. Y ocurre incluso cuando no está en los planes del protagonista.
Lo que sí era predecible fue ese abrazo largo que se dio con Luis Suárez apenas 15 segundos antes de que empezara el clásico. Hermanos de la vida, como ellos mismos se llaman, fue el momento del partido en que más cerca estuvieron. Después, el 10 vio cómo el 9 olió dos veces el gol, en el mejor momento de Uruguay, aunque entre Martínez y el palo le dijeron “no”. Cuando llegó el momento del protagonismo del capitán argentino, el partido se deshizo para siempre. Uruguay es una de sus grandes víctimas: con el de este partido le anotó ya seis goles. Ahora, en las eliminatorias suma 27, la marca más alta de la historia de la competencia.
Antes del gol, su andar por la cancha había sido casi el de un jugador cualquiera. Solo un aviso había dado de su talento inconmensurable: un amague de cintura en la mitad de la cancha que descolocó a De la Cruz y despertó un espontáneo “ohhh” del público. No fue una ovación, más bien una muestra de admiración por este crack de 34 años que parece dispuesto a estirar hasta lo último su relación de amor –ahora indiscutiblemente recíproca– con la selección nacional. Recostado a la derecha –desde allí vino el gol- era vigilado por Viña y, cuando iba hacia el medio, lo tomaba Vecino. Apuntes de cronista que dejaron de tener sentido cuando empezó su verdadera función, la del maestro de ceremonias de un equipo que, después de esquivar la tormenta, se regaló una noche de gala en un extasiado Monumental.
Messi dio 64 pases en campo contrario, más que cualquiera de sus compañeros, y también lideró la estadística de remates (fueron seis) y de toques de pelota (95)
En adelante, el recital de fútbol de Messi fue acompañado por sus mejores socios: la sabiduría que ya en los peores momentos había demostrado Lo Celso para entender el juego, la fortaleza mental y la energía de De Paul y las diagonales de Lautaro Martínez para no dejar de buscar cada pase. Él, dominante como nadie en el segundo tiempo, intentó hasta el último segundo anotar un gol más. Si hay una manera de entender por qué llegó tan alto en el fútbol, tal vez alcance con observar la última jugada del partido. Iban 93 minutos cuando intentó filtrarse entre dos rivales y cayó en la medialuna, ante el gesto de Tobar, el árbitro, que le negó la falta: animal competitivo, se enojó como si se le escurriera la clasificación al Mundial en esa jugada. Enseguida el partido concluyó y él se paró para darle un abrazo a Godín, otra vez derrotado ante el talento del 10. De fondo se oía una canción-bandera: esa que dice que todos van a dar la vuelta de su mano…
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