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Italia 90. Argentina-Rumania: del abismo a la clasificación, la noche en que había que "pasar como fuera"
Tras la derrota con Camerún por 1-0 en el partido inaugural y el triunfo sobre Rusia por 2-0, la continuidad de la selección argentina en Italia 1990 estaba atada al último juego del grupo B, ante Rumania. Aquella noche del 18 de junio, el estadio San Paolo de Nápoles, la casa de Diego Maradona, volvía a estar casi a pleno y eufórico como en el triunfo previo, con más de 52.700 espectadores en las tribunas. En la cancha, nervios, presión y ansiedad.
La Argentina tenía la necesidad de vencer al conjunto europeo para no tener que empezar a formular cuentas en los días siguientes, cuando las otras zonas se completaran. Con un empate, a los octavos de final sólo se podía avanzar como uno de los cuatro terceros. La derrota, obligaba a hacer un curso acelerado de matemáticas y abrazarse a una creencia poco sólida.
"Después de haber perdido el primer partido, (Carlos) Bilardo nos marcaba todo el tiempo que ante el error nos quedábamos afuera. Lo repetía constantemente, aun cuando le habíamos ganado a Rusia. Lo que más escuchábamos es que no nos podíamos volver a equivocar, ni en una marca, ni en una jugada, ni en un relevo...", recuerda ahora Gustavo Dezotti.
El Galgo hizo su debut en un Mundial en el partido con Rumania. Ya había pasado más de una hora de juego, con la selección haciendo equilibrio sobre un 0-0 peligroso. Era córner para la Argentina y Bilardo, el DT, pidió que esperaran, que lo dejaran hacer un cambio. Goycoechea había salvado el arco argentino en una jugada previa. Allí fue a la carrera Dezotti a buscar el cabezazo, con un saludo a la distancia para Jorge Burruchaga, al que reemplazaba. Iban 16 minutos de la segunda etapa. Maradona lanzó la pelota y Pedro Monzón hizo un pique corto hacia adelante para sacarse a su marcador de encima, ganar la posición y peinarla de pique al suelo. El balón se metió en el segundo palo, con un espectador de lujo a pasos de la línea: el Galgo estaba ahí, entró al arco, abrazó la pelota y salió corriendo para festejar en soledad el 1-0.
El gol de la Argentina
"Carlos me remarcó que había que tapar la salida de los centrales y estimo que me habrá dicho de aprovechar la altura en las dos áreas. Pasaron tantas cosas en ese Mundial que muchas me quedaron marcadas y otras, no. Nunca me di cuenta que agarré la pelota y salí festejando solo. Pero, además, no volví a ver ese partido", confiesa Dezotti, que en ese momento tenía 26 años y sólo había jugado un puñado de amistosos en la selección mayor. Su lugar en el plantel se había definido la noche del último encuentro previo a la Copa, ante Israel en Tel Aviv, cuando quedó descartado Jorge Valdano.
Con la goleada de Rusia a Camerún en simultáneo, la Argentina hasta podía terminar primera en el grupo con el triunfo. Pero llegó una jugada por la derecha, un centro y dos cabezazos en el área, siguiendo un axioma futbolero, se transformaron en el definitivo 1-1, anotado por Balint. Sólo fueron 360 segundos de tranquilidad. A sufrir otra vez, con 22 minutos por delante, al filo del abismo. "Con el empate teníamos chances de pasar como terceros, y sabíamos que el rival que nos tocara iba a ser uno de los mejores porque ya la derrota con Camerún nos había condicionado para el resto del torneo", repasa el ex delantero, por entonces militando en Cremonese, de Italia.
El empate de Rumania
La angustia se calmó dos días más tarde. Escocia cayó con Brasil por 1-0, con un tanto faltando ocho minutos, y, ya con dos terceros con dos puntos en las zonas A (Austria) y C, la Argentina se aseguró seguir en carrera sin mantener la vista en el resto de las definiciones de la etapa inicial. "Sentíamos que nos habíamos sacado una mochila de encima. A esas alturas era pasar como fuera, estábamos obligados porque era la selección campeona, porque estaba Diego y era como que llegábamos a una instancia en la que teníamos responsabilidad de estar sí o sí, por más que no veníamos jugando bien", recrea el Galgo. La sensación era grupal.
Vaya paradoja, justamente el seleccionado verdeamarelo, que le había dado una mano al completar su grupo ganando los tres partidos, era el que la combinación de resultados le ponía en el camino inmediato. Brasil lo esperaba en Turín, la sede en la que jugó todos sus partidos de Italia 1990. "Cuando supimos que se venían ellos, hablamos con el grupo. Le teníamos respeto por ser el clásico rival y porque, además, llegaban bárbaro. Pero también pensábamos que ellos iban a estar diciendo que les tocaba enfrentar a la Argentina campeona del mundo. Y nosotros, después de perder con Camerún, ya estábamos mentalizados que todos los partidos eran de eliminación directa", contextualiza Dezotti.
"Contra Rumania jugamos de noche y luego hubo que volver de Nápoles a la concentración en Trigoria. Nos quedamos seguro hasta las 3 de la mañana despiertos. Era imposible dormir por la adrenalina con la que se terminaba", detalla quien compartía la habitación con Néstor Fabbri y cuatro días antes de la final del Mundial sería padre de Leonella, su hija mayor, a la que conoció una semana más tarde al regresar a Rosario.
"Nunca quise volver a ver la mayoría de los partidos. Vi el de Brasil, el de Yugoslavia, el de Italia, por lo que fueron esos triunfos, y, creo, el primer tiempo con Alemania. De la final nunca pude ver el segundo tiempo, porque me quedé mal por mi expulsión, que fue injusta; yo fui a buscar la pelota porque hacían tiempo. Sentí que tal vez podía haber cambiado algo en esos pocos minutos, empatábamos con alguna genialidad de Diego y luego éramos campeones por penales", se lamenta aún Dezotti. Y confiesa: "Al volver al país, frustrado, yo me quería ir de Ezeiza para casa a conocer a mi nena, pero los más grandes y el cuerpo técnico me convencieron de seguir con el micro hasta la Casa Rosada. La verdad que eso fue increíble, unas seis horas tardamos de la gente que había. Los que habían sido campeones me dijeron que el recibimiento había sido mejor que cuando salieron campeones. Tenían razón. A Leonella la iba a ver enseguida, pero eso no lo iba a volver a ver ni a vivir nunca más".
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