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Argentina-Paraguay: hay dos páginas del manual que la selección no termina de comprender
Nadie podía esperar un paseo por la Bombonera. En el fútbol no existen dos partidos iguales, pero enfrentar a Paraguay ha sido, en tiempos pasados y también los modernos, un crucigrama difícil de completar con letra clara y segura para la selección argentina. Acá, allá o en terreno neutro. ¿Iba a ser una excepción esta noche extraña de tribunas vacías? Imposible pretender darle una patada a esa historia con rendimientos como el de esta función de primavera.
A este equipo, ya rodado durante más de dos años, todavía le sigue costando que los partidos se jueguen como quiere y acomodarse a las circunstancias de lo que propone el rival. Que lo que se escribe en una partitura se haga canción acompasada y linda de seguir. A ese listado de juegos incómodos y difíciles de descifrar que encadena el ciclo Scaloni se le puede sumar ahora un episodio más. Algo que la catarata de polémicas que vistieron un duelo áspero no debe dejar en segundo plano.
Cuando los analistas de video del cuerpo técnico argentino diseccionen el partido cuadro por cuadro, les resultará más prolijo el final que el principio. Un tramo largo de la segunda parte se pareció, seguro, más a lo que se puede pretender de este equipo que lo que pasó en el inicio. Si lo observan con una toma desde el aire, incluso la foto les devolverá una postura más dominante, volcada hacia el arco de Antony Silva. Con algunos ataques nacidos de la paciencia y las combinaciones: ninguna como la del gol anulado a Messi, bordado por todo el campo, pero desechado a instancias del VAR por una falta en el nacimiento de la jugada. Ese compacto, claro, no será digno de exhibir en las salas de cine (si alguna vez reabren), porque ese manojo de buenas intenciones no pasaron de la modestia: no hacía falta levantar tanto la puntería para mejorar la imagen del principio.
En cambio, cuando esos mismos estudiosos de las imágenes se posen sobre el comienzo, advertirán que la batalla sobre el tablero la empezó ganando Paraguay. Y eso, aunque el juego empiece y termine en los futbolistas, es una derrota táctica que le cabe al entrenador. Que haya corregido sobre la marcha no lo exime de la mala lectura previa: los visitantes se pararon en este templo del fútbol mundial como si ya hubiesen jugado el partido antes y supieran exactamente qué debían hacer entonces. Lo necesario para tomar a la Argentina desprevenida, con el libro dado vuelta.
El cambio de paradigma de Paraguay solo pareció sorprender a Scaloni. Se sabe que, con Berizzo al frente del equipo desde hace algo más de un año y medio, los visitantes cambiaron notablemente su perfil. Lejos de otras épocas en las que su fortaleza histórica eran el juego aéreo, la potencia física y una fiereza competitiva admirable, esta selección adscribe a nuevas ideas. Le gusta jugar con la pelota al piso, asociarse y presionar. La misma enjundia, otra técnica, más elaboración. Tanto que, cuando Ángel Romero anotó el gol que abrió el resultado, Paraguay ya había mostrado lo cómodo que estaba adelantando sus líneas y quitando la pelota en campo argentino.
La selección no sabía qué hacer. Confundida, se veía obligada a lanzar pelotazos para tratar de saltear esa presión inicial, pero eso también lo resolvía fácil Paraguay, ganando en el aire y atacando de nuevo. Otamendi quedaba retratado en su lentitud y falta de perfil, Martínez Quarta no mostraba esa jerarquía que empieza a asomarse, Montiel perdía ante cada irrupción volcánica de Almirón… Y la pelota no lograba llegar a Messi casi nunca. El mundo al revés: Paraguay tenía campo, pelota y resultado a favor en la Bombonera.
La lesión de Exequiel Palacios (recibió un golpe en la espalda muy violento, y apenas pudo pararse para salir del campo) marcó el cambio de rumbo de ese primer tiempo. Así es el fútbol, repleto de imponderables que lo hacen único en el universo del deporte. En su lugar ingresó Lo Celso, que enseguida se acomodó y empezó a crear ventaja por izquierda con Ocampos y Nicolás González. Ya Argentina daba un paso adelante cuando llegó el tanto del empate, otra entrega gratis de lo fascinante que puede ser este juego. Nicolás González, un delantero que juega como 9 en Stuttgart de Alemania, arrancó la noche como lateral izquierdo por la baja de Tagliafico y anotó el gol del 1-1 al ganarle a Rojas y cabecear con determinación en un córner. Vinieron, enseguida, los mejores minutos de la selección en la etapa: dos remates de De Paul desde afuera, mejores triangulaciones, más precisión y una participación de Messi más continua le dieron forma a una imagen más amable que la del principio.
Esa segunda etapa, con Argentina más dominante, agrupó momentos decididamente más favorables para la selección, aunque eso no se tradujera con la misma nitidez en ocasiones claras de gol. Difícil, claro, ante un rival dinámico, inteligente en la cobertura de espacios para evitar filtraciones peligrosas. Que, por otro lado, ya había perdido lo más lucido de aquel lejano primer tiempo: no atacaba nunca, tampoco dominaba la posesión y cortaba con falta cuando era necesario. Le alcanzó, igual, para volverse a casa con un empate que no tiene mucho para escandalizarse con la injusticia.
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