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Argentina - Chile. La selección de Messi y una lección repetida: correr más rápido no la lleva adonde quiere ir
El empate en Santiago del Estero dejó la certeza que el equipo es mejor cuando se asocia que cuando trata de imponer el vértigo; fue de menos a más en un 1-1 que incluyó cuatro debuts
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Como si los siete meses de lejanías físicas entre sus habitantes hubiesen generado la necesidad de empezar de nuevo, la selección argentina tuvo en la noche de Santiago del Estero una línea de rendimiento de abajo hacia arriba. Es cierto: no tocó el techo de lo excelso en su tramo más lucido, pero tampoco el piso cuando la partitura no se entendía del todo. Y así, el empate 1-1 ante Chile, en un estadio precioso y vacío, no entrará al final en ningún muro de lamentos.
La Argentina, si bien las eliminatorias caminan apenas por la quinta jornada, tiene un colchón que le permite resignar algún punto, incluso de local. Siempre y cuando, claro, en adelante se parezca más al que terminó dominando a su cuco moderno -Chile le ganó las finales de las Copas América de 2015 y 2016, cómo olvidarlo- que aquel que resultó titubeante durante un buen tramo del juego. Esa decisión para ganar el partido en los últimos 20 minutos, con cuatro debutantes sobre el césped, fue la renta que dejó la noche. Ahora habrá que ir a saldarla a Barranquilla, el martes, camino a una Copa América que aparece en el horizonte entre incomodidades y una oportunidad para sumar más millas.
En la vieja discusión sobre fondo y forma, el entrenador había repetido, antes del partido, que el estilo de juego del equipo iba a ser el habitual -según su interpretación-. Que el cambio de nombres en la mitad de la cancha no iba a alterar la idea madre. Cree Scaloni que reunir jugadores de buen pie en esa zona vital es lo que define la búsqueda de identidad. Y que las ausencias de Exequiel Palacios (inicialmente suplente, todavía en búsqueda de ritmo competitivo tras un par de lesiones) y Giovani Lo Celso (con molestias físicas, no viajó) no iba a alterar el plan. Esa declaración del técnico fue desmentida ya en el primer tiempo. Lucas Ocampos y Ángel di María, dos futbolistas amantes del vértigo y la explosión, no tienen la pausa que invite al compañero a acercarse y crear sociedades en corto. Proponen el pique al espacio, no el pase. Y entonces, la selección no tuvo en toda la primera etapa una cadena de combinaciones que llevara la pelota con prolijidad de defensa a ataque. Y, peor todavía, tentó a Messi a bajar demasiados metros para sentirse parte.
Las cosas claras: el problema ocurrió a pesar del DT. Él, en esta etapa, parece tener claro qué tipo de jugadores quiere. Pero esas dos ausencias lo dejaron sin características esenciales para plasmar la idea de toque y circulación. Así, a Paredes le costaba encontrar a quién pasarle la pelota más allá de De Paul, su socio habitual. Pero ese jugador fino, capaz de ver entre líneas, no estaba en la cancha. ¿Cómo solucionarlo? Di María y Ocampos, bien abiertos, trataban de estirar la defensa chilena a lo ancho para que Messi encontrara espacios vírgenes. Activo, el capitán buscó mucho por derecha, pero los visitantes se prodigaban en las coberturas.
La complicación pudo resolverla Chile, paradójicamente. O Guillermo Maripán, más precisamente. El defensor, tan enjundioso como atolondrado, le cometió penal a Lautaro Martínez pasados los 20 minutos, por torpe. Era su cuarta falta ya. Messi engañó a Claudio Bravo, su excompañero en Barcelona, y estiró su cuenta a 72 goles en la selección. ¿Fin del problema? Si Argentina no había hecho méritos para ponerse a ganar, nada pudo protestar cuando Alexis Sánchez, veterano y movedizo, empató el partido tras una cesión de Gary Medel en una jugada de pelota parada. La selección necesitaba resetearse, más allá del tiro libre que Bravo le sacó del ángulo a Messi al final de la etapa.
Scaloni, entonces, se puso más intervencionista que de costumbre. En el descanso quitó a Martínez Quarta y Ocampos (amonestados) y mandó a jugar a Lisandro Martínez y Ángel Correa. El primero, para buscar una salida más prolija, que la fase de ataque empezara en la defensa; el otro, para sumar gambeta y una posible sociedad más, lo que escaseaba. El movimiento dejaba otra lectura: Scaloni plantaba como patrón de la defensa a Cristian Romero, el cordobés que jugó su primer partido en la selección en la noche santiagueña. De entrada había destapado las virtudes que mostró en Atalanta y le valieron la citación: velocidad y determinación para anticipar a los delanteros y confianza para jugar. Terminó erigiéndose en la figura del partido. No es poco.
Los cambios, de entrada, no modificaron demasiado el guión del partido. De hecho, el correr del segundo tiempo le empezó a dar señales a Chile de que podía afirmarse todavía más. Con Eduardo Vargas con alguna molestia, Alexis seguía siendo el mejor de los visitantes. En el medio, Erik Pulgar lideraba una línea de cuatro volantes atenta a las coberturas pero sin desentenderse de la fase ofensiva cuando cabía.
Entonces Scaloni siguió revolviendo en la bolsa de suplentes y sacó el papelito de Julián Álvarez, tercer debutante de la noche (Di María no ocultó su disgusto por salir), además de Emiliano Martínez y Romero. Vinieron minutos de mayor protagonismo de Lautaro, más movedizo que en la etapa inicial. Promediaba el segundo tiempo y la Argentina se adelantó, tratando de que Chile no respirara cuando recuperaba el balón en su campo. Cortes en fase ofensiva para forzar los ataques, pareció ser la orden en ese tramo, en la búsqueda del segundo gol. Con Nahuel Molina ya en la cancha -el cuarto estreno-decididamente la selección mandaba, sin ser brillante, y se acercaba al gol que coronara el triunfo. Merodeó en algún centro cruzado, anduvo cerca en alguna zozobra que pasó Bravo, pareció que llegaba en un disparo de Messi... Pero al final, no llegó. Nada que lamentar demasiado, al fin de cuentas.
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