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Argentina campeón mundial: un cuento encantado de Qatar al paraíso
Se arrodilló en el centro del campo y se dejó atrapar por primera vez en todo el partido, solo porque sabía que lo abrazaba la gloria y la gratitud de sus compañeros. Recibió decenas de abrazos y besos y sintió que todo el esfuerzo y el camino recorrido tuvieron sentido cuando descubrió a su familia en los palcos. En ese momento sublime, cruzando sus brazos por delante de su cabeza, se le escapó entre sus labios un simple “Ya está”. Luego de 17 años de contribución permanente para embellecer el juego y ser patrimonio cultural de la humanidad, el mejor de todos recibió lo que merecía como nadie. Ya no quedan cuentas pendientes. Ya no hay saldos impagos. Messi y el fútbol no se deben nada.
La final más extraordinaria de la historia de los mundiales tenía que tener una definición inolvidable y un campeón de la misma estatura. Cuando Gonzalo Montiel, infalible en toda su carrera desde los doce pasos, cruzó el derechazo que se transformó en título, el mundo del fútbol premió al equipo que merecía quedarse con todas las fotos eternas.
Atrás quedaron 70 minutos de una actuación colosal argentina en la que el equipo mostró todo su repertorio. La batalla táctica Scaloni la ganó por paliza. La presencia de Di María desde el inicio y jugando por la izquierda el partido de su vida fue un bisturí que se clavó en el corazón de la defensa francesa. Nada ni nadie pudo quitarle la pelota a ese flaco de mimbre, que enloqueció a sus marcadores durante algo más de una hora. Con Enzo Fernández dando clase de recepción y pase, auxiliado por un lúcido y preciso De Paul, el conjunto argentino se aseguró salida pulcra y dinámica. La movilidad de Mac Allister y Julián Álvarez garantizaron fluidez y continuidad en el circuito de juego y la jerarquía y el aplomo defensivo, hicieron de la final un partido con una diferencia sideral en el juego, expresada en la extraordinaria jugada del segundo gol albiceleste. Si era necesaria una confirmación de que la Argentina fue el mejor equipo del mundial, esa porción del partido quedará guardada como una lección de fútbol plena de estética, asociación, precisión y contundencia.
Pero el fútbol no es lineal y goza llevando al misterio como parte de su catálogo. Francia nunca estuvo en partido, pero era lógico suponer que en algún momento tenía que ofrecer cierta resistencia. El “Huracán Mbappé” sopló en el desierto qatarí y confirmó que el crack tenía otros planes más que quedarse en el papel del simple espectador. Tres destellos sensacionales de su manual de estilo le dieron vida a los galos cada vez que hizo falta remontar el resultado y ratificaron que en su velocidad y espíritu competitivo insaciable está el futuro de este bendito deporte.
Como cada vez que lo arrinconaron contra las cuerdas y pareció aturdido, la Argentina encontró carácter, convencimiento y personalidad para revertir el mal paso. El pragmatismo del entrenador y la versatilidad de sus jugadores maridaron a la perfección a lo largo del mundial logrando una química perfecta. Un partido completo contiene otros tantos más pequeños dentro de su desarrollo y así se comprende porque para Scaloni son tan importantes los que inician como los que finalizan los encuentros. En esa respuesta camaleónica y vital, el seleccionado siempre supo revivir y recuperar su postura agresiva.
Luego de más de dos horas de una batalla que debió terminar antes y sin semejante sufrimiento, llegó la hora de Emiliano Martínez. Una atajada de antología sirvió para ahogar el grito de Kolo Muani como si fuera un arquero de handball y fue el preanuncio de lo que tenía, literalmente, entre manos. El drama de los penales lo volvió a consagrar como ante Países Bajos y su stand up en el centro de la escena fue el último capítulo antes de abrazar la gloria.
Argentina es el nuevo campeón mundial y desde la inolvidable tarde del 18 de diciembre su camiseta lucirá tres estrellas. La montaña rusa de emociones del final los incluye a todos. Scaloni explotando de una vez por todas en su mar de lágrimas. Montiel a puro revoleo de esa camiseta que será parte de sus mejores recuerdos. Di María volviendo a armar con sus manos ese corazón gigante que le sale de su cuerpo. De Paul con su clásico habano de los festejos y el genial “Kun” Agüero llevando en andas a su compadre para que el mundo admire al mejor de todos.
Soñador incansable desde su adolescencia con un exilio forzado pero cargado de ilusión, presentando batalla incluso contra su anatomía, Leo Messi se propuso crecer hasta volverse el futbolista más grande del planeta. Su “Masterclass” en mundiales llegó a los 35 años y en la fase otoñal de su carrera completó el formulario con el trofeo más esquivo y más deseado.
Recordando el desencuentro de Brasil 20214 con ese objeto inmaculado de oro macizo con el que solo tuvo contacto visual, ahora el 10 no se privó de nada. Primero le dio un beso y una caricia cuando recibió el premio al jugador más valioso. Luego la recibió y se la mostró al mundo en el centro del podio junto a sus compañeros, elevándola al cielo para hacer rugir al estadio.
Lo que el planeta fútbol deseaba se volvió realidad. Lionel Messi entró en la inmortalidad y ahora puede responder la única pregunta que le faltaba. Y se transformó en el fondo de pantalla de los celulares de millones de pibes que soñaron durante años con esa imagen.
6,170 Kilogramos. Eso pesa la Copa del Mundo.
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