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Argentina campeón mundial: la odisea de llegar a Ezeiza justo la mañana que...se festeja una Copa del Mundo
Caos de tránsito, precios inflados, desconcierto de los pasajeros y la fortuna de toparse con un chofer de Uber con todos los recursos y mañas para sortear obstáculos
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Los aviones llegan en el horario establecido, pero casi nadie consigue irse porque la única vía de ingreso o salida al aeropuerto está bloqueada. Así de insólito. Ezeiza es un hervidero. Hay gente por todos lados. En el local de la famosa marca de comida rápida tienen que confesar, casi dramáticamente… ¡que se quedaron sin hamburguesas! Hay miles de personas que deambulan por cada rincón para buscar dónde sentarse, al menos. No hay sillas vacías ni lugares en los restaurantes. Todos sentados en el piso o en las valijas. No hay remises, ni buses rumbo a la ciudad. Los familiares que venían a buscar a algunos de los pasajeros no pueden ingresar porque la Riccheri está cerrada. El caos es total.
No hay expresiones de enojo, porque la mayoría entiende de qué se trata este desborde de pasión popular. Es más: muchos vienen desde Europa o desde África en las distintas conexiones desde Doha. Hay argentinos provenientes de España, Francia, Argelia, Etiopía, Países Bajos.
Una persona que aterrizó a las 7.30 todavía da vueltas desesperado por conseguir alguien que lo lleve a Moreno. Un viaje que, incluso con el reloj, no puede costar más de 6000 pesos. “¿Me vas a pagar en dólares o en pesos?”, pregunta el taxista convertido en especialista del mercado cambiario. “En pesos”, le confirman. “Son 18.000 por lo menos”, dice con una soltura formidable. Cuando le señalan que el número es desmedido, se burla: “Mirá lo que es esto. Conseguí otra cosa mejor”, desafía.
Ya es una cuestión de principios: ni aunque se tuviera el dinero hay que dar lugar a ese tipo de oportunistas. Mejor vivir la experiencia de Tom Hanks en La Terminal antes que darle el gusto al estafador.
Varados en Ezeiza
Ezeiza con cientos y cientos de personas encerradas en el aeropuerto pic.twitter.com/aZzX04XLnN
— Call me ñakit (@ilnakit) December 20, 2022
Mientras tanto, una pareja extranjera pregunta de manera inocente: “¿Tampoco está funcionando el tren o el metro a la ciudad?”. Tras entender que no existe tal cosa, asumen que lo que le dice la gente a su alrededor es cierto: las seis horas de espera que llevan otros, también deberán soportarlas ellos.
Las horas pasan, las soluciones no aparecen. En la línea de buses que hacen traslados a Puerto Madero y a Aeroparque, mucha gente que no está ni cerca de ese destino pide desesperadamente un lugar. Cualquier medio es bueno para salir de ese infierno. Pero tampoco llegan los buses. No es el día, evidentemente.
Las remiserías del aeropuerto piden entre 9000 y 11.000 por aquel viaje morenense. Hay que pagar antes. “¿A qué hora podremos salir?”, es la pregunta más ingenua que la de los foráneos. La respuesta es la esperada: “Dos horas, o tal vez cinco o diez. Pero sólo tomamos reservas si pagan por anticipado”, repiten.
Hasta que de repente ocurre algo distinto, casi un milagro. Un automóvil en un lugar que no es para descarga de pasajeros. Desciende una mujer y saca una valija del baúl. Es un remís, ¿cómo habrá entrado? No importa. Si supo entrar, seguro que sabe salir.
Felipe es el chofer. Trabaja en Uber. “¿Podemos arreglar un viaje sin pedirlo por el sistema?”. Es despierto y rápido para hacer negocios. Con buenos reflejos, como el mejor Maravilla Martínez. “Pedían 11.000 como máximo en las remiseras. Es un buen precio…”, apunta. El acuerdo se cierra en 12.000.
Después aparece el otro problema: hay que salir de allí. ¿Cómo? Primeros metros por una Riccheri vacía que sólo se puede transitar hasta el puente 12. Hay cartones y botellas de plástico que cubren completamente la calzada. Mugre en todos lados. La selección ya pasó por ahí, pero no fueron los jugadores campeones del mundo los que dejaron ese tendal de desperdicios. Se ven autos estacionados al costado de la autopista con las puntas de eje enterradas en el pasto. ¡Sí, pasaron los roba-ruedas! A algunos les saquearon hasta los cuatro neumáticos mientras saludaban a Messi y veían la Copa del Mundo en un colectivo desmontable. Son “los pungas de la llave cruz”. Una agente indica que se puede seguir sólo por un lugar: hacia la derecha. Felipe insiste: “Vivo ahí adentro en el Barrio 1″, le miente descaradamente a la policía y pasa. Podría ser un gran compañero de truco, sin dudas
.
Pero en la vuelta siguiente, otro atolladero. “Necesito cargar gas. Vengo de dejar a esa chica cordobesa que venía desde Puerto Madero. No llego a Moreno”, advierte. “Acá a dos cuadras hay una estación de servicio”. Bueno, no parece ser un gran problema. Casi. Antes de llegar, la marea humana rodea a los autos en la calle. Algunos tantean las manijas para ver si están abiertas. ¡Insólito! Una persona se cruza y exige: “Me robaron la rueda, préstame tu auxilio, te dejo el documento y después intercambiamos”. Felipe lo repele de inmediato. Al llegar a la estación de servicio, el mundo se viene abajo. La marea humana se metió en la estación y las playeras dicen que tienen orden de no cargar en esas condiciones. “No hay garantías”, diría el referí de un partido de fútbol con incidentes en las tribunas.
Otra vez el inefable Felipe entra en acción. “Bajate, no digas nada”, solicita. Habla con la señorita que atiende el lugar: “No puedo, tendría que hablar con el encargado”, dice con cara preocupada. Se van. Al volver, le cargan gas. Tiene las soluciones para todo. El chofer, capaz de verlo todo, se deshace también del individuo que anteriormente le había pedido la rueda de auxilio y ahora estaba apoyado en el baúl de su auto...
“¿Qué le dijo a la chica para que le carguen gas?”, pregunta el pasajero sorprendido por la excepción. En voz baja, al oído, le responde: “Que tu hijo pasó en la ambulancia que cruzamos recién y que va con la madre. Vos no podías subir. Va a la Fundación Favaloro para un trasplante de corazón. Llamaron urgente del Incucai. Seguime”, exige.
El pasajero se lleva las manos a la cabeza por otra mentira atroz que a él jamás se le hubiera ocurrido. Y, sin darse cuenta, alimenta la historia, porque la mujer lo advierte como un signo de preocupación. Pero al fin de cuentas, también saldrá beneficiado. A punto de salir, la chica abre la puerta del pasajero, le toca el hombro con rostro compungido y le garantiza: “Todo va a salir bien”.
Cruzan Barrio Olimpo, hacia el lugar exactamente opuesto al destino deseado. Por todos lados hay gente amontonada: “¡Dale campeón, dale campeón!”. Encara para el lado de Tapiales, luego a la izquierda. Puente de la Noria cerrado. Es una misión imposible. Felipe no se desespera: “Conozco”, ya vamos a salir”.
Sigue por el camino de la Ribera Sur. Mientras, va señalando. “Para allá Fiorito, para allá Diamante, más allá Caraza”. No hace falta la información, pero quiere demostrar que lo tiene claro. Cruza el Riachuelo y ya se siente seguro. La gente también camina con banderas y camisetas por la autopista Cámpora. “¿Por acá también va a pasar la selección? Con lo que nos está costando a nosotros, ellos no van a terminar nunca”. Vueltas y más vueltas, pero casi sin detenciones, Felipe consigue llegar a la autopista del Oeste. Un último inconveniente. Los hinchas coparon completamente la General Paz, la cortaron. Y en el puente de la Av. 25 de Mayo hay autos estacionados a la derecha y a la izquierda. Tránsito muy lento. Hasta que se destapa y el resto del recorrido es lo normal… para un feriado. Y en pleno festejo de un título mundial.
Fin de la odisea. Luego de 30 horas de vuelo y escalas, y de nueve horitas más desde la llegada a Ezeiza, el pasajero arriba al hogar, dulce hogar.
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