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Argentina campeón de la Copa América, la redención del Maracaná: la noche en la que Ángel Di María cerró la historia más traumática... y maravillosa
Sufrió los años más traumáticos de la selección y solía lesionarse en las finales; justo en el Maracaná, en donde no pudo jugar en 2014, tuvo su venganza con un gol de colección y una actuación memorable
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Recostado sobre la derecha, desvió su mirada hacia atrás y vio, de pronto, como la pelota recorría 40 metros por el aire del Maracaná, lista para acabar con el maleficio de la eternidad. Renan Lodi pudo haber despejado, mientras Ángel Di María capturó el mensaje, con la zurda; primero dominó el balón y luego tiró magia. Una fantasía, sobre el cuerpo de Ederson.
Se trata de la redención del Ángel.
El gol del título
GOOOOOL DI MARIAAAAAAA@Quilmes_Cerveza pic.twitter.com/tbSKAVseq9
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Escurridizo, como si se tratara de un pibe de 33, mostró los dientes, corrió, peleó, hasta que 15 minutos después de su obra, sufrió un dolor intenso en la misma pierna, la mágica. “Otra vez, no”, habrá pensado. Valiente, cabeza dura, ni pensó en abandonar, luego de la consulta médica. Sabía que era la noche del eclipse, la que le devolvería el cariño masivo de la sociedad futbolera. No se podía permitir claudicar, como en otras batallas, que le dejaron heridas inclasificables.
Un susto enorme
¡El susto que nos hiciste pegar, Fideo! La figura de la cancha está nuevamente en el campo de juego. ¡VAMOS, ARGENTINA! pic.twitter.com/iDbkDH4Fsa
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Tenía un trauma con las finales. Y, de alguna manera, todo comenzó en el Maracaná, en donde se construyó y se acabó el maleficio. La mañana del 13 de julio de 2014 llegó la carta, tenía membrete de Real Madrid. Era el día de la final del mundo. Ángel Di María estaba sentado en una camilla, listo para infiltrarse. Ya corría sin dolor, pero solo habían pasado ocho días desde el desgarro contra Bélgica, por los cuartos de final. El sobre se lo entregó el doctor Daniel Martínez, pero Di María ni lo abrió. Lo destruyó, estaba furioso, y a la vez, ciertamente sensibilizado. Horas antes le había confiado a Alejandro Sabella que estaba a su disposición. “Voy a jugar hasta que me rompa, si me necesitas”, le habría dicho, y se largó a llorar.
Fue al banco Di María, y aunque volvió a infiltrarse en el entretiempo del Maracaná por si acaso, nunca entró. El alemán Mario Götze se encargó del peor desenlace para la Argentina.
Un mes más tarde, Di María era jugador de Manchester United. “Volví a Madrid y me peleé con todos. La carta la firmó el médico, pero era obvio que venía del club. El Madrid quería a James Rodríguez después del Mundial y me querían vender para hacerle lugar a él, así que buscaban que su jugador no se ‘rompiera’ antes de venderlo. Ya no tenía sentido, ya me había perdido la final. Y esa final todavía me persigue. Algunos sospecharon que no la quise jugar, por eso de la carta, boludeces… Perdimos y me cayeron, insinuando que me había borrado. El partido que no jugué es el que más me duele de mi carrera”, le contó Di María a La Nación años atrás.
En Brasil cumplió un rol destacado. Dentro y fuera de la cancha: fue un ejemplo para los jóvenes para aconsejarlos y mostrarles cómo deben comportarse, cuando se visten de selección. Se decía que trastabillaba en los encuentros decisivos. Y… el registro no lo ayudaba: no sólo no pudo jugar en 2014. Un año después se lesionó durante el primer tiempo y en 2016 salió a casi 30 minutos del cierre, con huellas de cansancio físico y mental. La maldita Copa América en continuado.
“¿Quién no quiere jugar y siempre le gusta arrancar de titular? Pero mi cara nunca cambió, siempre estuve con alegría e intenté dar lo mejor. Cada vez que me toca entrar, demuestro que estoy capacitado para poder jugar. Hoy lo volví a demostrar. Y si me toca estar en el once daré lo máximo, de no ser así, apoyaré desde afuera”, contaba Di María luego del áspero choque con Paraguay, un 1 a 0, disputado el 21 de junio. En el choque con Colombia, una semana atrás, entró y fue una explosión, durante los últimos 24 minutos, antes de las manos mágicas de Dibu Martínez.
Tiempo atrás, decía: “No tengo que transmitir nada. Lo que demuestro dentro de la cancha debe alcanzar para estar convocado. Lo que hago dentro del terreno de juego y dentro de uno de los mejores clubes del mundo, en el que estoy a un gran nivel”. Ya se había afirmado en PSG: siempre, pero siempre, en la elite entre los clubes de Europa. Pero tenía una espina.
Corrió, luchó y, cuando tuvo tiempo y espacio, se citó con Leo Messi. Explosivo, a veces. Pensante, de vez en cuando. Siguió hasta donde le dio el cuero. Fue reemplazado por Nicolás González, el atrevido que ocupó su lugar en casi todo el torneo. Lionel Scaloni confía en el joven de Fiorentina, pero Di María había demostrado, lejos y cerca, en el campo y detrás de escena, que debía ser uno de los alfiles de la gloria, la que acaba, de una vez y para siempre, la oscuridad interminable.
“Jugué en el Real Madrid, en el Manchester United, estoy en el PSG, sigo jugando con los mejores del mundo y voy a seguir intentándolo con la selección. Quiero ganar algo con esta camiseta. Voy a venir hasta conseguirlo o hasta que me echen. Nunca le voy a cerrar las puertas a la selección, voy a seguir viniendo hasta que me echen”, le decía a nuestro medio.
“Gracias a vos, no..., gracias a vos”
"LEO ME DIJO QUE IBA A SER MI PARTIDO"
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Ángel Di María, el autor del GOLAZO DEL TITULO. pic.twitter.com/gDOMJ6rfHZ
¿Quién lo iba a despedir? ¿Quién se atrevería a tanto? Pocos se merecían tanto la redención como el otro Don Ángel de Rosario, el de Arroyito. Se abrazó con Leo Messi y reveló la charla: “Le agradecí y él, inmediatamente, me dijo, no, “gracias a vos”. Se reía. “Tenía que ser ahora, en esta cancha, hoy. Tantas veces pensé que habría pasado si jugaba en las otras finales... ya está. Soñamos tanto, peleamos tanto por lograr esto...”
Di María salió campeón en el seleccionado. Con un gol de artista, un grito callejero. Con una emboquillada en el Maracaná. La estocada más grande de su carrera.
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