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Argentina campeón del mundo: el mito creado por “Muchachos”, la canción de La Mosca
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La selección argentina ganó el Mundial por muchas razones. Las principales son la habilidad, el esfuerzo y el trabajo de los jugadores, la capacidad y estrategias del cuerpo técnico, la preparación física y la personalidad que les permitió sobreponerse a las situaciones adversas que se presentaron en algunos partidos.
Pero las selecciones anteriores también tuvieron virtudes parecidas, e incluso en algunos roles los mismos jugadores: Otamendi, Di María, Messi, por dar algunos ejemplos.
Todos coinciden que esta vez algo se destrabó, y muy especialmente en lo que respecta a su capitán, Lionel Messi, que recibió la copa y el premio al mejor jugador y que fue líder y capitán mejor que nunca. Es más, con él se dio una situación de ida y vuelta por la cual los jugadores se sentían apoyados, protegidos y liderados por él, y al mismo tiempo lo cuidaban y declaraban su alegría de haber ganado la copa “por él y para él, que se lo merecía”. Como si fuera, al mismo tiempo, el padre y el hijo de todos.
¿Qué es entonces lo que se destrabó y porqué?
Tuve la suerte de ver a la selección del 86 en la que Maradona pasó a la posterioridad con el gol más magnífico que se ha visto en los mundiales en el cual el relator, llorando de emoción le preguntaba -”¿¡De qué planeta viniste?!” y también he sido testigo del campeonato ganado por el Napoli con un Maradona que generó en un napolitano que escribiera un grafiti en el muro del cementerio dirigido a los muertos, diciendo:-” Uds. No saben lo que se perdieron”. Maradona parecía insuperable hasta tal punto que parecía que los muertos no debían morir nunca para poderlo ver y disfrutar.
No puedo opinar sobre el Messi real como persona, porque no lo conozco mas que por televisión. Por lo tanto, mis palabras se refieren más a a su imagen que a él como persona real, por quien siento gran admiración y respeto y no tengo derecho a opinar.
Uno de los problemas que posiblemente afectaba inconscientemente la imagen de Messi o perjudicaba su relación con la hinchada y con la selección argentina, posiblemente fuera la inevitable comparación con Maradona. En la selección, a pesar de ser excepcional, el rendimiento de Messi no era tan espectacular como en el Barcelona.
Insistían en el aire las preguntas: ”¿Quién es mejor? ¿Messi o Maradona?” ¿Quién se identificaba más con la selección, y por su intermedio, con el pueblo argentino?
Casi siempre surgía como respuesta: son distintos, pero Maradona ganó un Mundial y Messi no. Maradona quedaba siempre como el papá. A pesar de las buenas intenciones de Maradona, que nunca hablaba mal de Messi, quedó ubicado injustamente en el lugar de un papá que sin proponérselo y sin tener mala intención generaba un efecto negativo, por ser un padre imposible de superar, como esos que “no se dejan ganar” por los hijos. Una función paterna como la que en el fútbol una hinchada le sugiere a la otra cuando le dice: “Los tenemos de hijos”. O como cuando los argentinos les decimos a los “brazucas” que somos sus papás.
Con el fallecimiento de Maradona, la competencia imaginaria entre Maradona y Messi ”Cuál es mejor?” comenzó a desvanecerse, y se transformó en una cadena sucesoria: Messi dejó de quedar permanentemente bajo la sombra de Diego y se ganó la Copa América nada más y nada menos que en el Maracaná. Pero aún faltaba la del mundo, y todavía se los seguía comparando en una competencia imaginaria. A cualquiera que eligiera a Messi se le discutía que aún no había ganado una copa del mundo.
Las sucesiones requieren duelos y elaboración y ambas cosas estaban pendientes.
Comienza la clasificación para la Copa del Mundo y Fernando Romero toma una canción de La Mosca y le cambia la letra. La canción se llama “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar”. Sorpresivamente, esa canción se viraliza, y no solo la canta la Mosca y la hinchada, sino también los propios jugadores en el vestuario, después de cada partido ganado.
Sin saberlo, Fernando Romero creó un mito. Y ese mito funcionó como una intervención psicoterapéutica genial y efectiva, que ayudó a hacer un duelo que estaba sin realizar y elevó al cielo, resolviéndolo y pacificándolo, un escenario irresuelto de la tierra.
Duelo por la muerte de los padres, duelo por la muerte de los hijos, y duelo por la sucesión encadenada de los hechos de la vida que nos muestran que nada ni nadie es eterno, salvo que se convierta en Dios. Y si el Dios es pagano, necesitará, como en la antigua Grecia, un mito que lo sostenga.
El mito es como una historia o una leyenda que brinda una explicación del mundo y de la vida, a la vez que contribuye a establecer identidades sociales y psicológicas. En la antigua Grecia los mitos relacionaban y conectaban a los dioses con los mortales. Servían para tratar de dar una explicación a fenómenos naturales, ambientales o emocionales.
La canción de la Mosca y Romero funciona como un mito: Don Diego y la Tota, padres de Maradona, junto con Maradona, su sucesor, alientan desde el cielo a Lionel, el siguiente sucesor. Lo adoptan como a un hijo y lo guían, pero esta vez como padres benignos, como Scaloni con su hijo, o el mismo Messi con los suyos. Y no solo con los suyos, sino con la mayoría de los jugadores más jóvenes, (Julián Alvarez, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister, etc), que lo seguían de chiquitos hasta en la Play Station.
Ya no importa quién fue el mejor, ya Messi puede ganar la Copa del Mundo y hasta ser mencionado el mejor de la historia, sin que eso implique ofender a Maradona, porque los buenos padres nunca se ofenden cuando alguien dice que sus hijos los superan. Y no importa si eso es o no es verdad.
Tuvimos que hacer un duelo muy profundo: las finales que perdimos, y también los pibes muertos en Malvinas a los que tuvimos que llorar. A esos pibes, la mano de Dios no los resucitó y el gol más grande de la historia de los mundiales tampoco. Por eso los lloramos durante años. Pero Diego se fue al cielo y descansa en paz, a los pibes no los vamos a olvidar, y aunque la muerte sea inexplicable y dolorosa, hemos parado de llorar.
La canción nos llena de ilusión y la ilusión se ha cumplido: el deseo frustrado e insatisfecho se renovó y nos volvimos a ilusionar: “quiero ganar la tercera” y, como la conseguimos, la imagen de Messi se ha liberado y su derecho a ganar un Mundial con la Argentina se ha legitimado. Cada diez minutos de partido se recuerda al otro diez por un minuto, para cederle enseguida el espacio al diez actual.
La canción de Romero y la Mosca no es la causa de haber ganado el Mundial, pero ha ayudado mucho: funcionó – y sigue funcionando – como un mito que posibilita un duelo y que justifica y proyecta hacia un futuro una ilusión compartida por millones de argentinos y materializada por una generación joven de extraordinarios jugadores que cuando se abrazan y juegan con Messi tienen un sentimiento que no nos pueden explicar.
Por Jorge Ulnik
Medico psicoanalista. Profesor de la Facultad de Psicología de la UBA. Miembro Didacta de la Asociación Psicoanalitica Argentina. Presidente de EULAPS (Euro-Latin-American Psychosomatics School). Sigourney Award Winner 2021
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