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Argentina - Brasil: Messi, el imán de siempre del fin de una fiesta inolvidable
El capitán vuelve a ser titular en la selección la noche en que se puede coronar el año con la clasificación al Mundial de Qatar
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SAN JUAN.- Walter Albariño nunca vio jugar a Maradona, pero lloró su muerte. Como miles de jóvenes, conoció su obra por Youtube y así empezó a idolatrarlo. Por eso ahora está acá, lanzado a una aventura imposible: no quiere que le pase lo mismo con Messi, a quien sí siguió en toda su carrera, siempre pegado a la TV. Él, que quiso ser futbolista pero no pasó de torneos regionales, es uno de los que merodea la plaza 25 de Mayo en busca de un ticket, esos que se asoman a la reventa desde el mediodía del lunes. Para (intentar) ver en vivo una única vez en la vida al capitán de la selección argentina pidió vacaciones en su trabajo en Santa Fe, tomó un bus a Buenos Aires y allí se embarcó en un vuelo, sin ninguna garantía de que hoy ingresará al estadio Bicentenario.
La historia mínima es una de las maneras que encuentra la pasión por el fútbol por expresarse, a horas de un episodio extraordinario: uno de los grandes clásicos mundiales vuelve a jugarse en el país después de cinco años, con Messi como comienzo y final de la fiesta. ¿Quién se acuerda todavía de aquel 1-1 de 2016 en el Monumental en épocas de Tata Martino, con las eliminatorias de Rusia 2018 en estado embrionario?
El objeto del deseo de Albariño domina la previa. Esta vez, Scaloni fue más directo para confirmar la presencia del 10: “Va a jugar”, expresó sin rodeos en la conferencia de prensa del mediodía en Ezeiza. Antes del partido del viernes en Montevideo había dicho que Messi estaba “bien”, lo que se interpretó como una sentencia de titularidad. Se sabe: luego el propio jugador, en contra de su habitual obsesión por jugar, prefirió ir al banco de suplentes, del que recién saltó en los últimos 15 minutos. Pero ahora, con tres entrenamientos más encima, le dará otra vuelta de tuerca a su historia en el superclásico con Brasil. Entonces, disipada esa duda, la que asoma es más profunda: ¿cómo está, en realidad?
A última hora se anunció la baja de Alejandro Gómez por “un traumatismo de rodilla izquierda en el partido con Uruguay”, según anunció la AFA sobre la ausencia de Papu, ausente para el partido contra Brasil, y que se quedó en Buenos Aires a la espera del regreso del plantel.
Tal vez sea oportuno recuperar aquel concepto que pasó casi inadvertido en los días en que el desembarco de Messi en París se transformó en una temática universal: como a todos, los cambios bruscos lo afectan. Su bajísima prestación en PSG, hija de molestias musculares que no terminan de abandonarlo, pueden ser una derivación indirecta del giro que dio su vida inesperadamente. Esa idea sobre el stress y sus manifestaciones en un atleta de alta competencia, que cualquier especialista en preparación física podía imaginar en aquellas horas, es un diagnóstico que también comparten en el corazón de esta selección. Por eso, creen en el cuerpo técnico, lo mejor es lo que está ocurriendo ahora: que vaya de a poco, de menos a más.
En esa línea, un partido contra Brasil puede parecer un contrasentido. Jugar contra el rival más calificado eleva la exigencia siempre, pero en este caso, Argentina y el equipo de Tite jugarán el partido oficial más amistoso que se recuerde en años. La ausencia de Neymar, excluido llamativamente a la hora de subirse al avión por una supuesta “molestia muscular”, abona la idea: lo que está en juego es más emocional que estadístico. La selección tiene el incentivo de estar ante su público y quizás abrochar burocráticamente una clasificación al Mundial que llegará hoy o en la fecha siguiente, pero se da por segura. Del otro lado, el políticamente correcto Tite cuida las formas, aun concediendo la baja de su 10: al que Leo volverá a abrazar en Francia cuando se reencuentren el jueves en el entrenamiento: “Es ya un partido de Copa del Mundo”, lanzó el DT brasileño antes de partir rumbo a esta ciudad. Una frase más de compromiso que creíble, dado el contexto.
El partido especial pendiente
Si se trata de hurgar en más motivaciones, Messi no tiene en su historial contra Brasil un partido por los puntos en el que haya brillado. Siempre más pendiente de lo colectivo que de lo personal, tal vez el dato no le despierte especial pasión, pero esta es una buena ocasión para dar ese paso. Se recuerda un golazo en un amistoso en Doha –en noviembre de 2010– y también su hat-trick a una selección olímpica de Brasil en 2012 en un partido similar… Pero jugando en el país ese partido messiánico todavía no ocurrió, ni le anotó goles. ¿Deuda? Suena a una herejía presentarlo en esos términos, tratándose de él: sí puede ser un desafío estimulante, en un ambiente propicio.
El último episodio, su número 12 en la mayor contra la verdeamarela (pasando por alto por 5 minutos y suspensión de septiembre en San Pablo) retratan al Messi más visceral, el que terminó la final de la Copa América tirándose a los pies de Casemiro, tal su implicación por ese título que por fin llegó esa noche. Vale repasar su prestación: en el Maracaná cometió tantas faltas como recibió (dos), apenas remató una vez al arco y solo tocó la pelota 59 veces (suele superar las 100 por partido). En la película del campeonato debería añadirse esa imagen icónica: su carrera detrás de su amigo Neymar, desesperado, intentado frenarlo, cuando Brasil buscaba con todo el gol del empate.
Era un Messi guerrero ad-hoc, claro. El de esta noche, con la certeza de la falta de tono físico que inevitablemente arrastra por la lesión en sus isquiotibiales izquierdos, puede ser el que vuelva a encenderse con el público como ocurrió las últimas veces en el Monumental. “Si conseguimos la clasificación deberíamos celebrarla”, apuntó Scaloni ayer, con razón. Sería para todos, pero especialmente para el capitán, un fin de fiesta ideal para un año inolvidable. Una manera poética de cerrar algo hermoso y arrancar de nuevo la próxima vez que la selección se reúna, de frente a las últimas cuatro fechas de las eliminatorias. Entonces será enero de 2022, el año del Mundial de Qatar, el quinto en la carrera del muchacho feliz. El último.
Argentina y Brasil: juntos y demorados en la pista
La llegada de los seleccionados de la Argentina y Brasil a la capital de San Juan tuvo una complicación extra: el viento sur, que irrumpió al anochecer con fuerza para producir una baja abrupta en la temperatura y, de paso, provocar una demora de más de una hora, primero por la dificultad en el aterrizaje de los aviones que traían a ambas delegaciones, y luego ante la imposibilidad de abrir las puertas ante las ráfagas cercanas a los 80 kilómetros por hora.
La demora no amainó el entusiasmo de cientos de hinchas, que se dispusieron en el camino del aeropuerto al centro sanjuanino para ver pasar el micro con los jugadores y darles todo el apoyo y aliento para el superclásico sudamericano contra Brasil.
Finalmente, la selección albiceleste llegó al hotel Del Bono Park cerca de las 22.30, donde la esperaban unos 1500 fanáticos. La Canarinha, que se trasladó al hotel Alcazar ante unos 800 seguidores, había llegado a evaluar la posibilidad de ir a Mendoza por la tormenta de viento, pero en definitiva consiguió arribar a San Juan prácticamente al mismo tiempo que la Argentina.
Eso sí: a diferencia del calor que reinó en las últimas jornadas, para el martes se espera una máxima de 22 grados, y noche despejada. La llegada del viento sur se llevó el calor y produjo una reducción importante de la temperatura, mientras se esperaban lluvias para la madrugada.
Aunque los jugadores ingresaron primero en el hotel por una puerta trasera, luego de un rato, y antes de la cena, el plantel, encabezado por Lionel Messi, se hizo presente en la entrada principal del hotel para saludar a la distancia y retribuir el afecto de los cientos de hinchas que esperaron largas horas; todo esto, con la seguridad dispuesta por un un triple cordón policial dispuesto entre el plantel del actual campeón de América y los seguidores del seleccionado que en San Juan viven un par de días inolvidables.
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