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Argentina-Brasil: cómo la amistad de Messi y Neymar derribó la profecía de Cruyff
Dos amigos del Barcelona que entienden poco de las rivalidades del ego y del marketing
BELO HORIZONTE.- "Dos gallos en un gallinero no encajarán." Un día, Johan Cruyff se equivocó. Santo y seña del Barcelona, su palabra sonaba a profecía cada vez que se acudía a él para que aprobara una contratación. Era mayo de 2013, y el que llegaba a ese ecosistema futbolístico único en el mundo era Neymar da Silva Santos Junior, estrella emergente del Santos. El holandés volador, buscado por la prensa hasta cuando mataban una mosca en el Camp Nou, fue categórico: el brasileño y el astro rey del planeta Barça serían incompatibles.
Tres años después, los roces entre Messi y Neymar que pronosticaba Cruyff existen en un sentido mucho más literal que metafórico; responden al idioma corporal: se buscan, se palmean, se ríen, se abrazan. Se interpretan en la cancha y también afuera.
La buena sintonía tal vez resida en que el más joven de la sociedad entendió desde antes de llegar a Europa cuál debía ser su lugar. Desde que tomó el mando del equipo, no hubo quien resistiera competir con el argentino. Villa e Ibrahimovic vieron la puerta de salida del club por no aceptar del todo esa regla no escrita, por ejemplo.
Para Neymar, jugar con Messi fue desde el principio lo mismo que para un nene entrar con crédito ilimitado a una juguetería. Su encantamiento, incluso, nunca se detuvo en la histórica rivalidad entre las seleccioones que representan. De hecho, en cada elección del Balón de Oro de la FIFA en que le tocó votar como capitán de Brasil se inclinó por el argentino. "Antes lo admiraba como futbolista, cuando lo conocí lo valoré todavía más como persona", lo elogió unos meses después de llegar a Catalunya. "Me avergüenza que me diga en la cara que es muy fanático mío", ha reconocido el rosarino con una sonrisa en aquel tiempo de exploración. Ahora, el discurrir de la relación la emparejó más: la corriente de afecto es de ida y vuelta. Mientras, Messi define al 10 brasileño como "un chico que no tiene maldad".
La primera vez que se vieron en una cancha fue en un destino exótico para el fútbol, un amistoso en Doha en noviembre de 2010 entre Argentina y Brasil que decidió Messi en el minuto 91 con esas jugadas suyas tan de PlayStation. Fue cuando el argentino por fin logró vencer al rival de siempre con la selección mayor, tras cinco partidos. El dato geográfico resultó recurrente: Messi y Neymar nunca se enfrentaron en una cancha en sus países de origen, a pesar de que se cruzaron en tres clásicos en total.
La segunda ocasión, la de los tres goles de Leo contra el equipo brasileño que disputaría los Juegos Olímpicos de Londres, ocurrió en Jersey City, Estados Unidos. Y la última, en octubre de 2014 (2-0 para Brasil), tuvo al imponente Nido de Pájaros de Pekín como escenario. En el medio, el Barcelona del argentino le dio un baile monumental al Santos del brasileño en Yokohama, Japón, en diciembre de 2011.
"A mí me apadrinó Ronaldinho cuando llegué al vestuario, entonces era lógico que yo hiciera lo mismo con Ney", recordó Messi alguna vez. "Nunca dudé de que se fueran a llevar bien, solo había que esperar que las cosas se dieran solas", apuntó Tata Martino, el primer entrenador que los tuvo juntos. "Ney y yo tenemos asumido que Leo es el mejor del mundo", comentó Luis Suárez respecto de los rangos que se respetan en el club que comparten. Tanto como las comidas que suele organizar Javier Mascherano para todo el plantel, una rutina que ayudó todavía más a sellar afinidades: en un mundo de estrellas y exhibiciones, domar egos es tan importante como darle bien el pase al compañero. "Si hay alguien que siempre me dio una mano, ese siempre fue Messi. Él estuvo cada vez que lo necesité", reflejó el crack brasileño..
Esta noche, cuando se encuentren sobre el césped de un Mineirao excitado, habrán pasado apenas dos días de un gesto que descubre de qué madera está hecha la relación entre los dos íconos del fútbol sudamericano; el martes, Neymar subió a Messi y Mascherano a su avión privado para completar el tramo entre San Pablo y esta ciudad. Sin divismos ni gestos para la tribuna: naturalidad.
Si viviera para contarlo, Cruyff hubiera tenido que aceptar que los profetas también puede fallar.
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