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Argentina-Bolivia: la selección encontró su altura cuando se olvidó del miedo a jugar en La Paz
La cabeza maneja las piernas. Incluso cuando el aire no parece entrar a los pulmones, la determinación es un intangible que puede incidir más que el cansancio. Nadie como Argentina se conflictúa tanto en Sudamérica antes de subir a La Paz. Lo cuentan los propios bolivianos, lo evidencia la estadística: las demás selecciones se corren del trauma del indudable efecto que causa en el organismo enfrentarse a una exigencia semejante. Quizás, el mejor aprendizaje que pueda llevarse este equipo joven del primer triunfo conseguido allí en 15 años es ése: si se deja el temor en un segundo plano, se puede ser competitivo en un ambiente tan adverso. Y ganar, incluso después de ir perdiendo.
El balance de esta primera doble jornada inicial de las eliminatorias cierra perfecto en los números y termina mejor de lo que comenzó si solo se mira el recorrido futbolístico. No se puede quitar al rival en el análisis, y está visto que Bolivia otra vez es candidata a ser la peor selección en el camino clasificatorio al Mundial. Pero la Argentina, dentro del margen posible, logró imponer la mayor jerarquía que indudablemente posee. Un dato, otra vez, sobre el valor de estar convencido: en el segundo tiempo, cuando más pesan las piernas, la selección graficó su dominio en los 10 remates al arco que intentó, contra apenas 3 del equipo local. Tuvo menos la pelota, pero controló el juego. Dosificó los esfuerzos como manda la cátedra, y consiguió la ventaja definitiva en la buena definición de Joaquín Correa.
El gol que le dio el triunfo a Argentina
El mérito, en todo caso, fue haber corregido lo que se había hecho mal contra Ecuador, en el pálido debut en la Bombonera, el jueves pasado. Un poco por la lesión de Acuña y otro poco, tal vez, por convencimiento, Scaloni hizo un retoque de fondo, más que de forma o nombre: la inclusión de Exequiel Palacios significó darle prioridad al pase y al control por encima del vértigo y el ida y vuelta. El volante de Bayer Leverkusen, una debilidad del DT, correspondió a la designación con un partido completo, casi sin errores.
Los números reflejan la incidencia que tuvo en el desarrollo del juego: Palacios lideró las estadísticas virtuosas de la selección. Fue el que más pelotas recuperó (15), el que más pases dio a sus compañeros (49), el que más combinó en campo rival (32) y el que más faltas recibió (5). Claro que, por encima de eso, el joven de 22 años recién cumplidos fue el más activo para armar sociedades y animarse a romper con la monotonía y el juego lateral. Una arrancada suya, al cabo, fue el inicio de la maniobra del gol del empate. Su capacidad para jugar en defensa y ataque, poco utilizada en Alemania porque habitualmente es suplente, volvió a quedar reflejada. Será una carta valiosa en adelante.
Evitar los centros. Tapar los remates de media distancia. No ofrecer espacios entre líneas. El manual para que un equipo del llano juegue a tanta altura sobre el nivel del mar tiene esos tres conceptos básicos en el apartado defensivo. No hay más. Quien se corra de ese libreto, va a sufrir. Tardó casi media hora de partido en La Paz la selección argentina para entenderlo. Y fue, por lejos, lo peor de su viaje hasta semejante altura: el estadio Hernando Siles está a 3577 metros, apenas un poco por debajo del punto de referencia de la ciudad: 3640 metros marca la bibliografía.
En ese tramo, Bolivia machacó con lo mejor que podía hacer: subidas por los laterales, aperturas y centros. El primero, de entrada, descubrió que esa faceta es la peor de Franco Armani: su mala salida no terminó en gol porque el cabezazo de Martins se fue desviado. Pero ya Chumacero encontraba los espacios libres detrás de Paredes para recibir y Bolivia, un equipo sin virtudes reconocibles, se acercaba al gol. Que consiguió con aquella página del manual que Argentina no recordaba: otro centro y ahora sí gol de Martins de cabeza.
Ese tanto activó el despertador en la selección. Fue el elemento que destrabó los temores, desactivó las cadenas en las piernas y dio pie a una nueva cara. La selección ya sabía que enfrente había un equipo limitado (Farías, el entrenador, dispuso seis cambios respecto de la derrota ante Brasil, apostando a incluir a jugadores que habitualmente juegan en La Paz), pero hasta que no recibió el golpe del gol, parecía no hacerse cargo de eso. Entonces sí, los arrestos individuales de Ocampos encontraron compañía, Messi se corrió de la sombra que hasta entonces era, Lautaro Martínez tuvo con quien charlar en la cancha y Palacios ordenó el juego.
El segundo tiempo, con Argentina al mando, fue de menor a mayor. Ya Messi, limitado en sus arranques para cuidar el aire, participaba en casi todas las jugadas y no perdía la pelota, mientras el amenazante Lautaro empezaba a merodear el gol. No lo encontró él tras un pase genial del 10 y un remate que desvió Lampe, pero a la siguiente asociación entre el capitán y el delantero -que apenas habían combinado ante Ecuador- llegó el gol de Joaquín Correa, eficaz para resolver a un toque. Y pudieron ser más, incluso.
Pero no hizo falta: al final, la selección cosechó una victoria que vale por los tres puntos pero bastante más por la lección. Si el fútbol es un juego de contagio, siempre será bueno seguir confiando en los que mejor lo ejecutan. A esos hay que seguir. Y, sobre todo, entender que a las dificultades externas se las enfrenta con la cabeza fuerte. Para que bailen los pies.
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