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Andrés Vombergar: un viaje al fascinante mundo del 9 de San Lorenzo que tiene una “fecha patria” en Eslovenia
Los Vombergar componen una historia emocionante sobre los vínculos. Y las variadas profesiones se originan en la libertad para elegir su propio camino: “¡Yo soy la oveja negra de la familia!”, dice el delantero con una sonrisa
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A fuerza de goles en San Lorenzo, el nombre de Andrés Vombergar irrumpió con fuerza hace un mes, apenas se calzó la camiseta azulgrana. Hasta ahí, el delantero argentino de raíces eslovenas era prácticamente un desconocido para el público en general. Lo cierto es que, detrás del deportista, su historia se escapa de la pelota de fútbol en sí. Abarca un par de culturas. Relatos y costumbres. Y es ahí donde surgen los vínculos familiares que asoman como una vía para que el pasado perdure en el presente. Una genealogía digna de ser escuchada.
Para remontarse al origen hay que explicar que los cuatro abuelos del número 9 azulgrana nacieron en tierras eslovenas y emigraron rumbo a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial cuando tenían entre 5 y 10 años. Acá tuvieron que comenzar una nueva vida. Construir nuevas raíces y empezar de cero. Lo hicieron en San Justo. No era una meta fácil, pero tampoco imposible.
Vombergar, nacido el 20 de noviembre de 1994 en Villa Luzuriaga, forma parte de esta historia peculiar. Además del colegio en el que cursó de lunes a viernes, el futbolista asistió a una escuela eslovena cada sábado de su infancia. Inclusive, en 2012, en un viaje de estudios, se trasladó al país de sus ancestros durante un mes y estudió dos semanas en un colegio local. Experiencias que lo fueron marcando. “En mi casa hablábamos en esloveno. Lo mamé desde chiquito. Y en el jardín fue donde comencé a aprender el castellano”, explica en una charla con LA NACION a los pies del Nuevo Gasómetro.
Andrés vivía con la pelota en los pies. Jugó en Tiro Libre, Malvinas Argentinas y La Marca, todos clubes de la zona. El primero de esos quedaba a un par de cuadras de su casa. Y de esa infancia surge una anécdota que suele recordarle Marcos, su padre: “Cuando empecé a jugar tenía 4 años y sólo me comunicaba en esloveno. Sinceramente, en la cancha no cazaba una. Un día, el técnico pensó que me pasaba algo y lo charló con mi viejo”, cuenta con una carcajada.
Los Vombergar componen una historia emocionante sobre los vínculos. Y las variadas profesiones se originan en la libertad para elegir su propio camino. Marcos, por caso, es fotógrafo; Andrea, la mamá del jugador, es profesora de música. Ella se jubiló recientemente y tenía un coro esloveno en el que participó como directora durante 30 años. Siempre con una misma idea: mantener viva la cultura del pequeño país europeo y unirla con la de nuestra tierra. La historia explica que el abuelo del futbolista (Andrej, llegó al país en 1948) fue quien fundó el coro en 1971. Toda la familia de Andrej está ligada a la música, ya que conoció a su esposa cantando en otro espacio llamado “Gallus”.
Asimismo, el delantero tiene dos hermanos: Mariano, que estudia kinesiología y toca el bajo en una banda denominada KM 43. Finalmente aparece Luciana, la hermana de 20 años, que se inclinó por el marketing y los sábados brinda clases en el colegio esloveno. “¡Yo soy la oveja negra de la familia!”, dice el N° 9 con una sonrisa.
En la zona oeste del Gran Buenos Aires se formó una gran colectividad eslovena. Hay varios clubes en San Justo y Ramos Mejía; también en Lanús y Bariloche. La comunidad es amplia: se calcula que en la Argentina hay 30.000 personas oriundas de este país. Desde los primeros tiempos también se asentaron en Entre Ríos, Vicente López, San Martín y en la Ciudad de Buenos Aires. “Fui por primera vez a Eslovenia a los 5 años, con mi mamá y el coro. Y después, con mi papá, que jugaba un ‘Mundialito’ de eslovenos por el mundo. Esto, actualmente, se hace cada 3 o 4 años. Yo nunca lo disputé porque era federado”, sostiene.
-¿Cómo es en el día a día la unión de dos culturas tan distintas?
-Sí, es bastante diferente. Pero en la casa familiar se mantiene todo mezclado, es mixto. Las comidas típicas son un ejemplo. Es difícil explicar lo que siento, porque soy esloveno pero a su vez argentino 100 por ciento. Lo concreto es que sostenemos las dos culturas con orgullo.
“Bomba” tuvo un paso por las inferiores de River y allí compartió el equipo con Guido Rodríguez, actual volante de Betis y la selección nacional. Sin embargo, la mayor parte de su carrera en la Argentina se dio en el ascenso. Y transcurrió por todas las categorías. En Ituzaingó, en la primera C y D (llegó a jugar algunos minutos con Rodrigo Aliendro, hoy en River). Admirador de Martín Palermo y Marcelo Salas en sus inicios, pasó por Fénix (B Metropolitana) y en 2016 recaló en Los Andes, en aquel momento en la Primera Nacional.
-¿Qué aprendizajes te dejó el hecho de jugar en todas las categorías?
-Ufff (suspira), muchísimos. Puede sonar a frase hecha, pero jamás hay que darse por vencido. Todo me costó mucho. Siempre. Nunca nadie me regaló nada. Pasé por todos lados. Empecé desde muy abajo. Horas y horas en colectivos para ir a entrenar. Mis viejos me ayudaron. La luché y jamás agaché la cabeza. Por eso hoy estoy acá.
Ya en 2017, a Vombergar le surgió una oportunidad en su “segunda patria”. Firmó un contrato por tres años con el Olimpija esloveno. Lejos de la casa familiar, cambió su vida. El traslado a Europa no significó una adaptación inmediata. Por un lado, en cuanto al día a día, a lo cotidiano; por el otro, debido a las bajas temperaturas para jugar en invierno. Muchísimo frío, con temperaturas de -10°C. “El fútbol no es tan pasional como acá. Tienen sus ‘barras’, pero a la cancha suelen ir unas 15.000 personas en un clásico. En partidos más normales, el promedio de público es de 3.000 hinchas. De todos modos, me sorprendió el buen nivel porque es técnico y estratégico”.
En la entidad con sede en Ljubljana ganó tres títulos y se recibió de ídolo. El recuerdo que dejó es enorme, a tal punto que en Eslovenia existe el “Día Vombergar”, en alusión al 19 de mayo de 2018, cuando marcó el 3-2 definitivo en el clásico frente a Maribor en el minuto 89. “Fue impresionante”, remarca sonriendo.
En enero de 2019, gracias a sus raíces y a sus destacadas actuaciones, pudo cumplir otro de sus deseos: fue citado por Eslovenia para disputar un encuentro amistoso contra China. Ese día, en España, marcó un tanto en el empate 2-2 contra el Sub 23 de los asiáticos. “Un recuerdo muy lindo. Pero luego estuve casi dos meses sin competencia porque me estaban por vender a Rusia, y en la siguiente convocatoria de marzo no quedé”, explica.
En su derrotero, el atacante además jugó en el FC Ufa, de la Premier League de Rusia, y San Luis, de México. Dentro de la mezcla cultural, el futbolista aprendió a hablar en distintos idiomas. “El inglés también lo manejo bien. Y allá incorporé el croata y el serbio, porque en los vestuarios compartí mucho tiempo con los balcánicos. También un poco de ruso, aunque ya hace dos años que no lo utilizo y lo perdí un poco”, detalla.
Hasta su arribo a Boedo, “Vomber”, como también lo apodan, estuvo lejos del radar en estas tierras. Pero rescindió su contrato en México y recibió el llamado desde Buenos Aires. Surgió tan de repente que tuvo que interrumpir sus vacaciones en el actual verano esloveno y el tiempo compartido con sus abuelas. “Tengo primos, tíos, de todo. ¡Duró una semana! Y así como me fui con 10 valijas desde México a Ljubljana, lo mismo hice hacia Ezeiza”, cuenta.
Apenas con un puñado de entrenamientos, Vombergar debutó en San Lorenzo el 30 de julio contra Argentinos. Ingresó a los 41 minutos del segundo tiempo y a los 44, en la primera pelota que tocó, marcó el 1-0 definitivo. A la vista, un caso muy singular. “Fue una locura. Es curioso, realmente. Iván Leguizamón armó una linda jugada y sólo tuve que empujarla. Ese fin de semana no resultó muy normal: por el fichaje, porque nadie me conocía, por meter un gol en el estreno”, vuelve a sonreír.
En el Ciclón, los números del goleador de 1,87 metro son muy positivos: disputó seis partidos (226 minutos jugados) y marcó tres tantos (se añaden los gritos a Patronato y Racing, todos de visitante). Hay que agregar que sólo en dos de esos compromisos salió a la cancha como titular. “Estos goles generaron una linda repercusión en mi comunidad. San Lorenzo mueve mucho. Me pone contento el hecho de dar a conocer mis raíces, de dónde vengo, nuestro coro, las obras de teatro, los centros culturales. Es un mensaje muy bonito”, dice.
Para despejar la cabeza de las presiones del fútbol profesional, en la vida cotidiana le gusta salir a pasear con Agustina, su novia. “Acá todavía nos estamos acomodando y desarmando valijas, pero estamos contentos. En Ljubljana teníamos todo bastante cerca. Agarrábamos el auto y viajábamos a Venecia en tres horas. Ahora nos instalamos en la zona norte del Gran Buenos Aires y nos gusta ir a tomar mate al río”, asegura.
-Llevás apenas un mes en esta aventura. ¿Alguna vez te la imaginaste?
-Te soy sincero: siempre soñé con todo esto. Después, para que eso se cumpla, no es sencillo. En el medio hay mil cuestiones. Pero una vez que estoy en un club grande y suceden las cosas tan rápido, me provocan una gran emoción. Disfruto mucho del momento en el Ciclón. Todavía me cuesta caer, todavía seguimos en la vorágine. Aunque siempre me tomé esta posibilidad con mucha responsabilidad.
-¿Te gustaría tener otra oportunidad en la selección de Eslovenia?
-Sí, seguro. También es otro sueño que tengo por cumplir. Si tengo buenas actuaciones en San Lorenzo, tal vez se fijen en mí.
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